El arte al rescate en Madrid
Ortega da una vuelta tras una faena de pellizco y Aguado deja pasajes notables en el deslucido encierro de El Pilar
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Ya se ponía la cosa seria porque ocurría lo que las figuras habían evitado (o no se había intentado con suficiente interés) pisar Madrid en la Feria de Otoño. A casi nadie se le escapa que la Monumental es siempre palabras mayores y con la temporada echada un esfuerzo mayúsculo. Es por eso que este año la cosa resultaba más interesante. Falta hace poner al servicio de la afición todos los recursos para recuperar la ilusión. Que Madrid sea centro y eje de la Tauromaquia en octubre, también lo es para los que están más arriba. Tocaba y apetecía ver a Diego Urdiales, que nos lo robaron donde suele ser tierra santa, en Bilbao, y con el toro de esta plaza más todavía. Era serio el primero, aunque en tablilla apenas pasaba los 500 kilos. Tenía buena condición porque descolgaba la cara, pero le faltó fuerza y poder y eso hizo que el animal acabará por defenderse en las telas de Urdiales. El riojano enseñó al animal por ambos pitones y lo mató con brillantez. Poco pudo hacer con un cuarto descastado que transmitía cero.
A Juan Ortega nos pareció verle o quisimos, qué sé yo, dos o tres verónicas que nos recordaban el toreo, el suyo. Así fueron los comienzos de faena, con la rodilla en tierra, fogonazos directos al pecho. Y se acabó. El resto, migajas. El toro no tenía fuerza ni poder y lo que hacía era quedarse, no querer pasar y entonces la faena acabó siendo un imposible, un espejismo.
Precioso fue el comienzo de la del quinto, un huracán de emociones. Allí mismo. Ortega en su mejor versión. Después ocurrió la vida, el toro que se desmoronaba, falto de casta, sin acabar de querer ir hasta el final, pero bello el toreo de Ortega, a pellizcos. Le faltó la izquierda y lo bordó con la espada y en la rectitud. Ese Ortega tiene dentro un misterio.
Muy cuesta arriba fue el tercero, miraba de tú a tú, por encima del hombro, hasta que Pablo Aguado salió a escena y sembró con el capote los lances de la tarde: el toreo. Qué despacio y qué bonito, sin prisas con una cadencia que le es propia y a veces ajena. Por delantales después, enajenado de toreo, preso de sí mismo. Pablo era el Aguado que nos conquistó. Daba la sensación de que era aquí y ahora. Bello el comienzo de faena, su manera de andar por la plaza, la expectación suscitada. Nos tuvo en vilo en todo momento esperando el muletazo perfecto, la serie con su firma. Dejó Aguado pasajes sueltos más que un conjunto macizo y lo engrandeció en los remates, con aire de torero grande. En lo fundamental nos faltó esa serie que hubiera prendido una llama irreversible.
El sexto iba y venía sin más y así la faena. La tarde quedó en los pellizcos de dos toreros que hace poco nos hicieron soñar y nos recordaron el porqué. El arte había salido al rescate. A Diego no le quedó ni un resquicio para el toreo. Y el suyo es del bueno. La corrida no sirvió.
Ficha
Las Ventas. Cuarta de la Feria de Otoño. Toros de El Pilar, desiguales y justos de presentación. Casi lleno en los tendidos. El 1º, noble pero justo de poder y protestón; el 2º, imposible, parado y sin querer pasar; el 3º, de buen juego; el 4º, descastado; el 5º, noble y a menos, sin empujar en la muleta; el 6º, va y viene. Minuto de silencio por el matador Luis Alfonso Garcés.
Diego Urdiales, de verde hoja y oro, estocada buena (silencio); estocada tendida (silencio).
Juan Ortega, de verde botella, dos pinchazos, aviso, estocada (silencio); buena estocada (vuelta).
Pablo Aguado, estocada caída (saludos) dos pinchazos, media leve, dos descabellos (silencio).