El verdadero misterio de Resurrección en Sevilla
Roca Rey y Sebastián Castella cortan un trofeo cada uno en el primer festejo de la temporada de Sevilla, que logró darse a pesar de la lluvia
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Con más de media hora de retraso y contra todo pronóstico se abrió la puerta de cuadrillas. Parecía imposible. Por la Semana Santa que se ha vivido en toda España y en particular en Sevilla. A pesar de que los pronósticos apuntaban a que a partir de mediodía daría tregua, una hora antes cayó la mundial. Se salvó la tarde y la tradición de empezar la temporada taurina en Sevilla con el tradicional Domingo de Resurrección.
En esta ocasión, la Maestranza era otra cosa, pero llegar hasta aquí ya había tenido su mérito cuando las procesiones se había quedado con el cerrojo echado y un buen puñado de lágrimas entre los ojos después de tantas cosas dentro, de tanto esfuerzo. Morante hizo el paseíllo. Eso también eran palabras mayores. Para su alma maltrecha, para esa sensación nuestra de ser esclavos de sus ausencias.
No le dejó el primero de Matilla estirarse con el capote, se lo quitaría después. No estuvo a gusto. Otra cosa fue para Curro Javier y Alberto Zayas, que se desmonteraron. Bonito fue el comienzo porque había aroma de torero. Tenía el toro mejor embroque que final y Morante y el toro se aburrieron pronto.
Manseó en el caballo el cuarto. Bien Ferreira para desmonterarse. Noble el toro, pero a menos. Quiso Morante, lo intentó Morante en esa manera tan suya de agarrarse al piso, en esa imperfección que genera esperanza, pero el toro se fue diluyendo mientras caía la noche (y alguna gota de lluvia).
Viotti vio muy claro con el segundo lo que no todos ven, porque el toro lo apretó en los dos pares de banderillas. Ya lo había hecho con el capote a Castella quedándose corto. Movilidad tuvo después e importancia en el viaje, porque lo hacía por abajo, eso sí no hasta el final. Ese picante le daba más vibración a todo lo que ocurría en el desafío de cuajar las medias arrancadas del animal. Castella anduvo intermitente, y lo que encontró fue el tiempo exacto a la faena y le metió la mano a la primera. Y así el trofeo.
Chacón se lució con el quinto cuando los vestidos ya eran chispeantes y después el animal, que tuvo movilidad pero sin demasiada clase, y la faena de Sebastián Castella los mismos mimbres. Ganas de redondear la tarde, pero sin rebasar la línea y en un contexto de largura, lo que acaba siendo contraproducente.
Roca Rey se la vio con un tercero, que vio cómo volvía a los corrales, porque no apoyaba bien de las patas delanteras ni traseras, pero le costó tela regresar por donde había venido. Eran las ocho y cuarto y seguíamos así. El sobrero tuvo ritmo y nobleza. Unos tiempos con los que Roca hizo las cuentas desde el principio. Más alejado del toreo poderoso al que nos tiene acostumbrados, encontró el temple con los vuelos al toro en una faena medida, el animal tenía la faena contada y así fue. Sin los fuegos artificiales del arrimón con una faena sincera y queriendo torear reposado.
No valía el sexto, que iba y venía a medio gas y queriendo pararse. Roca Rey lo empujó, quiso que siguiera una cuarta más del viaje, pero la transmisión descontaba lo ánimos. Y una vez más, a pesar del «No hay billetes», de haber sacado adelante el festejo habiendo caído la mundial, el misterio de Resurrección volvía. Pocas tardes hay más emblemáticas y especiales. Las mismas que ocurren cosas.
Sevilla. Domingo de Resurrección. Lleno de «No hay billetes». Se lidiaron toros de Hnos. García Jiménez. El 1º, a menos; 2º, de corta y entregada arrancada; 3º, sobrero de Sorando, noble y con ritmo; 4º, noble y a menos; 5º, movilidad sin demasiada clase; 6º, Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de buganvilla y oro, pinchazo, estocada baja y habilidosa (silencio); tres pinchazos, media, descabello (silencio).
Sebastián Castella, de azul marino y oro, estocada (oreja); pinchazo, estocada (silencio).
Roca Rey, de verde hoja y oro, estocada (oreja); estocada (silencio).