Teatro

Ginebra

Voltaire-Rousseau, contra las «fake news» del siglo XVIII

Josep Maria Flotats estrena en el María Guerrero «La disputa», un texto de Prévand en el que los dos referentes de la Ilustración francesa chocarán en un diálogo sacado de textos originales de ambos.

Josep Maria Flotats (izda.), también director, y Pere Ponce se meten en la piel de Voltaire y Rousseau, respectivamente
Josep Maria Flotats (izda.), también director, y Pere Ponce se meten en la piel de Voltaire y Rousseau, respectivamentelarazon

Josep Maria Flotats estrena en el María Guerrero «La disputa», un texto de Prévand en el que los dos referentes de la Ilustración francesa chocarán en un diálogo sacado de textos originales de ambos.

Fue en el momento en el que «El contrato social» (1762), de Rousseau (1712-1778), llegó a manos de Voltaire (1694-1778) cuando la historia de ambos se unió definitivamente. El primero veía al autor de «Cándido» (1759) como un «maestro». Siempre lo entendió como tal negándose a aceptar todas las maldades que le hacían llegar. «Nunca se creyó nada de lo que le aseguraban que Voltaire, que era un diablo con la pluma y la lengua, había dicho contra él», reconoce Mauro Armiño, traductor de ambos. Sin embargo, al revés el gusto no era el mismo: «Me entran ganas de andar a cuatro patas, de volverme animal», suplicó el francés al leer la obra. Para Josep Maria Flotats era una cuestión de celos: «Mi teoría viene de mirar los retratos de ambos, Rousseau era evidentemente guapo y Voltaire nunca lo fue, éste conquistaba a las mujeres y a la sociedad con el “bla, bla, bla”, mientras que al otro le bastaba con dar los “buenos días”». Una rivalidad que se refleja en las cartas del «menos agraciado»: «¿Quién es ése que llega a París y es recibido por la alta aristocracia sin haber escrito más que cuatro cosas?», firmaba Voltaire.

Es ese enfrentamiento el que ahora recoge Flotats en el Teatro María Guerrero –desde mañana al 4 de marzo– con «Voltaire/Rousseau. La disputa». Reencarnado en Voltaire, el catalán dirige y comparte escenario con un hombre al que hizo debutar en su día, Pere Ponce (Rousseau), en un «cara a cara entre dos filósofos, dos escritores, dos pesos pesados de la cultura universal y del Siglo de las Luces y dos enciclopedistas. Pero, en ningún caso, es una obra filosófica y sí un debate en el que chocan ideas opuestas y en el que hablan de su vida, de sus problemas y de sus enfrentamientos. Defienden una ética y unos conceptos distintos. Polos opuestos que harán saltar muchas chispas», presenta Flotats. Es la nueva versión del texto de Jean-François Prévand que el autor ha preparado en exclusiva para la cita del CDN después de haber sido estrenada en 1991, en París, y reescrita más adelante. «La cultura francesa ha trabajado de una forma a estos dos hombres que no hemos hecho aquí –habla el director–, por lo que era necesaria esa adaptación».

Tras muchas tesis, escritos y estudios sobre el enfrentamiento histórico de dos personalidades tan diferentes, el montaje comienza con uno de los primeros choques: cuando Voltaire escribe el poema sobre el terremoto de Lisboa. Rousseau va a ver a su maestro para de decirle que ha leído el texto, pero que se mete con la Providencia y que él, como creyente, no lo puede permitir. Es el inicio de un montaje traducido por un Armiño que define a ambos protagonistas: «Mientras que Voltaire es un hombre que pertenece, o quiere pertenecer, a las clases nobles y que tiene el control absoluto de los ilustrados como el dios de su siglo que fue; Rousseau es un pobre plebeyo que nunca tuvo una casa al que todos desprecian bastante porque se enfrenta a la filosofía ilustrada. Es un autodidacta frente a los demás, que tienen estudios».

Dichoso panfleto

A partir de ahí, Prévand propone un enfrentamiento personal en el que se van filtrando las ideas que ambos tienen sobre la sociedad mediante frases reales entremezcladas hasta crear un diálogo teatral. En esta ocasión, es un panfleto anónimo el que mueve la acción y el que se acusa a Rousseau de haber abandonado a sus cinco hijos. Motivo por el que recurre a Voltaire para averiguar quién es el autor de este «fake new» del siglo XVIII.

Fueron ellos las cabezas visibles del movimiento de los ilustrados y la evolución de las convicciones sociales frente al Antiguo Régimen, «por lo que su influencia en la Revolución francesa fue total», añade Armiño. Si Rousseau sería ahora la encarnación de la extrema izquierda, Voltaire tendría una posición más progresista moderada, reconoce el traductor. Algo que llevaría a «rousseauistas» y «voltaireistas» a chocar en la época... y ahora. Tal es la postura contraria entre ambos que Prévand cuenta la anécdota de cuando giraba por Francia con «Voltaire’s Follies», el germen del texto actual. Una pieza que se llegó a representar en más de 3.000 ocasiones y que, en una de ésas, les llevó al Museo Rousseau. Fue entonces cuando, al pagar con un billete de 10 francos –donde el dibujo está dedicado al «maestro»–, el taquillero le paró: «Aquí no se acepta dinero con la efigie de Voltaire». Pero no fue hasta que la «tournée» le llevó a Ginebra (Suiza) cuando se completó la función actual, cuando el director del Museo Voltaire de la ciudad invitó al autor a su despacho y en él tenía los bustos –esculpidos por Houdon– de ambos filósofos de espaldas: «Ahí tuvo la idea del diálogo», recuerda Flotats.

Una importancia ante la que hasta Víctor Hugo quiso rendirse, recuerda Flotats, reflejándolos en «Los miserables» en boca de Gavroche, quien entona una canción folclórica que alude a ambos y que el director español, pese a los intentos, no ha logrado averiguar «si fue una invención del escritor o de la tradición popular francesa». Lo que sí tiene claro es que «el siglo XXI necesita unos cuantos Voltaires» en la sociedad y en la política, un arte que el filósofo define en la obra como «la posibilidad ofrecida a gente sin escrúpulos de oprimir a gente sin memoria». Sabía mucho de ello, explica Armiño, «pues la hacía por debajo con las cartas que escribía. Todos –cabezas coronadas, aristócratas, hombres importantes...– acudían a él mientras Rousseau estaba buscando a alguien que le diera de comer», cierra.