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Tom Hanks: De garbeo por la Gran Manzana

El actor publica su primer libro: «Tipos singulares y otros relatos» (Roca editorial). Un volumen que sale a la venta el jueves y que reúne una serie de cuentos que ahondan en diferentes géneros y que tocan distintos estilos

Tom Hanks
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El actor publica su primer libro: «Tipos singulares y otros relatos» (Roca editorial). Un volumen que sale a la venta el jueves y que reúne una serie de cuentos que ahondan en diferentes géneros y que tocan distintos estilos.

¡NUEVA YORK! De garbeo yo solo durante tres días, porque mi mujer me dejó que la acompañara a la ciudad mientras ella celebraba el vigésimo quinto encuentro con las chicas de su hermandad universitaria Gotta Getta Guy. No había estado en la isla de Manhattan desde que representaban «Cats» en Broadway ni las teles de los hoteles eran de alta definición.

BUENO, ¿QUÉ HAY DE NUEVO en Nueva York? Demasiado si conservas recuerdos entrañables del lugar, pero muy poco si la Ciudad Desnuda te deja la sensación de, bueno, de estar desnudo. Yo creo que Nueva York queda mejor en la tele y en las películas, donde basta silbar para parar un taxi y los superhéroes siempre acaban triunfando. En el mundo real (el nuestro) cada día en Gotham es un poco como el desfile del Día de Acción de Gracias de Macy’s y un mucho como la zona de recogida de equipajes tras un largo y abarrotado vuelo.

SALIR A PATEARSE la Gran Ciudad enseguida es un requisito imprescindible, sobre todo si tu señora se lleva el historial crediticio de la familia a todas esas grandes tiendas con un único nombre: Bergdorf’s, Goodman’s, Saks, Bloomie’s, ninguna de las cuales es mejor que nuestra Henworthy’s, que lleva abierta en la Séptima y Sycamore desde 1952. Para mi nivel adquisitivo (cada vez menor) esos establecimientos de lujo cobran demasiado por un simple bolso de marca. Pero hay que reconocerle a New York, New York, que caminar por esas calles es un espectáculo en sí mismo. O sea, ¿a dónde va toda esa gente?

¿A CENTRAL PARK, QUIZÁ? Ese gran rectángulo de follaje contiene más músicos que la East Valley High School Marching Band, aunque cada uno actúa por su cuenta. Todos esos saxofonistas, trompetistas, violinistas, acordeonistas y al menos un intérprete japonés de samisen compiten con el músico muerto de hambre que toca a pocos metros, formando entre todos una especie de tocata y fuga funky que arruina la relativa calma del parque. Si a eso le añades centenares de corredores, marchadores y ciclistas serios, un número igual de vagos, turistas con bici alquilada, triciclos con pasajeros, caballos y carruajes que consiguen que el parque apeste como un zoo de mascotas, acabas echando de menos nuestro parque Spitz Riverside, que tiene menos vistas de postal, cierto, pero cuyas ardillas trimetropolitanas parecen mucho más felices. Yendo a pie, cruzas el parque desde las calles del East Side, donde se alzan las antiguas mansiones de los magnates, hasta las avenidas del West Side, atestadas de locales de Starbucks, the Gap y Bed, Bath & Beyond. ¿Acaso me había ido a meter en nuestro propio centro comercial Hillcrest en Pearman? Daba esa impresión, sí, pero ¿dónde estaba el baño?

NO CARECE DE MAGIA la Metrópolis, también conocida como Nueva York, he de reconocerlo.

Cuando el sol se oculta detrás de los rascacielos y deja de abrasar el asfalto, es agradable descansar en una terraza con un buen cóctel en la mano. Ahí es cuando la ciudad yanqui tiene todo el encanto de nuestro Patio Bar y Asador Country Market. Me senté a una mesa y, dando sorbos, observé cómo desfilaba todo un mundo de neoyorquinos excéntricos. Vi a un hombre que llevaba a un gato sobre los hombros, turistas europeas con unos pantalones ceñidísimos, una brigada de bomberos que llegó con su camión, se metió en un bloque de apartamentos y salió al rato hablando de un detector de humos defectuoso; vi también a un hombre que iba haciendo rodar por la calle un telescopio de fabricación casera, al actor Kiefer Sutherland pasando de largo y a una mujer con un gran pájaro blanco en un hombro. Espero que no se tropezara con el tipo del gato.

UNA ENSALADA CÉSAR es el test infalible en el hotel de cualquier restaurante. ¡Tomen nota! Nuestro Sun Garden/Red Lion Inn del aeropuerto sirve una auténtica maravilla, pero en el restaurante de Times Square –cena antes del teatro con esposa y compañeras (todavía atractivas) de universidad–, mi ensalada estaba mustia y el aliño demasiado ácido. ¡Al cuerno, César! En cuanto pagué la cuenta, las chicas se fueron a ver la producción de Broadway «Chicago», que es como la película, pero sin primeros planos. Yo no entiendo mucho de musicales, pero apostaría a que lo que vieron esa noche no era mucho mejor que la producción de Roaring-Twenty Somethings del Departamento de Arte Dramático del Meadow Hills Community College, que se representó en el Festival de Teatro del American College el año pasado. ¿La Gran Vía Blanca supera lo mejor de la Tri-Cities? No, en opinión de este reportero.

SI TIENES HAMBRE y te mueres por una salchicha de Fránkfurt, las venden por todo Manhattan: en las esquinas, a cada paso en el parque y en las estaciones de metro, junto con zumo de papaya. Ninguna de esas salchichas supera un buen perrito caliente del Butterworth’s Hot Dog Emporium de Grand Lake Drive. Un bagel en Manhattan despierta una veneración religiosa, ya se sabe; pero la cafetería Crane’s West Side sirve unos panecillos de levadura realmente divinos a los habitantes de Tri-Cities. También se habla mucho de la pizza al estilo New York, New York, pero yo prefiero gastar mi dinero en una porción de Lamonica’s Neopolitan, y, además, reparten en un área de quince kilómetros alrededor de cada una de sus catorce sucursales. Y hablando de comida italiana, el Anthony’s Italian Cellar, en Harbor View, tiene la misma autenticidad que cualquier garito de Little Italy, y sin asesinatos de la mafia.

¿ALGO QUE TENGA NUEVA YORK y de lo que nosotros carezcamos en nuestra Tri-Cities? No gran cosa, pues la tele nos ofrece todos los deportes y los medios del mundo, e Internet nos proporciona lo demás. Reconozco que la multitud de museos de Manhattan es estupenda, impresionante, maravillosa, etcétera. Poder entrar en, pongamos, un antiguo templo de Dendur o en una sala llena de huesos de dinosaurio ensamblados justifica la excursión, incluso si has de compartirla con escolares de todo el estado y turistas de todo el mundo. Yo dediqué a los museos un día entero cuando las mujeres reservaron tratamientos faciales, masaje y pedicura (también conocidos como remedios para la resaca). Vi cuadros que nunca comprenderé, una «Instalación» que no era más que una habitación llena de muestras de moqueta hechas trizas, y una escultura que parecía un enorme, herrumbroso y abollado refrigerador. Ars Gratia Artis (El arte por el arte), rugía el león de la MGM.

MI ÚLTIMO MUSEO fue ese sitio de Arte Moderno, donde vi una película que no era más que una muestra de cómo pasa el tiempo: sí, en serio, un montón de relojes antiguos haciendo tic tac y de gente mirando sus relojes de pulsera. Aguanté diez minutos. En el piso de arriba, había un lienzo blanco con un tajo de cuchillo en medio. Una luz azul coloreaba la base de otro lienzo, cuya parte superior se volvía de color azul oscuro. En el hueco de la escalera tenían un helicóptero de verdad colgado del techo, como un pajarraco inmovilizado en pleno vuelo. En lo alto de la escalera, un par de máquinas de escribir italianas (una versión grande y otra pequeña del mismo modelo) se hallaban expuestas tras un cristal como si estuvieran incrustadas de piedras preciosas. ¡Y de eso nada! Ni siquiera debían de tener más de cincuenta años de antigüedad. No pude evitar pensar que nuestra Tri-Cities podría reunir una colección de máquinas usadas para exponerlas y cobrar entrada. El local vacío de la fábrica de jamón Baxter’s, de Wyatt Boulevard, está disponible. ¿Hay alguien con suficiente espíritu cívico para ponerse manos a la obra en ese proyecto?

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