Obituario
Murió Claudio Huerta, figura clave de la ganadería mexicana del siglo XX
El criador jalisciense, marcado por su exigencia y sentido del humor, deja tras de sí una divisa respetada y tardes imborrables para la afición

Claudio Huerta de la Torre falleció a los 85 años tras varios meses de complicaciones de salud, pero su nombre ya estaba desde hace tiempo grabado en los libros de la tauromaquia mexicana. Arquitecto de formación y apasionado del toro bravo por decisión propia, fundó en 1974 una ganadería sin más herencia que su empeño, su criterio y una convicción férrea en lo que debía ser un toro de lidia: serio, con trapío, y que impusiera respeto desde que asomaba por toriles.
Nacido en Mezquitic, Jalisco, el 22 de enero de 1943, Huerta no provenía de estirpe taurina, pero se casó con la hija y nieta de reconocidos empresarios del toreo, lo que sin duda lo acercó a un mundo que terminaría por conquistarle. De la arquitectura al campo bravo, el paso no fue lógico, pero sí visceral. Arrancó con vacas y sementales de Javier Garfias y San Martín, y en 1982 debutó con corrida completa en San Luis Potosí, dejando huella desde el primer momento.
A lo largo de más de cinco décadas, su ganadería protagonizó algunas de las tardes más recordadas en México. Manolo Mejía indultó a "Notario" en Pachuca en 1984; José María Manzanares y Jorge Gutiérrez cortaron orejas y rabo al año siguiente en la misma plaza. Pero una de las fechas grabadas a fuego es el 27 de abril de 1989, en la Feria de San Marcos: Joselito salió en hombros tras desorejar a "Sanmarqueño", un toro que aún se menciona entre los aficionados de Aguascalientes.
El carácter de Huerta fue siempre afable, pero con el toro, exigente. No toleraba concesiones con la bravura ni con la presencia. "El toro debe imponer", decía. Ya retirado de la vida activa del campo, seguía cada encierro por la radio y por los relatos de su familia. Su última corrida se lidió el 16 de agosto, y aunque no acudió a la plaza, estuvo pendiente como siempre, comentando con los suyos cada embestida.
Pasó sus últimos años rodeado de su familia en Ojuelos, Jalisco, donde su hijo Claudio continúa al frente de la ganadería. Su nuera Claudia y sus nietos, Claudio y Pablo, lo acompañaban en el día a día. El lunes anterior a su muerte lo pasó tranquilo, lúcido y con su habitual sentido del humor, pero al anochecer se sintió mal. Fue trasladado al hospital, donde sufrió un infarto. Los médicos no pudieron revertir el cuadro.
Claudio Huerta no buscó homenajes en vida, ni mitologías en torno a su figura. Lo suyo fue trabajar, criar y confiar en lo que su criterio dictaba. En un país con apellidos ganaderos centenarios, él construyó uno propio, desde cero, y lo hizo respetado. El hierro de tabaco, naranja y rojo que lleva su nombre seguirá lidiando bajo la mirada de su descendencia, pero la filosofía que lo fundó muere con él: la del toro íntegro y el ganadero sin poses.