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«Siempre me resistí a que terminara el verano»: Cuarentones que no se hallan

Autor: Lautaro Perotti. Director: L. Perotti. Intérpretes: Pablo Rivero, Andrés Gertrúdix, Estefanía de los Santos, Unax Ugalde y Santi Marín. Teatro Marquina. Hasta el 10 de enero.
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Había generado muchas expectativas el nuevo trabajo de Factoría Madre Konstrictor después del éxito de «El intérprete», la obra protagonizada por Asier Etxeandía con la que se creó la compañía. Y más cuando se supo que al frente del proyecto iba a situarse alguien tan interesante como el argentino Lautaro Perotti, uno de los miembros de la excelente Timbre 4 que tantas alegrías ha dado al teatro. Sin embargo, muy poco hay en «Siempre me resistí a que terminara el verano» de lo que uno esperaba encontrar atendiendo a los ilustres antecedentes de la productora y del director.
Cierto es que ya el cartel de la obra parecía dar una pista de lo que en realidad iba a ofrecer, dado que llamaba la atención desde el principio la elección del reparto en relación al argumento; el elenco parecía configurado con más voluntad de asegurar un rédito comercial que de una estricta adecuación de los actores a sus personajes. Porque no se trata de que sean mejores o peores, sino de que Pablo Rivero, Unax Ugalde y Andrés Gertrudix –quizá este último «cante» menos– no parecen, ni por su edad ni por sus cualidades físicas e interpretativas, los más apropiados para protagonizar la historia de tres amigos cuarentones, heridos de nostalgia y cinismo, que buscan reencontrase consigo mismos en el puticlub donde pasaron sus mejores ratos de diversión juvenil. En todos ellos falta cierto poso de la melancolía añeja que deja en los actores la propia experiencia, y que hubiera sido conveniente que aflorase en el escenario para que la función adquiriera un dramatismo y una emotividad que no alcanza del todo a tener. Si bien es verdad que tampoco la historia en sí misma, escrita por el propio Perotti, contiene nada que no haya sido expuesto ya de manera muy similar en el teatro, el cine o la literatura. «Siempre me resistí a que terminara el verano» es en realidad una obra sin muchas pretensiones que discurre por los cauces de lo convencional; que tiene un ritmo adecuado, algunas dosis de humor previsible pero eficaz, que busca principalmente entretener y hacer caja, y que tiene la corrección como principal rasgo distintivo.

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