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La segunda muerte del artista antes conocido como Prince

El artista, que tenía 57 años, apareció muerto en su mansión de Mineapolis un 21 de abril de 2016. A día de hoy todavía se desconoce la identidad de la persona o personas que pudieron suministrarle los opioides
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El artista, que tenía 57 años, apareció muerto en su mansión de Mineapolis un 21 de abril de 2016. A día de hoy todavía se desconoce la identidad de la persona o personas que pudieron suministrarle los opioides.
«La cantidad [de Fentanilo] en su sangre es extremadamente alta, incluso para alguien que es un paciente con dolor crónico con parches». Palabra del doctor Lewis Nelson, jefe de emergencias en el hospital universitario de Rutgers, que ha comentado con el periódico «USA Today» la autopsia de Prince. Los resultados del estudio, publicados por AP dos años después de la desaparición del genio, confirman el accidente por sobredosis. Prince, que tenía 57 años, apareció muerto en su mansión de Mineapolis un 21 de abril de 2016. A día de hoy todavía se desconoce la identidad de la persona o personas que pudieron suministrarle los opioides. Sí sabemos, y lo confirma la autopsia, que consumía las citadas sustancias de forma pantagruélica. Se dice que por culpa de unos dolores crónicos en las caderas. Es igual. Acostumbrados a su imagen de chico sano, a sus radical conversión a los Testigos de Jehová, a la profunda desconfianza que sentía hacia las drogas recreativas, hacia esa mentalidad de adicto al trabajo al que solo parecía preocuparle la música y/o el apostolado, cuesta asumir que el responsable de su prematura muerte fuera un narcótico agonístico. Asunto distinto es que nadie cabecee estupefacto por la evidencia de que una estrella de rock tuviera acceso casi ilimitado al producto. Con Prince desapareció uno de los leones de la tradición funk y soul, quizá el más grande heredero de los Ray Charles, Sam Cooke y James Brown. Por mucho que los medios especializados cacareen loando a Kendrick Lamar o a Kanye West, la distancia resulta sangrante. Y bueno, tampoco pasa nada. Ningún estilo, ningún género, puede ser sublime sin interrupción. Quién sabe si la música y sus afluentes que arrancaron en EEUU con figuras como Charley Patton o Louis Armstrong no encontraron en Prince a su último príncipe. Después queda una era que bien podría llamarse Club Disney. Que no está mal, pero entretiene y es graciosa y marchosita y nos permite aplaudir a glorificadas vedetes tipo Rihanna o Beyonce, pero caramba, no es lo mismo. Si alguien duda no tiene más que desempolvar joyas incandescentes como «Purple Rain», «Parade», «Dirty Mind» o «Sign 'o' the Times» y proceder a la injusta comparación.