Teatro Español: ¿Hay vida después de los clásicos?
No hay semana en la que no se suba a escena un autor de los de toda la vida. Da igual que venga del Siglo de Oro que de la Grecia Antigua o de la primera mitad del XX, siempre reaparecen. ¿Hay alternativas? ¿No hay espacio para dramaturgos de hoy, para el riesgo? ¿Estamos a la altura de los grandes de siempre?
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No hay semana en la que no se suba a escena un autor de los de toda la vida. Da igual que venga del Siglo de Oro que de la Grecia Antigua o de la primera mitad del XX, siempre reaparecen. ¿Hay alternativas? ¿No hay espacio para dramaturgos de hoy, para el riesgo? ¿Estamos a la altura de los grandes de siempre?
No es raro mirar la cartelera teatral y pensar que por Madrid no ha pasado prácticamente el tiempo. Solo en los tres meses que llevamos de temporada, la lista de autores centenarios y milenarios que nos han visitado y visitan sobrepasa los dos dígitos ampliamente. Y subiendo. Los títulos, la puesta en escena, la propuesta y demás cambian, pero las firmas originales no: «Basada en...», «inspirada en...», «a partir de...». Una da relevo a otra. A excepción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, por razones obvias, los grandes escenarios de la capital tienden a arriesgar muy poco con plumas actuales. «Todos pensamos que un título sonoro e importante, en teoría, debe atraer a más público. Se intenta de alguna manera que se deje llevar por grandes nombres», reconoce Aitor Tejada, reciente Premio Nacional, junto al resto del equipo de Teatro Kamikaze. «Cuando nosotros empezamos, programamos adaptaciones de clásicos y todavía tendremos alguno –continúa–, pero ahora mismo nos hemos enfocado más en la dramaturgia contemporánea». Es la apuesta de los actuales gestores del Pavón, que, comentan, «sabiendo que es más fácil poner un ‘‘Tartufo’’ o un ‘‘Hamlet’’ –como hicieron el pasado curso–, en la que tenemos por delante hemos apostado, por ejemplo, por ‘‘La valentía’’, de Alfredo Sanzol, que todavía no sabemos ni lo que va a escribir».
Lenguajes caducos
Aun así, desde que los kamikazes repusieran «Antígona», de Sófocles, en agosto –eso sí, versionada y dirigida por Miguel del Arco–, la lista de dramaturgos «de toda la vida» que han visitado las tablas madrileñas no ha ido más que en aumento. Harold Pinter, ya del siglo XX, pisó la misma escena con «El amante», aunque en versión «gastroescénica», presentaban. Como también D. H. Lawrence dejó ver su inspiración en «El lunar de Lady Chatterley» que presentó Ana Fernández en el Español. Virginia Woolf, con «Una habitación propia», y Copi, en un programa doble levantado a medias entre Francia y Argentina, también pasaron por la plaza de Santa Ana. Otro que abrió temporada tirando de ilustres fue el Centro Dramático Nacional (CND), que recurrió a Lorca, con sus «Bodas de sangre» –abordadas ahora por Messiez–. Por supuesto: Chejov, que ha reunido cuatro «Tío Vania» en un mes solo en Madrid, y Shakespeare, un indispensable ya sea por su reposición, inspiración o reinterpretación. No hay temporada teatral si no aparecen estos dos grandes maestros. Eurípides, Buñuel –recuperado para las tablas por Blanca Portillo–, Buero Vallejo, Valle-Inclán, más Lorca, Beckett, Cervantes –cómo no–, Azorín, Zweig y compañía engrosan el montante. Todos dejaron una obra que les hizo inmortales. Temas de ayer y de antes de ayer que todavía hoy son actuales, de ahí su carácter de clásicos. Argumentos del pasado que solo requieren del lavado de cara oportuno para que la versión no resulte anacrónica.
Por ello, y sabiendo de antemano la importancia de los clásicos para construir un presente, la pregunta está ahí: ¿abusamos demasiado de ellos? ¿No hay textos intereantes de autores de hoy? Alberto Conejero, muy pegado a Lorca con su teatro, lo tiene claro: «Si acudimos a ello es porque siguen siendo nuestros contemporáneos. Son un reservorio de humanidad y de experiencia poética compartida. Una potencia inmarcesible que necesita del presente para ser teatro».
Propone el dramaturgo un intercambio entre el ayer y el hoy para darle vida a unos textos que en su fondo no pasan de moda. Así lo cree también el autor y director del CDN Ernesto Caballero, que advierte de que «olvidamos que utilizamos lenguajes caducos y el teatro es algo vivo. La palabra de Shakespeare, Calderón y Sófocles requiere una mirada actualizada». Pero el madrileño va un paso más allá y pone el foco de atención en los descuidos presentes, dándole a los clásicos una virtud que le cuesta encontrar en el presente, donde los grandes temas de la humanidad no se abordan: «Nos están diciendo [los clásicos] de qué se debe hablar, pero nos hemos achicado y nos da pudor entrar. Hacen falta clásicos contemporáneos». Así, el director «husmea» entre Max Aub, Valle-Inclán y Lorca, entre otros, para dar con un repertorio que, por norma, ocupa la sala grande del María Guerrero, por contra de la sala Princesa o el Valle-Inclán, más rompedoras. Encuentra Caballero acomodo en ambos mundos, el hoy y el ayer: mientras que el año pasado subió a su escenario «Un Jardiel de ida y vuelta», inspirado en la obra del escritor, en diciembre trae a la capital un texto propio como «La autora de las Meninas».
Poco alternativo
Conejero, como creador, defiende que los grandes temas sí los tocan «autoras y autores que están escribiendo muy buenos textos, aunque es cierto que los clásicos son una escuela iridiscente a la que siempre regresamos y salimos de ella mejores». A la tragedia griega acudió, como ya hacía Shakespeare, Wajdi Mouawad en «Incendios» –en octubre despidió su tercera estancia en La Abadía en un año– y completó así uno de los clásicos de hoy: autor y texto contemporáneos de éxito pleno en crítica y en taquilla. Porque, como dice Tejada, «ya está todo inventado», ya que los grandes temas de los clásicos son los diarios. «Ahora se hacen otras lecturas, pero es lo mismo», sigue.
Entonces, ¿dónde está el otro teatro alternativo, el de hoy? ¿No tiene espacio en los grandes escenarios? Desde Kamikaze se resisten a ello: «Nos negamos. Llevábamos unos años de teatro “off”, cuya burbuja ha pinchado, que ha venido muy bien para descubrir nuevos nombres, pero creemos que ese recambio tiene que empezar a llegar –habla Tejada–. Cuando yo era actor había cinco o seis directores que lo hacían todo y parecía que nadie podía romper esa barrera. Ahora es ese momento de descubrir nuevos autores. Hay una generación, entre los que cito a Sanzol y Padilla, que empiezan a estrenar. Es verdad que en circuitos bastante alternativos pero ya comienzan a subirse a llenar salas grandes». Emplaza así a los teatros públicos a «una labor que les corresponde. Parece que hay miedo a estrenar a un autor que nadie conoce. Pero hay que exponerse. Si no se le pone encima de un escenario no se va a saber quién es y si no ve sus textos montados no va a comprobar qué funciona y qué no para su próximo texto». «Vamos a lo seguro, no nos arriesgamos», comparten desde el Centro de Documentación Teatral. Y aprovecha para presentar, de nuevo, el programa que tienen hasta junio, en el que más del 80% de los montajes son de «dramaturgia contemporánea», su máxima. «Vamos a correr el riesgo, aun sabiendo que si no entra público en la sala aumentaremos la deuda y pese a que es el teatro público el que puede arriesgar más. No darle solo las salas pequeñas, sino hacerles saltar arriba sin esperar a que les den un Premio Nacional». Por su parte, Conejero propone romper las «lógicas binarias» de lo que es centro y de lo que es periferia, «de los que es alternativo y de lo que no es. Creo que a veces confundimos los sistemas de producción y/o exhibición con las poéticas, que se relacionan, por supuesto, pero que no son lo mismo», apunta. Sin embargo al final el problema, como explica Tejada, es el meter público en la sala. Y si la gente necesita nombres, nombres se le da, dejando al teatro alternativo contemporáneo en un lugar delicado: «Es un asunto complejo que se está pensando, analizando y debatiendo en diversos foros. Implica las políticas culturales y educativas de las diversas instituciones, la regularización profesional del sector, la lucha urgente contra la precarización, la facilitación del acceso a la cultura a todas las rentas, etc. Y de nuevo debemos ser precisos con los términos. Quién y por qué define lo que es alternativo», zanja Conejero. Precisamente suya es la próxima versión. Adivinen qué. Sí, otro clásico: «Troyanas», de Eurípides, desde este viernes.