Pablo Hermoso de Mendoza: «Sin Guillermo en escena, no habría sido capaz de dejar de torear»
El jinete navarro es una leyenda viva, ya no del rejoneo, sino del toreo en general y este sábado se despide del público madrileño
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Antes de Pablo Hermoso de Mendoza estaba el rejoneo, sí. Pero con el jinete navarro nació el toreo a caballo. Lo suyo ha sido mucho más que una revolución en esta profesión y en el toreo en general. Su nombre sólo es comparable al de Joselito y Belmonte en el toreo moderno. Y dice adiós. Mañana Madrid le verá por última vez en activo.
Pablo, ¿saber que ha alcanzado todo en el rejoneo hace más fácil el decir adiós?
En absoluto, sobre todo cuando ha sido tu vida la que ha estado involucrada en esto desde el principio. Cuando me planteé el adiós pensé hacer un solo evento, hacer una campaña, irme en silencio o decir un día “bueno, ya me he retirado”. Pero en Latinoamérica aprendí ese gesto de educación de saludar al llegar y despedirte al salir, así que no lo podía hacer de otra manera. Lo que no podía dimensionar es que, por ejemplo, en México se iba a convertir en todo un acontecimiento y se generó todo un movimiento alrededor, que sirvió para dar muchas posibilidades a compañeros míos, a ganaderos y terminó siendo una inyección interesante a la tauromaquia mexicana. Aquí será diferente, pero es verdad que cuando ves plazas que te han marcado la vida, la nostalgia aparece y cuesta soltar.
Si Guillermo no fuera rejoneador, ¿se habría ido?
No, sin mi hijo en escena creo que me hubiera ido difuminando, toreando cada vez menos, pero manteniendo la llama viva hasta cuando hubiera podido, en sitios y lugares especiales, pero no hubiera podido echar el cerrojazo. El rejoneo vertebra mi vida, mi familia, mi todo.
¿Qué es lo que más cuesta dejar?
Quizás el deseo de volver a vivir los momentos más felices de tu vida y sentir el cariño de la gente. Por ejemplo, cuando hago el paseíllo en plazas y lugares que han sido importantes para mí, que han marcado mi vida, y seguro me pasará en Las Ventas el sábado, pienso “es la última vez que hago esto aquí” y se hace duro. La nostalgia. Pero también me apetece irme porque son treinta y muchos años viviendo en torero en cuerpo y alma, dedicando mi vida y parte de la vida de mi familia a todo esto, y ahora quiero reencontrarme un poco con la persona, volver a tener para mí el tiempo y el espacio que la profesión me ha exigido. Aunque mi vida será muy parecida, me fascina la crianza de los caballos, seguiré montando, seguiré viviendo el toreo a través de Guillermo, pero ahora sin esa adrenalina de pisar el ruedo.
¿Cómo sueña el adiós de Madrid?
[Suspira] No he querido meterme la presión de un adiós de Puerta Grande por muchas cosas. Sería bonito un buen cierre, pero tampoco quiero la frustración en caso de que no sea posible. Las Ventas ha significado muchísimo para mí, he tenido distintas etapas en mi relación con esta plaza. Aquí viví los momentos más bonitos que un torero puede tener y también algunos de los más duros. Cuando llegué las primeras veces sentí que me resultaba fácil, sabía que tenía que arriesgar, las cosas me salían y la plaza estaba conmigo. Después, con la madurez, no bastaba como arriesgar, ya tenía que haber calidad extra en lo que hacía, tenía que haber limpieza, no era el riesgo por el riesgo. Esa transición me costó un poquito a nivel anímico, me pesó en lo personal y me costó adaptarme. Y luego pasé a una tercera etapa en la que encontré que siendo yo, haciendo mi toreo con naturalidad, con desparpajo, otra vez conectaba fácil con el público madrileño. Es cuando más he disfrutado de Las Ventas.
En Las Ventas pensó en retirarse.
Sí, puede que haya sido mi tarde más dura en una plaza. Fue la de la cornada de “Pata Negra”. Un percance de esa magnitud en público de uno de mis caballos, tan trágico y con esa repercusión mediática. El vivirlo ahí en los medios de la plaza, acompañando al caballo hasta el patio, sin saber si iba a vivir, fue algo para lo que no estaba preparado y cambió todos mis planteamientos de vida, me hizo cuestionarme muchas cosas, entre ellas mis principios profesionales. No quería seguir. Afortunadamente todo se resolvió bien en la clínica, el caballo se recuperó y todo volvió a la normalidad. También en Madrid he tenido el éxtasis de la gloria más rotunda. Todo eso me lo llevo grabado.
Con Pablo Hermoso el rejoneo cobró real importancia, ganó respeto en las empresas y los aficionados, los caballos adquirieron protagonismo y sentó una nueva forma de hacer las cosas desde la doma hasta el espectáculo en sí. De todo esto, ¿qué le hace sentir más orgulloso?
Sin duda, el protagonismo de los caballos y la forma de prepararlos, sin forzarlos. Permitirles que expresen su torería. Eso me hace feliz. De lo demás, quiero pensar que he ayudado en algo, sin ser el único.