Dos trofeos en Sevilla con los toros de la tormenta (y no perfecta)
Álvaro Lorenzo y Ginés Marín cortan una oreja cada uno con una deslucida corrida de Juan Pedro Domecq en la novena del abono
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La maldición se repetía otra vez. Ni gota había caído sobre Sevilla durante el día hasta el mismo segundo en el que se abrió la puerta del miedo y comenzó el paseíllo. De locos. Fue el momento de los truenos, los relámpagos y el agua. El más difícil todavía. Suponía el regreso de Daniel Luque después de la Puerta del Príncipe. Aquel día que el torero de Gerena le echó valor del bueno. Lo sacaron a saludar antes de poner el contador a cero. Justo antes de renovar los votos y vérselas con el primer toro de Juan Pedro, que era un grandullón que iba y venía sin demasiada entrega ni ganas y la faena navegó con los mismos tintes y el recuerdo todavía de lo vivido días atrás.
No tuvo fondo y sí mala clase el cuarto. Se revolvía rápido cuando veía que podía hacer presa con mínimo esfuerzo. Era el último cartucho de la tarde de Luque y se intentó justificar sobre la quietud. Ni más ni menos.
Tampoco tuvo fondo el segundo de la tarde. Álvaro Lorenzo quiso hacerle las cosas bien. Reducir la velocidad, el ritmo que llevaba como la tormenta, pero en cuanto tomó dos veces el engaño con cierta continuidad, se vino abajo. La faena duró más de las alegrías que tenía el toro y se hizo pesado.
Álvaro Lorenzo
El quinto tuvo el hierro de Parladé y se partió la punta del pitón nada más salir del ímpetu con el que remató. Fue el toro que con más codicia llegó al último tercio, aunque acudía con todo. De más a menos fue la labor de Álvaro Lorenzo, que acabó un punto amontonado y y sin acabar de pulir ese bronco ritmo del toro. Las bernadinas acabaron de calentar para que tras la estocada le concedieran la oreja, como si fuera la de consolación por la tarde que llevábamos.
Un imposible fue lo que tuvo delante Ginés como tercero. Ni entrega ni poder. No humilló ni una sola vez el Juampedro. Sostener así la faena era misión imposible. Y en eso se convirtió.
El sexto también era de Parladé y al menos se movió. Para rajarse siempre. Bronco, a la defensiva, pero en esa movilidad del toro Ginés montó una faena irregular, pero siempre interesante. Al natural logró los mejores pasajes, los más reunidos y templados. La gente lo supo ver y agradeció. Tras la espada, el premio. La tarde no había dado para más. Eran los toros de la tormenta ( y no perfecta) lo decíamos en el titular, por echarle literatura a una corrida sin fondo ni clase. Y van...