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Leo Valadez triunfa a las bravas en Madrid

El mexicano, que confirmaba su alternativa, cortó un trofeo en una faena dura y exigente al sexto y Manuel Escribano dio una vuelta al ruedo en San Isidro
Alfredo Arévalo/Plaza1

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También venido de México llegó a Madrid Leo Valadez. Nos habíamos librado del viento hasta ahora, pero después del bochorno y el diluvió aterrizó en la de normal ventosa plaza. A Leo le importó relativamente. Se las vio en primer lugar con un remiendo de Matilla a la corrida de Torrealta, que pitones tenía como puñales. Al tercer lance quizá se echó el capote a la espalda y esas coordenadas sorprendentes las mantuvo en toda la faena. Apretó el toro en el caballo y con un molinete de rodillas en mitad de la plaza lo desafió como comienzo de faena. Inesperado. Tenía buen ritmo el toro dentro de su bravura. Leo también. Al valor le acompaña el temple y querer hacer las cosas bien. Era el día de su confirmación y apuntó cosas buenas. Al de Matilla le fallaron las fuerzas y la faena no tuvo consistencia plena pero sí seriedad absoluta.
Brillante fue el tercio de banderillas compartido y una amargura lo que vivimos después con el sexto de Torrealta. Un animal encastado y derrotón que la tenía guardada en cualquier instante. Y así fue. Por el derecho lo marcó, avisó. Hizo Valadez como si nada y en un natural no lo perdonó. Lo cogió con una agresividad tremenda. Volvió a la cara del toro como si nada, a pesar de que estaba deshecho. Cuajó dos tandas de extraordinario mérito y una estocada con mucha verdad y honestidad. El trofeo era suyo. Y la tarde.
El Fandi
El Fandi compartió tercio de banderillas con sus compañeros. Había recibido al segundo con una larga cambiada, pero al poco de comenzar la faena el toro se rajó y tuvo que ser todo ahí. Tanto que la suerte suprema fue en paralelo a tablas. Cerrado en toriles hizo Fandi la faena con más voluntad que brillantez azotado por el viento con un toro que cuando tomaba el engaño lo hacía largo y con poder.
El cuarto estuvo a punto de conseguir casi lo imposible: poner en apuros a El Fandi en banderillas. Lo hizo, aunque el control de los terrenos del granadino le permitió salir del entuerto, que no era fácil más que airoso. El de Torrealta iba como un tren a cada encuentro y había hecho extraños a los peones. Fue después un toro para dejar sin oxígeno a Fandi. Encastado y exigente de principio a fin. De esos de echar la moneda al aire y ver qué pasa. Le faltó ese punto de entrega, pero ni casta ni emoción. Fandi intentó plantarle cara, pero le pesó mucho la exigencia del animal.
A portagayola se fue Escribano con el tercero. Las buenas intenciones del sevillano se fueron difuminando con la evolución del tercero, cada vez más complicado en su movilidad. De nuevo en la boca del miedo fue a recibir al quinto, de García Jiménez. Ese toro que tuvo movilidad y repetición con la eterna intención de querer rajarse, pero sin dejar de acudir a la muleta. Cuando lo exigió y le dejó el engaño en la cara el toro repitió con una transmisión tremenda. La faena de Escribano tuvo una voluntad férrea desde los primeros compases y marcada por la honestidad con el toro. Por el diestro le cuajó algunos muletazos de mano baja en los que el toro se rompió y al natural dejó solvencia y temple en su toreo. La estocada fue trasera y baja. Hubo petición sin concesión y una vuelta al ruedo. Todavía nos quedaba que Leo nos pusiera el corazón en la boca.