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Perfil
Vargas Llosa, el último representante del "boom" latinoamericano
Autor de "La ciudad y los perros" (1963) y "La fiesta del chivo" (2000), entre otras muchas obras, ha fallecido este domingo a los 89 años de edad
Mario Vargas Llosa publicaba en 2009 un libro, "Sables y utopías", que quizá no obtuvo la repercusión que merecía, y donde detallaba su evolución política desde su alineamiento con los nacionalismos insurgentes latinoamericanos de corte radical-izquierdista hasta sus convicciones decididamente neoliberales. El volumen lo integraban una selección de ensayos, artículos y semblanzas donde el novelista peruano analizaba los procesos revolucionarios de Hispanoamérica, la prevalencia del indigenismo, el fenómeno de las dictaduras militares, la identidad artística de la americanidad, el azote del narcotráfico, el ascenso de los populismos, y las lacerantes desigualdades sociales entre otros temas de máxima actualidad; y todo ello abordado a lo largo de casi cuatro décadas, con lo que se evidenciaba esa mencionada evolución ideológica. En la presentación de este libro en Madrid entonaba el "mea culpa", justificando en cierto modo así las opciones políticas defendidas en el pasado, como la Revolución cubana o ciertas guerrillas insurreccionales: "Apoyar las guerrillas en mi país fue una insensatez, pero yo creí que la guerrilla iba a garantizar la reforma de la sociedad." Como él mismo reconocería, la realidad acabaría imponiéndose, concluyendo en que esa reforma sólo seria viable a través de las instituciones democráticas, lejos de utopías igualitaristas y demagógicas. El conocido como "caso Padilla" convulsionaría la conciencia ideológica de los principales integrantes del "boom" hispanoamericano.
El escritor cubano Heberto Padilla publicaba en 1968 el poemario "Fuera del juego", que le haría sospechoso de anticastrista, y dos años después, en 1971, sería detenido a raíz de un recital de su transgresor libro "Provocaciones", y encarcelado como señalado contrarrevolucionario. Tras un mes y medio de reclusión sería obligado a retractarse públicamente de sus críticas al Régimen, en un humillante acto que recordaba los "procesos de Moscú" del más denigrante estalinismo. Esa forzada autocrítica provocará el distanciamiento, o la ruptura en según qué caso, de la intelectualidad progresista europea e hispanoamericana -Vargas Llosa incluido- con la Revolución cubana. Pero, más allá del alineamiento político de cada cual, incluso con Julio Cortázar retractándose de su protesta inicial y renovando su apoyo al castrismo, lo importante fue la asumida conciencia de que la estética existía en función de una ética, ambos referentes indisociables en la dedicación literaria y artística en general.
El compromiso civil, de un signo u otro, se integraba así en una actividad creativa que Vargas Llosa asimiló al poder reformador de la literatura: "No se escriben novelas para contar la vida, sino para transformarla, añadiéndole algo." Por otro lado, supo diferenciar siempre las disensiones ideológicas de los mantenidos afectos y amistades, como cuando refiriéndose precisamente a Cortázar y al respeto que siempre le tuvo, señala: "Yo no se lo perdí nunca, ni tampoco el cariño y la amistad, que -aunque a la distancia- sobrevivieron a todas nuestras discrepancias políticas".
Evolución ideológica
Su enfrentamiento con Gabriel García Márquez -puñetazo propinado a este incluido, en febrero de 1976- es ya un referente mítico de la cultura popular del "boom"; mucho más teniendo en cuenta que ambos fueron amigos e incluso partícipes de una misma ideología socializante y contestataria. El conocido altercado no fue de motivación política, sino de comidillas y devaneos sentimentales, pero qué duda cabe que contribuyó a ahondar en un desencuentro que se venía gestando ya anteriormente, y este sí por un paulatino distanciamiento ideológico. Atrás quedaba la publicación, en medio del escándalo Padilla, de "Historia de un deicidio", el voluminoso estudio de Vargas Llosa sobre la obra del novelista colombiano, donde mostraba una entregada admiración a su narrativa. La mantenida defensa de este del régimen castrista acabaría por determinar una definitiva animadversión mutua.
En enero de 1984 el autor de "La casa verde" concedía una entrevista a la revista romana "Panorama" donde, con el título de "Corruptos y contentos" reverdecía aquella polémica, salvando de la intención de este epígrafe a Octavio Paz, Jorge Edwards y Ernesto Sábato, y atacando el izquierdismo, radical a su juicio, de García Márquez, Julio Cortázar y Mario Benedetti; este le respondería originando una sonada polémica en la prensa en la que a pesar de todo, conciliador, concluía en que "afortunadamente, la obra de Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá siendo leída con fruición".
Esta evolución ideológica se dio también en otros escritores hispanoamericanos, como Octavio Paz; socialista en su juventud, participando al lado de la República en la Guerra Civil española, se vería impactado después por los campos de concentración soviéticos, iniciando un proceso de crítica al estalinismo que le llevaría finalmente a integrarse en un izquierdismo estatal, institucionalizado y tradicional. Desde el "caso Padilla", que escindió a una generación literaria hispanoamericana -con intensa repercusión en la intelectualidad europea-, Mario Vargas Llosa iniciaría un viraje ideológico hacia la defensa del liberalismo económico, la democracia política, y el respeto a los derechos humanos; una trayectoria personal que, más allá de sus incuestionables valores literarios, evidencia una resolutiva capacidad autocrítica, la gallardía de afrontar las contradicciones y el coraje de defender los postulados adquiridos desde el compromiso civil -candidatura con resultado fallido a la presidencia del Perú en 1990- y la coherencia ideológica.
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