Romeo Castellucci: «El teatro no puede ser un hábito porque cae en lo decorativo»
Uno de los grandes de la escena europea, aterrizó en Madrid para presentar su primer texto publicado en español. La joven editorial Continta Me Tienes, presentaba «Los peregrinos de la materia», un libro que recoge textos teóricos de su compañía Socìetas Raffaello Sanzio desde 1985 a 1997. No es fácil ver a este italiano de 53 años, que acaba de ser distinguido con el León de Oro de la bienal de Venecia por la capital de España. Tan sólo ha presentado dos trabajos en esta ciudad en más de treinta años de compañía. Y eso el público madrileño lo sabe. El Teatro Pradillo, donde se presentó el libro, estaba a rebosar para escuchar a este rompedor de moldes de un teatro tan hermoso como feroz.
–Una palabra que se repite en el libro es la de «iconoclasta». ¿Qué peso tiene en su trabajo?
–Para nosotros, fue una palabra esencial. Sobre todo en nuestro comienzo. Debíamos destruir primero todas las reglas y sobrentendidos del teatro, que es un lugar extremadamente cargado de tradición. Éramos muy jóvenes y estábamos muy enfadados, enfadados contra todos y todo. El hecho de destruir y de hacer tábula rasa era el mismo espectáculo. La destrucción de las imágenes era la imagen. Trabajábamos con esa paradoja. La contradicción se convirtió en una disciplina. Hacer teatro contra el teatro. En el teatro que hago ahora esa iconoclasia sigue estando, pero como una tensión. Como decía Artaud «hay que "forcener"el teatro». Es un vocablo que tiene difícil traducción, extremar, forzar, enfurecer. Antes de comenzar a trabajar en una pieza de teatro hay que «forcener» los marcos del teatro, hay que inventar un nuevo lenguaje. Incluso más, hay que inventar la necesidad de un nuevo lenguaje. Incluso más, hay que inventar a cada paso la necesidad misma del teatro. El teatro no puede ser en absoluto un hábito. Si no caeremos muy fácilmente en lo decorativo, y caer en lo decorativo es lo peor.
–Su trabajo es tachado de poco comprensible, de no contener elementos narrativos. En dos de sus últimas obras, «Purgatorio» y «Sobre el concepto del rostro del hijo de Dios», hay un trabajo sobre el hiperrealismo textual y actoral claro...
–Fue como atravesar campo enemigo, de todo eso que odio y siempre he detestado. Era una estrategia. Todo el mundo decía esta vez: «Es fácil, es agradable, es como cuando vamos al teatro». Todo era teatro burgués, hasta el decorado. Todo era ilustrativo, había hasta una escalera. Era una trampa, como una planta carnívora. En un momento dado la trampa te atrapaba. La pieza explotaba cuando no había nadie en escena y podías escuchar lo obsceno, lo obsceno fuera de escena. Tan sólo el ruido de la violencia, terrible, no explícito, ambiguo, pero claro. Sin ninguna descripción explícita del abuso sexual. Todo estaba en la imaginación sucia del espectador. Afloraba la vergüenza del espectador. La vergüenza, tras la tragedia griega, ha sido el verdadero motor del teatro occidental. En cambio, «Sobre el concepto...» no es un trabajo narrativo, lo que hay en escena es una condición humana, es un plano secuencia. No había montaje. Ningún cambio de decorado ni de tiempo. Y el lenguaje no hacía falta ni traducirlo, era simplemente ruido humano. En esa pieza la materia más importante sobre la que se trabaja es el tiempo, mucho más importante que los excrementos. Se busca el límite, el punto de ruptura del tiempo.
–Siempre se ha dicho sobre su trabajo que es anti-representativo. En los años noventa hay un libro que es clave en la teoría teatral, «El teatro posdramático» de Hans-Thies Lehmamn. ¿Su teatro es posdramático? ¿Qué relación tiene con esa, digamos, tendencia?
–No tengo ningún interés en las etiquetas. Pero si se refiere a un teatro que quiere mostrar otro tipo de estructura teatral que el narrativo basado en el texto bueno, pues de acuerdo, pero no es en absoluto lo que yo hago. Por ejemplo, mis dos últimos trabajos se bañan en el teatro dramático, pero es como la piel de la cebolla, es falsa, es conscientemente falsa, como el lobo que se viste de oveja. No hay ninguna regla, ésa es la buena nueva. Puedes utilizar todos los medios posibles pero debes «forcener» el teatro. Debes cortar en dos el cuerpo del espectador. La herramienta que utilices para esto da igual. Lo extraordinario del teatro es que todo es posible. La libertad es inmensa, pero la libertad es aterradora. No resulta algo agradable, da miedo. Hay que ir más allá de las etiquetas.