Museo del Prado

Torrijos: El Prado grita libertad

La impresionante obra de Antonio Gisbert centra la exposición «Una pintura para una nación», que celebra el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales; el cuadro costó 40.000 pesetas

25-3-19. Madrid. Cuadro del fusilamiento de Torrijos de Gisbert en el Museo del Prado / Foto: Gonzalo Pérez
25-3-19. Madrid. Cuadro del fusilamiento de Torrijos de Gisbert en el Museo del Prado / Foto: Gonzalo Pérezlarazon

La impresionante obra de Antonio Gisbert centra la exposición «Una pintura para una nación», que celebra el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales; el cuadro costó 40.000 pesetas.

La sala 61 A del edificio Villanueva del Museo del Prado sobrecoge. La sola visión de «El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga» deja helado al contemplador. Se convirtió casi desde el mismo momento de su encargo en 1886 por el entonces jefe de Gobierno de España, Práxedes Mateo Sagasta (de quien se expone un certero retrato pintado por Casado del Alisal), en todo un símbolo. El lienzo, de enormes proporciones (390 x 601 cm), resulta conmovedor, tanto por la escena que representa como por el detalle que contiene. No hay en la paleta del alcoyano Antonio Gisbert un atisbo de parafernalia o teatralidad. La imagen que capta, como si de una instantánea se tratara, resume un momento de enorme heroísmo, generosidad y convicción de que lo que estaban haciendo era lo mejor que podían hacer, como ya se encargó de subrayar Cossío. «¡Qué hombres aquellos!», les dedica con admiración. El fusilamiento del militar, víctima de una emboscada, en las playas malagueñas, sucedió en los años treinta del siglo XIX. No hubo juicio de por medio, sino el pulgar absoluto hacia abajo de Fernando VII que castigó con la pena máxima, la muerte, a quien respiraba libertad y él consideró traidor. Desde hoy hasta el 30 de junio esta inmensa obra se podrá contemplar junto con una reducción de la misma realizada también por el artista, un boceto, con bastante más fuerza teatral (y que posteriormente el mismo Gisbert se encargó de serenar con el pincel), el retrato de Sagasta y, justo frente al cuadro del fusilamiento, otro ajusticiamiento también del mismo autor, el de los comuneros de Castilla, Padilla, Bravo y Maldonado, de una enorme fuerza expresiva. «Esta muestra es el reflejo de lo que hemos sido y de lo que sentimos como país, queremos demostrar que El Prado es de todos», señaló el director adjunto de Conservación e Investigación del museo, Andrés Úbeda, quien ha apuntado que el lienzo que vertebra la exposición «Una pintura para una nación» es uno de los que mejor representa la historia de España, para añadir que «Gisbert y Torrijos, hasta ahora, no han encontrado en el imaginario de los españoles el lugar que se merecen, y este homenaje es una oportunidad para que los conozcan».

La exposición se enmarca dentro de las celebraciones del bicentenario de la pinacoteca y celebra también el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales con la única pintura histórica que se encargó por el Estado con destino al museo, una obra que «celebra las conquistas de la libertad en España y congrega las ideas del país», en palabras de Miguel Falomir, director del Museo del Prado, quien subrayó, además, la importancia de la exposición «a 80 años del fin de la Guerra Civil española y ahora que celebramos el aniversario de la nacionalización de una colección que antes era de una familia y ahora es de todos los españoles, que además plantea lo que hemos sido y lo que queremos ser».

Inspiración literaria

Javier Barón, comisario y jefe de Conservación de la Pintura del Siglo XIX del Prado, señaló que se trata de una obra «que tuvo una enorme difusión en su época y posteriormente, durante la II República. Fue citada por Cossío y Machado, por ejemplo. Sirvió a Gómez de la Serna como inspiración de lo que sería su tertulia del Café Pombo y ha sido retomado episódicamente en obras de Javier Marías y Marsé». Antonio Gisbert nació en Alcoy en 1834. No era lo que se dice un buen estudiante; sin embargo, pronto vió su padre la destreza que tenía con el dibujo. A los 14 años recala en Madrid para formarse. Estudiará en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y tras afianzar su trayectoria viajará a París, capital de la que hará su residencia.

En el momento en que recibe el encargo impera, sobre todo en Francia, la corriente naturalista, de la que Gisbert se deja contagiar, aunque no olvida el tono romántico en su obra cumbre. El pintor quiere ser lo más fiel posible a la escena, para ello visita las playas de Málaga, donde colocará a sus protagonistas, se documenta sobre el aspecto físico de estos, incluso a través de fotografías de los hijos de los fusilados (pues median más de cincuenta años entre el hecho y su reproducción) para que sus rostros guarden similitud con los antepasados. La obra tiene un cuerpo principal formado por los que van a ser fusilados. En el medio de ellos, con un pie adelantado, el general Torrijos, con levita marrón oscura. A su izquierda, asiendo su mano, se ve a un hombre anciano, Francisco Fernández Golfín, ex ministro de la Guerra, y al que un monje (cuyo rostro se atribuye al del propio artista) venda los ojos; a la derecha, con la mano también cogida, Flores Calderón, vestido con una levita de color gris claro. A la derecha de este se hallan el coronel López Pinto, con las manos atadas y la mirada elevada al cielo, el oficial inglés Robert Boyd, con las manos atadas también por una cuerda, y Francisco Borja Pardio, que inclina la cabeza y muestra la gravedad en su rostro. Son los personajes a los que se puede identificar de los 24 que aparecen en el cuadro. La mirada del general es serena, sabe a lo que se enfrenta. Detrás, los militares que les van a justiciar están dibujados con menos precisión e intensidad, lo mismo que las montañas y el mar. En primer término yacen los cadáveres de los ya ajusticiados. Y ahí es donde los ecos de Goya (en sus «Fusilamientos»), de León Gerome (en «La ejecución del mariscal Ney», de 1815) o en la obra «Soldado muerto», de autor anónimo (h. 1630-40) se palpan las influencias que recibe Gisbert, que también habría tomado como referencia para la elaboración del grueso de condenados «La libertad guiando al pueblo», de Delacroix.

Paladear cada detalle

Impresionante la mano que se ve en el extremo derecho y el sombrero que descansa en el suelo. Cada detalle de «El fusilamiento de Torrijos...» merece un tiempo para paladearlo: las ropas y las botonaduras de quienes van a ser fusilados, los ojos, los gestos de los que presagian la muerte ya cerca, el calzado, la posición de las manos, los cabellos, la sangre de los que ya han fallecido, así como la paleta de colores fríos y apagados que utiliza, entre grises, marrones y negros, salpicados por escasísimas notas de color. Para Javier Barón estamos ante «un cuadro de tono épico y naturalista, una obra que manifiesta una contención absoluta» y que se ha dado en llamar el «Guernica» del siglo XIX.