Tremenda cogida de Rufo que salva yéndose a hombros en Santander
El torero paseó tres trofeos en la quinta corrida de la Feria de Santiago y convirtió el gran susto al entrar a matar en un triunfo al salir por la Puerta Grande
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La fuerza de Morante era un huracán. Todavía. No es fácil ver torear así. Después de sentir aquello se abre un abismo entre el embroque de Morante con esa verdad que te empuja las emociones (incluso dando igual si el muletazo es limpio o no, qué fuerza planetaria tendrá lo que ocurría ya de antes) y volver al mundo. Con una temperatura envidiable para el resto de la península afrontamos la corrida salmantina de El Pilar. La terna hizo el paseo como si se hubiera puesto de acuerdo, los tres ataviados con tonos que rondaban el nazareno y oro. Todos iguales. Una confusión total, que con la uniformidad que después nos dio la tarde abrumaba por momentos. Un lío.
El toro que abrió plaza obligó a la brevedad a José María Manzanares. La falta de fuerza no daba para más. El toro no tenía mala condición, pero le faltaba el resto. El alicantino quiso justificarse, mas lo hizo sin demora y fino con el acero. Algo similar sobrevino con el cuarto, que tampoco anduvo sobrado y la faena se hizo larga para poco en claro. En estos casos el tiempo apremia. La vida espera.
Alejandro Talavante se detuvo a la verónica buscando la estética y los tiempos. Así en el quite con el capote a la espalda. Era el segundo de la tarde, pero al toro le fallaron las fuerzas y la faena fue perdiendo el fuelle, la identidad de no poder ser aunque Talavante le buscara las vueltas.
Toro con opciones fue el quinto y Talavante anduvo más para él. Suavón y desmayado en el prólogo, gustándose de a pocos con la nobleza del animal que quiso ir detrás de las telas del extremeño con repetición. Se buscó Talavante por el toreo clásico, fundamental, centrado y ligado. Quiso asegurar con la espada, pero le faltó tino.
Sí se movió con más alegría el tercero. Sumó nobleza al último tercio y repetición. Buen toro tuvo Tomás Rufo, que lo vio claro y expuso en ese comienzo tan suyo de rodillas para torear al toro con la diestra en una buena tanda. Después la faena pasó por momentos dispares. En algunos encontró los tiempos al toro buscando el toreo más con los vuelos y llegar atrás, con la cintura, renunciando a las líneas. Reunido y bonito. En otros, sobre la derecha ya, tiró de los recursos del toreo moderno, que llegan con tanta facilidad al tendido, de ligar casi en círculo, pero el torero detrás, perdiendo la belleza del trazo del muletazo, del embarque, del cite, de la audacia y entrega de ver cómo se desenvuelve el muletazo. Los misterios de siempre/ versus el toreo moderno. La manera de entrar a matar estuvo cargada de entrega y verdad. Y la espada entró casi porque no le quedó otra. No solo lo hizo hasta la bola, sino que cayó arriba y paseó el primer trofeo de la tarde.
El sexto tuvo nobleza y el fondo justo. Tomás lo exprimió. Buscando en la lentitud de la arrancada del toro la armonía del toreo. Quiso hacer las cosas bien, gustarse con el toro de El Pilar y sacar cada muletazo que el animal tenía. No tanto en honor del triunfo sino del toreo. Se perfiló para matar y se echó, en la literalidad encima, la tragedia la mascamos en cada uno de los segundos que estuvo colgado del pitón. Fue un milagro que una vez que el de El Pilar lo expulsara saliera ileso. Muy impresionante. Como había metido la espada. De bordear la cornada pasó al doble premio y la Puerta Grande. Había apostado y salió cara. Bendito sea.
Santander. Quinta de la Feria de Santiago. Toros de la ganadería de El Pilar, correctos de presentación. El 1º y2º, flojos; 3º, bueno; 4º, falto de fuerza y empuje; 5º, noble y repetidor; 6º, noble y bajo de fondo. Dos tercios de entrada.
José María Manzanares, de nazareno y oro, estocada (silencio); estocada (silencio).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro, metisaca y bajonazo (silencio); pinchazo, estocada delantera y caída (saludos).
Tomás Rufo, de nazareno y oro, estoconazo (oreja); estocada (dos orejas).