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Música variada, animada, bien coloreada, orquestada con gran brillantez en el Auditorio Nacional dentro del Ciclo Descubre... Conozcamos los nombres
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Obras: de Jusid y Fauré. Orquesta y Coro Nacionales. Director: Edmundo Vidal. Ciclo Descubre… Conozcamos los nombres. Auditorio Nacional, Madrid, 28-I-2024.
Se estrenaba dentro de este benemérito ciclo de la Orquesta Nacional una composición del bonaerense Federico Jusid (1973): “Itinera 4.0. Tránsitos para metal grave concertante y orquesta sinfónica”. Veinte minutos de música variada, animada, bien coloreada, orquestada con gran brillantez; amena y cuajada de bien pensados efectos instrumentales. Aparece dividida en 6 partes en las que son protagonistas tres trombones y una tuba. “Celeritas” es el episodio nº 1, que tiene un comienzo contundente envuelto en acordes disonantes a toda presión. Pasajeros “clusters”. Luego los tres trombones entonan un tema heroico en medio de la agitación y de un ágil trabajo de las maderas. Le sigue “Itinera 1”, en donde los solistas, únicamente con el apoyo de la percusión, desgranan lentamente sus notas. Gran “crescendo”. Sobreviene “Fluctus”, iniciado con soplidos de los metales. Pronto se ven arropados por el tutti. Pasajes complejos con abundantes “divisi”. Lo épico del momento nos trajo a la memoria la “Sinfonía Alpina” de Strauss.
Con “Itinera 2” se nos obsequia con efectos sobre las boquillas y variados juegos percutivos. Muy distinto es “Euforia”, que nos ofrece rasgos melódicos apresurados a través de pasajes espumosos que sugieren imágenes cinematográficas. Abundantes compases contrapuntísticos. Se marca un ritmo obsesivo. En la sexta parte, “Itinera Finale”, se nos exponen espectaculares episodios trazados con mano segura. Tras un lento ascenso observamos una curiosa pátina de carácter impresionista en la orquesta, que se mece en un melifluo balanceo y expone una suave melodía en la cuerda grave. Momentos hímnicos de amplio sinfonismo. Descenso escalonado y pedal. Pianísimo de cierre.
Un recorrido sin nada realmente original, pero bien trazado. Un tránsito hacia la luz, “con un lenguaje que explora el aspecto más corporal de una orquesta (el volumen y las texturas) y nos propone un viaje sonoro por algunos de los comportamientos que tenemos a lo largo de la vida”, nos dice en el programa de mano la musicóloga y especialista en percepción auditiva Sofía Martínez Villar, que presentó con buen aire el concierto, proyectando imágenes, algunas, en esta primera parte, de cuadros de Kandinsky que venían muy al pelo. La interpretación de los tres trombones solistas - Juan Carlos Matamoros, Jordi Navarro, Francisco Guillén- y del tuba - José Francisco Martínez- fue excelente, más allá de episódicos roces.
Del final de la vida, del tránsito a la muerte es de lo que nos habla Gabriel Fauré en su “Requiem”. Los siete números de la partitura se nos ofrecieron en una versión no demasiado refinada, pero cumplidora y bien trazada por la mano rectora en este caso sin batuta, de Edmundo Vidal, él mismo trombón de la ONE, que antes había delineado y expuesto casi con mimo las notas de la aventura de Jusid, desplegando un buen arte constructivo y de variado colorido gracias a un gesto claro y bien dibujado. Nos gustaron las bien medidas entradas del coro en piano del “Introito” y el dibujo “a cappella” del inicio del “Ofertorio”. En el “Hostias” entonó con fortuna ese buen barítono muy lírico que es Enrique Sánchez-Ramos. El “Sanctus” podría haber sido más delicado, abordado con unos pianos más reconocibles. Escuchamos en el “Pie Jesu” la voz de soprano ligera, fresca y plateada de Ariadna Martínez, que cantó de manera angelical. Vidal buscó una aceptable grandiosidad en el “Agnus” y la melodía del “Requiem” fue adecuadamente expuesta.
Esperábamos mayor dulzura en el “In paradisum”, aunque todo se cerró con el esperado y obligatorio pianísimo. Afortunadamente no hubo ningún desalmado que, como sucede muchas veces en finales delicados, prorrumpiera en un estentóreo aplauso antes de tiempo. Así pudo concluirse en belleza este final que “no hace hincapié en el dolor, ni en un Dios aterrador, sino en uno piadoso con el que encontrar paz en el descanso eterno”, en palabras de Sofía Martínez Villar. Orquesta reducida, con los violines a la derecha en este caso.