I Guerra Mundial

Un siglo del Tratado de Versalles: un ajuste de cuentas que sembró otras guerras

A las 12:15 horas del 28 de junio de 1919 se firmó el irregular tratado de paz que, impulsado por el primer ministro Georges Clemenceau, humilló a Alemania y gestó nuevos conflictos

La Conferencia de Paz, en Versalles
La Conferencia de Paz, en Versalleslarazon

A las 12:15 horas del 28 de junio de 1919 se firmó el irregular tratado de paz que, impulsado por el primer ministro Georges Clemenceau, humilló a Alemania y gestó nuevos conflictos

Hace un siglo, a las 12:15 horas del 28 de junio de 1919, se firmó el Tratado de Versalles, recibido en Alemania como una ofensa insufrible y en Francia con jubilosas manifestaciones comparables a las del otoño anterior con el final victorioso en la Gran Guerra. En Berlín hubo graves protestas estudiantiles, culminadas con la quema de las banderas francesas capturadas en la guerra franco-prusiana de 1870, cuya devolución exigía París, mientras en Scapa Flow, donde se hallaba internada la flota alemana desde la derrota, el almirante Von Reuter ordenó barrenar los buques. Las reticencias alemanas a firmar el humillante documento fueron de inmediato respondidas por el primer ministro Georges Clemenceau, que exigió la firma sin modificación alguna bajo la amenaza de reanudar de inmediato las hostilidades.

Esa dramática paz se había gestado en el palacio real de Versalles, en los suburbios de París, a partir del 18 de enero de 1919. Allí se reunieron los delegados de 27 países, divididos en tres categorías bien diferenciadas:

Los grandes, encabezados por el primer ministro francés, Georges Clemenceau, su colega británico, Lloyd George, y el presidente norteamericano Woodrow Wilson.

Luego, a mucha distancia, los primeros ministros italiano y japonés, Vittorio Emanuele Orlando y Saionji Kinmochi. Esos cinco países vencedores formaron parte de la comisión de diez miembros que se ocupó de los asuntos relevantes.

En el tercer plano, el resto de los asistentes, cuya participación fue poco más que simbólica, como testigos de las deliberaciones de los grandes.

El tigre marca el territorio

La conferencia estuvo presidida por Clemenceau, de 78 años de edad, que había vivido la derrota francesa frente a Prusia en 1870. Era un político de tal ferocidad en la lucha política, a la que había dedicado toda su vida, que se le apodaba El Tigre. Pero carecía de experiencia como diplomático y como estadista y trató de imponer en Versalles el aniquilamiento de Alemania. No hubo en él generosidad ni visión de futuro, sólo revanchismo.

Según el gran economista John Maynard Keynes, que vivió la conferencia desde dentro como miembro de la delegación británica, Clemenceau “creía que ni se puede tener amistad ni negociar con un alemán; solo se le deben dar órdenes”. Dentro de esa mentalidad, luchó por etiquetar a Alemania como “única responsable de la guerra”, por esquilmarla económicamente para que jamás pudiera volver a atacar Francia y por humillarla y debilitarla con ocupaciones y desmilitarizaciones.

El primer ministro británico, Lloyd George, era un político tan brillante como inestable en sus convicciones ideológicas. En Versalles apoyó a Wilson en la creación de la Sociedad de Naciones y parecía proclive a los generosos principios wilsonianos sobre la paz, pero terminó enfangado en la rapiña colonial y en el aniquilamiento económico germano.

Y eso pese a la oposición de algunos miembros de su delegación, como el joven y prestigioso economista de Cambridge, Keynes, que se oponía a lo que calificó de “una paz cartaginesa” y a las brutales sanciones porque causarían una inflación incontrolable y el deseo de revancha, pues “en Alemania serían desalentados tanto el capital como el trabajo”. Ante la inutilidad de sus argumentos, Keynes presentó su dimisión y regresó a Inglaterra, donde publicó “Consecuencias económicas de la Paz”, un libro profético.

El presidente norteamericano Woodrow Wilson, imbuido de un sentimiento misionero de la paz, se presentó en París el 14 de diciembre de 1918; era la primera vez que un presidente norteamericano abandonaba EE UU. El viaje, desaconsejado por sus asesores, era una temeridad porque se distanciaba de la política cotidiana doméstica dando amplia ventaja a sus enemigos políticos. Aquí, por un lado, denotaba que conocía mal Europa y muchos de sus problemas y en el trato directo perdía su ascendiente moral y la inmensa ventaja que, desde el otro lado del Atlántico, podía ejercer como banquero de los vencedores.

Ajuste de cuentas

Tal como sospechaban los más pesimistas, Wilson fue arrastrado una y otra vez hasta las posiciones que unas veces encabezaban los franceses y otras, los británicos. Cedió en la culpabilización de Alemania; cedió en las indemnizaciones; cedió en la política de mandatos; cedió en el interés anglo-francés de juzgar a Guillermo II, aunque esto no ocurriría. Únicamente se mantuvo inquebrantable en ver aprobada la constitución de la Sociedad de Naciones.

Y para conseguir ese sueño, el presidente norteamericano volvería a hacer concesiones en asuntos territoriales, como la del Sarre, que Francia deseaba anexionarse y, finalmente, se quedó con su explotación durante una década. Lo mismo sucedió con Renania, que trató de desgajar de Alemania en toda su orilla izquierda y, al final, logró que el territorio fuera desmilitarizado.

Versalles no fue una conferencia de paz, sino un ajuste de cuentas con los vencidos, con los Imperios Centrales. Se desmembró al Imperio austriaco, organizándose el avispero yugoslavo y el conglomerado checoslovaco, que englobaba importantes poblaciones germánicas –los Sudetes, uno de los jalones en la marcha hacia la Segunda Guerra Mundial–, se desintegró al Imperio Otomano, encendiendo una guerra entre Turquía y Grecia, el conflicto endémico de los kurdos, la inmanejable situación entre los pueblos árabes –la guerra entre hachemíes y sauditas duraría años en Arabia–, los mandatos de Oriente Medio, poniéndose los cimientos a los conflictos de Palestina, de Líbano y de Irak, todos bien vigentes.

Argumentos para otra guerra

Pero los agravios más profundos se le infligieron a Alemania.

- Francia recuperaba Alsacia y Lorena, perdidas en su guerra de 1870 con Prusia, se quedaba con la explotación económica del Sarre, ocupaba Renania y pretendía la cesión de la Alta Silesia.

- El curso alemán del Rin era desmilitarizado en toda su margen izquierda y en una profundidad de 50 kilómetros en la ribera derecha.

-Polonia recibía amplios territorios poblados por alemanes y el corredor de Danzig, que partía Prusia Oriental, creando un sentimiento permanente de irritación y constituyendo un motivo inmediato de la Segunda Guerra Mundial. Dancig, la gran ciudad báltica que había sido prusiana desde el siglo XVIII y contaba con una población mayoritariamente alemana, era internacionalizada.

-Alemania debía asumir una falsedad histórica: la responsabilidad del estallido de la guerra y, por tanto, se haría cargo del pago total de las reparaciones, elevadas a 33.000 millones de dólares, una astronómica cifra hace un siglo, que terminó de pagar hace una década.

- Y para que no volviera a tener tentaciones belicistas se le limitaban sus ejércitos a 115.000 hombres, se disolvía su Estado Mayor y destruía su aviación, su artillería media y pesada, sus blindados y todo buque superior a 10.000 toneladas.

- Debía entregar a los responsables de crímenes de guerra que reclamaran los vencedores.

Las cláusulas del tratado entraron en vigor el 10 de enero de 1920. En esa fecha comenzó a gestarse la Segunda Guerra Mundial. El gran escritor y periodista francés, Raymond Cartier (1904-1975) lamentaba aquel final: “La Primera Guerra Mundial, nacida de errores y equívocos, habría debido tener como conclusión una victoria aliada indiscutible, seguida de una paz de reconciliación. Pero se haría lo contrario: de una victoria incompleta saldría una paz ridículamente rigurosa”.

Un rastro catastrófico

No se habían firmado todos los tratados de paz cuando estallaron las discrepancias entre los vencedores: los británicos y los franceses por el reparto del Imperio Otomano; estadounidenses y británicos frente a franceses por el problema alemán; norteamericanos frente a británicos y franceses por la política de mandatos en el Próximo Oriente; italianos contra yugoslavos por Fiume; turcos contra griegos para evitar su expulsión territorial europea... Y casi todos, contra la Rusia soviética.

De la paz de Versalles y de las conferencias que para solucionar problemas regionales se celebraron en Trianon, Sevres y Lausana quedaron tremendas secuelas, algunas de las cuales permanecen un siglo después:

-- El conflicto árabe-israelí.

-- El problema kurdo.

-- La fundación colonialista de Irak.

-- Las raíces del conflicto sirio.

-- La disputa greco-turca por la soberanía de las aguas del Egeo.

-- El contencioso de Chipre.