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Bocados de futuro en la novillada de Albacete

Molina y Hernández salen a hombros y confirman su madurez
ALCOLEA
La Razón
  • Paco Delgado

    Paco Delgado

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El lunes, siempre cargando con los excesos del plácido domingo, y el que ya la vida civil en Albacete hubiese retornado a la normalidad en todos su ámbitos -además del poco halagüeño aspecto del cielo: negro y amenazador como Hacienda- debió influir en que la plaza de Albacete registrase la más floja entrada de lo que va de feria para presenciar la segunda novillada del abono. Un festejo que, sin embargo, anunciaba, a tres de los más atractivos novilleros del momento. Con todo se logró cubrir la mitad del aforo, lo que no está nada mal, aunque en esta plaza pueda saber a poco.
Y, efectivamente, nada más romperse el paseíllo comenzó a llover. Lo que no influyó en el ánimo de Víctor Hernández, que toreó primorosamente a la verónica al recibir al novillo que abría plaza y al ejecutar las tafalleras combinadas con faroles con que quitó. Vertical, impávido, firme, demostró que sabe torear: poderoso con la derecha y rompiéndose la cintura al natural. Apuró de cabo a rabo a su buen primer oponente y demostró que está ya también para empresas mayores.
Evidenció su clase de nuevo al torear de capa al cuarto, bonancible pero con un punto de sosería y del que estuvo muy por encima en un trasteo de tanta facilidad que costó llegar al tendido.
Veroniqueó con gusto y hondura Molina al segundo, con el que dejó ver su extraordinario sentido del temple -recordando no poco al gran torero de la tierra, el inolvidable Dámaso-, llevando cosido a la tela a otro noble ejemplar de Montealto, al que sacó hasta el último muletazo que tuvo sin consentir ni un enganchón.
Tras el frustrado brindis a su cuadrilla -el novillo se arrancó de improviso al grupo-, salió encorajinado y encendido, tirando de mando y raza para someter a un astado rebrincado pero codicioso, exhibiendo de nuevo ese temple que puede ser su imagen de marca.
Apretó el tercero, poniendo en dificultades a los banderilleros de Álvaro Alarcón, que también sufrió el genio del animal, al que dio mucha coba y quizá demasiados respiros. Puso empeño, ganas y tiempo -escuchó un aviso antes de buscar la espada de verdad- pero no dio con la tecla para someter al novillo.
Con sus dos compañeros ya con la puerta grande ganada, al novillero toledano no le quedó otra que ir a por todas con el que cerró plaza, un toro con toda la barba y no poco poder, que fue a su aire y derribó sin esfuerzo al picador. Alarcón buscó su premio a base de valor y reiteración, pero quizá por un camino ya muy trillado por sus colegas y sin que las condiciones del novillo fuesen las ideales para ello.
Albacete, 12 de septiembre.
Quinta de feria
Alrededor de media entrada.
Novillos de Montealto, bien presentados y de buen juego en general.
Víctor Hernández (de lila y oro), casi entera, oreja; entera, aviso, descabello, oreja.
José Fernando Molina (de verdegay y oro), pinchazo hondo y descabello, oreja; entera, dos orejas.
Álvaro Alarcón (de blanco y plata), entera caída, ovación; pinchazo, entera, aviso, silencio.