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El Juli sale por la Puerta del Príncipe en una Sevilla sin rumbo

El madrileño suma los tres trofeos y uno corta Manzanares de un gran encierro de Garcigrande
Raul CaroEFE

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Una sonrisa se les escapó a Aguado y Manzanares al verse en el patio de cuadrillas a pocos minutos de hacer el paseo en Sevilla. Habían elegido mismo color y bordado en azabache para esta Feria de Abril. El Juli no escapaba lejos, pero en oro. La lluvia vino antes esta vez. Pertinaz e impertinente cada tarde, aunque dio tregua. Aún así los tendidos se llenaron a rebosar. Aguado y Sevilla era una ecuación muy jugosa como para perdérsela. El toreo vibra ante la incertidumbre de lo que pueda venir, la emoción de lo imprevisible. Y ahí justo la tarde nos metió el primer gol. Un Domingo Hernández, que salía suelto de los primeros tercios, se entregó en la muleta de El Juli con la claridad, humillación y clase que hace que el toro sea un animal único. Qué tremendo. Tomaba las muleta con la curva de la felicidad, sin querer soltar los vuelos ni un solo instante. De ahí que los muletazos se convirtieran en eternidad, de ahí que costará dejar de mirar lo que hacía el de Domingo porque él en sí mismo era un espectáculo, el eje que llenaba todos los espacios. Soñarlo mejor para el toreo es difícil, los habrá más bravos en el caballo, pero ver cómo a El Juli le bastaba sacar media muleta para torearlo al natural o los pases de pecho que podía convertir en casi circulares, era una delicia. Julián, que conoce la casa lo supo antes que nadie, y lo disfrutó. Dejó sobre el albero fogonazos de toreo largo y profundo con otros que alargaba tanto el muletazo que se desdibujaba la belleza con la pierna retrasada. No estuvo a la altura del toro ni elevó la faena a lo inolvidable. La estocada fue limpia y efectiva. Dos trofeos para Julián y ovación para el toro, tibia para lo grande que había sido.
El cuarto fue Garcigrande a la medida para lo que estaba pasando. Noble y franco. La faena de Juli fue tan templada como por fuera, pero si eso es lo que gusta y se jalea. Ole, con ole y ole. No comparto. Hay triunfos que pasan los años y las emociones todavía deambulan, saberte espectador de un acontecimiento incomparable. Emociones que estrujan y empujan entre el cielo y el infierno. Lo de ayer fue otra cosa.
Vino con alegrías el segundo, por bueno, repetidor y franco. Manzanares anduvo delante de él, como si supiera que tenía toro y rebuscara las teclas pero no encontraba ni media. Ni frío ni calor durante la faena, hasta ya vencidos los plazos cuando de verdad se la dejó puesta y ligó una tanda extraordinaria. La espada bajó el calentón.
Bueno echó también el quinto. Casi pleno. A Manzanares se le fue el tiempo en probaturas, espacios en blanco, solo invadidos por su empaque (sin necesidad de toro). De vez en cuando dejaba el engaño en la cara y arrancaba una tanda buena y vuelta a empezar. Esta vez la espada dijo sí.
Hubiera sido de justicia divina que el tercero hubiera tenido algo de la clase de los anteriores. Pero no. Poco pudo hacer Aguado.
Y entonces salió el sexto, se abrió Pablo de capote y crujió Sevilla con el corazón, oles de verdad. Iván García se desmonteró después. El toro se quiso rajar y en esas coordenadas transcurrió una faena periférica. El corridón lo había echado Garcigrande y El Juli se iba por la Puerta del Príncipe, la séptima de su carrera. Sevilla sin rumbo.
Ficha del festejo
Sevilla. Se lidiaron toros de Garcigrande y Domingo Hernández, 1º, 2º y 6º. El 1º, extraordinario; 2º, bravo; 3º, deslucido;4º, noble; 5º, bravo y bueno; 6º, tan noble como rajado. Lleno de «No hay billetes».
El Juli, de burdeos y oro, buena estocada (dos orejas); pinchazo, estocada trasera y baja (oreja).
José María Manzanares, de burdeos y azabache, tres pinchazos, estocada, aviso (silencio) ; estocada (oreja).
Pablo Aguado, de burdeos y azabache, estocada corta, cuatro descabellos, aviso (silencio); pinchazo, media (silencio).