Un ejército de yonquis yihadistas
En noviembre de 2004, los Marines americanos se vieron obligados a cambiar su estrategia militar al constatar que los insurgentes en Faluya luchaban drogados, por lo que el procedimiento estándar de disparar al cuerpo no era suficiente. Las sustancias infundían a sus enemigos euforia y fe ciega en la victoria, como avanza «Las drogas en la guerra»
En noviembre de 2004, los Marines americanos se vieron obligados a cambiar su estrategia militar al constatar que los insurgentes en Faluya luchaban drogados, por lo que el procedimiento estándar de disparar al cuerpo no era suficiente. Las sustancias infundían a sus enemigos euforia y fe ciega en la victoria, como avanza «Las drogas en la guerra».
«El uso de combatientes drogados por parte de grupos no estatales favorece las tácticas asimétricas destinadas a contrarrestar la superioridad en materia de técnica, armamento y habilidad de los ejércitos occidentales». Paul Rexton Kan, «Drugs and Contemporary Warfare».
En cierta manera, los terroristas posmodernos con motivaciones religiosas no difieren mucho del arquetipo premoderno originado en la leyenda de los asesinos. Paul Rexton Kan nos explica en un valioso libro cómo el arquetipo del «monstruo» ebrio se manifiesta y autorreplica hoy en día. Los insurgentes iraquíes, los talibanes, los terroristas de Al Qaeda, los grupos rebeldes de Uganda, Liberia y Sierra Leona, los combatientes y terroristas chechenos, las milicias somalíes, los despiadados guerreros de Estado Islámico y muchos otros grupos cuya estrategia de combate difiere de la occidental hacen uso de sustancias psicoactivas, prolongando así el arquetipo de los Asesinos.
El resultado de ello es que las tropas regulares deben enfrentarse, cada vez con mayor frecuencia, a adversarios que actúan bajo la influencia de estupefacientes de gran potencia. Los Marines estadounidenses, por ejemplo, se vieron obligados a modificar sus tácticas operativas al descubrir que muchos de los insurgentes contra los que combatieron en la segunda batalla de Faluya en noviembre de 2004 estaban drogados. A pesar de estar gravemente heridos, estos seguían luchando, por lo que el procedimiento estándar de disparar al cuerpo no bastaba para detenerlos, del mismo modo que en el pasado las balas británicas habían sido incapaces de contener a los feroces guerreros zulúes. A partir de entonces, los Marines tuvieron que apuntar a la cabeza. En las casas y escondrijos utilizados por las tropas irregulares de Irak se encontraron anfetaminas, cocaína y gran cantidad de jeringuillas hipodérmicas, y los estadounidenses llegaron a descubrir rastros de producción de metanfetamina en las guaridas de los insurgentes. Los rebeldes de Abú Musab al Zarqaui solían luchar drogados, cosa que se confirmó tras el hallazgo de pipas, agujas y jeringuillas, y tras practicar autopsias aleatorias a los cuerpos de varios combatientes muertos.
Los diez miembros del grupo terrorista paquistaní Lashkar-e-Taiba (Ejército de los Puros), que entre el 26 y el 29 de noviembre de 2008 llevaron a cabo una decena de sangrientos atentados en Bombay, bautizados por la prensa como el «11-S indio» y que dejaron al menos 172 muertos y 300 heridos, actuaron bajo el efecto de fuertes drogas. Cuatro comandos terroristas atentaron de forma simultánea en varios puntos de la ciudad: una estación ferroviaria, un centro judío y varios hoteles de lujo. Los movimientos de los terroristas, que cruzaron las calles de Bombay disparando a discreción, detonando explosivos y matando a turistas ricos y gentes de negocios, tomaron a contrapié a los servicios de seguridad. El dantesco espectáculo continuó pese a la neutralización de algunos individuos, ya que los ataques seguían una estructura en forma de red. El grupo que tomó el Hotel Taj Mahal fue el que logró resistir más tiempo: sesenta horas. Los terroristas de Lashkar-e-Taiba sembraron la muerte y el terror, lucharon como fanáticos y con una brutalidad desmedida, como hacían los Asesinos o los moros filipinos. Hoy, gracias a las autopsias y al examen de las jeringuillas encontradas entre los efectos personales de los atacantes, se sabe que habían consumido esteroides y cocaína, pero también LSD; estas sustancias psicoactivas, sobre todo la cocaína, fueron lo que les permitió enfrentarse a las fuerzas especiales indias durante dos días y medio sin dormir ni descansar y sin apenas comer. Es decir, que la cocaína y los esteroides desempeñaron un papel relevante en los atentados. Los restos de LSD siguen siendo un misterio; a fin de cuentas, el LSD no es un estimulante, sino una sustancia psicodélica que –como ya se ha explicado– provoca alucinaciones, euforia, diversión, pensamientos torrenciales, problemas de equilibrio, descoordinación motora, desorientación espacial (sobre todo, dificultades para calcular distancias) y una intensidad sensorial desproporcionada. Es posible que la explosiva mezcla de psicoestimulantes y LSD azuzara a los terroristas y, al mismo tiempo, los sumiera en un frenesí alucinógeno no muy distinto del furor berserker.
Actualmente, el número de estos «bárbaros» narcotizados –así los perciben muchos– no deja de crecer. Además, se ha detectado un fenómeno que la investigación de Kan (...) demuestra sin lugar a dudas: que, en los ejércitos irregulares y los grupos paramilitares, las drogas tienen una función bien conocida a lo largo de la historia. Las drogas estimulan a los combatientes, que las reciben como premio a su actuación, y permiten reclutar a nuevos miembros, ayudan a reducir el estrés inherente a la lucha, atenúan el malestar físico y compensan la falta de adiestramiento militar y de disciplina de las unidades irregulares. Al mismo tiempo, al transformar a los combatientes en guerreros temerarios, implacables y fanáticos, «incrementan las posibilidades de victoria de aquellos grupos que se hallan en desventaja desde el punto de vista militar». Las drogas se han convertido en un factor importante que contribuye a la asimetría, ya que, bajo sus efectos, el enemigo se vuelve impredecible.
La droga conocida como Captagon o fenetilina ha sido uno de los estimulantes favoritos de los combatientes de ambos bandos de la guerra civil de Siria, así como de los guerreros de Estado Islámico (ISIS). Cuando el cuerpo metaboliza esta droga sintética inventada en 1961, se genera metanfetamina y teofilina (un alcaloide de la clase de las xantinas). La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito la clasifica como «estimulante de tipo anfetamínico» (ETA).
En el pasado se recetaba para casos de hiperactividad, narcolepsia y depresión, pero, debido a su elevado potencial adictivo, a mediados de la década de 1980 fue prohibida en la mayoría de países a instancias de la OMS. En Oriente Próximo es una droga recreativa muy popular y difundida, pero en otras zonas apenas se la conoce.
Con la brutal guerra civil de Siria ya en marcha, el país pasó a ser uno de los grandes productores de pastillas de captagón, tomando la delantera a otros países productores como Líbano, Qatar, Dubái y Turquía. Radwan Mortada, experto en grupos extremistas, ha señalado que la fabricación y venta de captagón abrió las puertas de una economía bélica ilícita de grandes dimensiones. Supuestamente, la producción de una bolsa de 200.000 pastillas cuesta unos pocos miles de dólares, pero su precio de mercado es de 1,2 millones de dólares. La droga saltó a los titulares de la prensa internacional en octubre de 2015, cuando el príncipe saudí Abdel Mohsen fue detenido en el aeropuerto de Beirut con 32 cajas y ocho maletas que contenían dos toneladas de píldoras, valoradas en más de 200 millones de dólares. Dada su popularidad como droga recreativa en Oriente Próximo, el captagón se ha convertido en una lucrativa fuente de negocio para los yihadistas y en un importante medio para financiar operaciones y compras de armas. En agosto de 2014, aparecieron informes que aseguraban que, tras la entrada de los yihadistas en Alepo, sede de varios laboratorios farmacéuticos, ISIS multiplicó sus ingresos procedentes de la producción y tráfico de captagón. En Líbano y Arabia Saudí se decomisan unos 55 millones de pastillas todos los años. El captagón es el verdadero combustible de la guerra, no solo en el sentido de que permite financiar las operaciones militares, sino también de que empuja a los combatientes a la batalla.
El captagón es una buena droga de combate. Provoca los efectos típicos de los estimulantes de tipo anfetamínico: mitiga el miedo, suprime el dolor, alivia el hambre, reduce la necesidad de dormir e incrementa la fuerza. Se dice que los yihadistas que combaten en Siria lo toman en grandes cantidades y que la droga los convierte en guerreros feroces e impávidos capaces de perpetrar atrocidades de lo más inauditas, de aquí que a menudo se lo conozca como la «píldora del horror». Los civiles kurdos que lograron escapar de Kobane recuerdan que los combatientes de ISIS «van sucios, con las barbas desgreñadas y las uñas negras. Llevan consigo grandes cantidades de pastillas que consumen a todas horas. Cuando las toman, parecen volverse aún más locos». Así pues, sus barbaridades podrían no deberse únicamente a las convicciones yihadistas de Estado Islámico, sino también a una psicopatía inducida por las drogas. Dicho de otro modo: serían adictos a la yihad y a los psicoestimulantes.
En cierto sentido, los miembros de ISIS son un ejército de yonquis yihadistas. Las pastillas de captagón falsas que consumen son mucho más potentes que el captagon original, ya que contienen metanfetamina, efedrina y otras drogas, y, además, es sabido que consumen también otras sustancias, como cocaína, heroína y hachís. Aparte de estas potentes sustancias psicoactivas, los combatientes de la guerra civil siria también consumen grandes cantidades de Red Bull. Esta popular bebida energética llega a diario al país por medio de comerciantes turcos y los ayuda a mantenerse alerta durante los agotadores combates.
Cuando toman captagón, los yihadistas «hacen caso omiso de las tácticas defensivas habituales», lo que hace que sus reacciones sean imprevisibles. Un ex combatiente sirio entrevistado por la BBC lo confirma: «Te da mucho valor y fuerza». Este furor anfetamínico podría explicar la elevada tasa de muertes entre los «yihadistas importados», que es el doble de alta que la de las tropas regulares sirias y «cinco veces mayor que el número de bajas de Hezbolá». Al ser entrevistado por la BBC, un ex combatiente de ISIS de diecinueve años llamado Kareem, apresado por las fuerzas kurdas, confesó: «Nos daban drogas. Unas pastillas alucinógenas que te hacían ir a la batalla sin pensar en si ibas a vivir o a morir». Cuando van puestos de captagón, los yihadistas de ISIS son totalmente insensibles al dolor y, al igual que los guerreros zulúes y moros, continúan luchando por graves que sean sus heridas.
Desde mediados de la década de 1990, las diferencias entre un cártel de la droga y una guerrilla o un grupo terrorista se han ido difuminando. Las narcoguerrillas y los narcoterroristas financian sus operaciones mediante la producción y el tráfico de sustancias ilegales. También protegen a los productores y controlan las rutas de tránsito. Un caso representativo es el de los terroristas que cometieron los atentados de Madrid en marzo de 2004, quienes habían obtenido el dinero necesario para preparar la masacre mediante la venta de éxtasis. Otro ejemplo de financiación a través del tráfico de drogas es el de Abu Sayyaf, una organización que lucha por la creación de una provincia musulmana independiente en el sur de Filipinas, un «territorio moro» contemporáneo, como si dijéramos. En 2002, con la colaboración de las fuerzas armadas filipinas, Estados Unidos lanzó la Operación Libertad Duradera en Filipinas contra este grupo, que pasó a convertirse en uno de los objetivos de la guerra global contra el terror. El Mando del Pacífico de Estados Unidos describía a Abu Sayyaf como una organización que se sirve de «estrategias y actividades ad hoc en según el estado de ánimo de los líderes individuales, muchos de ellos con alias excéntricos que reflejan una peculiar camaradería entre bandidos. Su disciplina es azarosa y algunos son adictos a las drogas».
Como consecuencia de las acciones de los distintos gobiernos en el marco de la guerra contra el terror, Al Qaeda ha quedado privada en buena medida de sus fuentes de ingresos y ha recurrido a nuevos medios para obtener fondos, sobre todo el tráfico de drogas. Esto explica que la producción de opio en Afganistán, con la ayuda del régimen talibán, aumentara de las 185 toneladas de 2001 a las 8.200 toneladas de 2007. En marzo de 2004, Ilyas Ali y Muhammad Abid Afridi se declararon culpables de actos de terrorismo y de tráfico de drogas y armas ante un tribunal de San Diego. (...)