Papel

Un artista de la calle llamado Jaume Plensa

De la mano de la Fundación Callia y el Museo del Prado, el artista visita la capital para charlar con Carmen Reviriego sobre «el poder transformador del arte en la sociedad», presentaban ayer

Jaume Plensa asegura que tiene que convertir «lo ordinario en extraordinario»
Jaume Plensa asegura que tiene que convertir «lo ordinario en extraordinario»larazon

De la mano de la Fundación Callia y el Museo del Prado, el artista visita la capital para charlar con Carmen Reviriego sobre «el poder transformador del arte en la sociedad», presentaban ayer.

Llegaba ayer Jaume Plensa (Barcelona, 1955) al Prado como quien visita la casa de sus abuelos: «Dispuesto a escuchar todas sus maravillosas batallitas –explicaba–» para, «como buen aprendiz», darle forma y salida a todo eso que, a modo esponja, se llevó impregnado. Historietas que no son otras que los cuadros colgados de las paredes del museo y las vidas de aquellos que los firmaron. Lienzos que conoce y que le sorprenden: «Esa cara que dibuja Fray Angélico en la ‘’Virgen de la granada’’...», se maravilla.

Pero la excusa de la cita no fue contemplar las piezas –que también, nunca está de más–, sino charlar con Carmen Reviriego con motivo de los IV Premios Iberoamericanos del Mecenazgo, celebrados también ayer. Así, la conversación entre el artista y la coleccionista se centró en «el poder transformador del arte en la sociedad», presentaba la promotora de los galardones y presidenta de la Fundación Callia. Una hora de reunión en la que Plensa describió el arte como «una forma de respirar». Evitando entrar en posibles plagios de un autor a otro y queriendo centrar el debate en un «contagio, pero cada uno en su papel y en su lugar». Fue el arte «el camino al conocimiento» que eligió el catalán para expresarse y la calle, principalmente, su escenario. El Millennium Park de Chicago y la playa de Botafogo de Río de Janeiro bien lo saben. Hace poco caminaba por Madrid y se detenía en las esculturas de bronce que la habitan: un barrendero y el propio Valle-Inclán, entre otros. «No sé si artísticamente son muy buenos –reconocía–, pero tienen una función magnífica, que es la de sorprender y la de mezclarse con la gente». Hasta los mimos callejeros le valen, «parecían de verdad».

Es el arte público «una actitud democrática que se sale del contexto de los museos. El espacio público es salvaje y en él has de sobrevivir por ti mismo. No tienes la seguridad de una institución». Y ese riesgo a Plensa le pone: «Tengo que penetrar y convertir lo ordinario en extraordinario». Lo suficiente para que cualquiera se detenga frente a sus obras y, «smartphone» en mano, saque una instantánea en unos tiempos en el que «los móviles han cambiado los tiempos de contemplación. Ahora se hace una foto, se almacena y, probablemente, nunca más se vuelva a ver», expresaba con cierto aire de lamento. Como también discute con aquellos que ven mal celebrar bodas en los museos: «Es maravilloso que los niños puedan correr junto a los cuadros». El caso es, según el artista, no perder el contacto con el arte.

Un trono perdido

Cuanto más abierto el terreno mejor para un Jaume Plensa que lucha por recuperar un trono perdido, el monumento. Se siente desplazado por los gobernantes: «El político ha confiado más en el arquitecto-escultor que en los artistas. El edificio es el nuevo monumento, que es un cuerpo muy bello, sí, pero no deja de estar sin alma». Reivindica así la belleza de cuadros y esculturas que «no tiene que ser siempre ñoños y de color de rosa, también pueden ser duros y complicados». Un enigma hasta para los propios artistas, «que muchas veces necesitamos tiempo para saber qué hacemos en nuestro taller». Así, Elias Canetti le enseñó a «intuir la belleza, a ir palpando en la oscuridad hasta que llega el subidón de la sorpresa», explicó citando al escritor: «Debemos ser tan incomprensibles como el murmullo de los ángeles». Es la búsqueda, o el intento, de la perfección. La razón por la que Plensa se obsesiona: «Es un desafío contigo mismo. Un camino de ti para ti y contigo. Es la razón fundamental. La generosidad del coleccionista para un artista no es que adquiera la obra, sino que gracias a él la puedes hacer. Luego él la comparte, y mira que se lo ponemos difícil», en un guiño que iba dirigido a su compañera de conversación.

Pero Plensa tiene muy claro quién marca el patrón: su propio ojo, «que es el que vigila la obra». Si a él le vale, le vale a todo el mundo, aunque tenga que luchar contra su sombra, sus sueños y sus desvelos, como le indicó Cézanne: «Qué difícil es irte a dormir con una idea y levantarte con la misma», parafraseando al pintor francés.