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Borgoña, cuna de la espiritualidad

larazon

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Conocida por sus vinos, la región francesa de la Borgoña es una visita imprescindible para quienes buscan adentrarse en el origen de la cristiandad, pues en la Edad Media aquí nacieron las dos órdenes monásticas más importantes.
La Borgoña es una de las regiones más fascinantes de Francia. Y no sólo es sinónimo de vinos, pues sus vetustas tierras nos han dejado como herencia uno de los patrimonios más impresionantes de Europa. Así, a bote pronto, el territorio alberga joyas del arte románico como la abadía de Fontenay o la basílica de María Magdalena de Vézelay, paso obligado para Santiago de Compostela, ambas Patrimonio de la Humanidad. Eso sin contar cientos de iglesias más pequeñas que son testimonios impresionantes del legado monacal. Lo que queda de Cluny, la iglesia más grande de la cristiandad hasta que se hizo San Pedro de Roma, no deja indiferente a nadie. Las catedrales góticas de Auxerre, Dijon, Beaune, Autun, Semur y los hospitales medievales también dejan boquiabiertos a los viajeros.
Aire medieval
La Borgoña conforma un territorio que puede ser cualquier cosa menos aburrido. Los paisajes están llenos de colinas y cerros ondulantes, que albergan pequeños bosques que contrastan con los pueblos de aspecto medieval de piedras grises, cubiertos de tejas ocres. Y a eso hay que añadir los cientos de castillos que pululan por todo el territorio (herencia de la importancia que tuvo la Borgoña en el Medievo, poderosa rival de Francia y cuyas tierras llegaban hasta Flandes) y los numerosos canales que serpentean por el antiguo ducado, antaño vías de conexión por toda Francia, desde donde exportaban los vinos, las maderas, etc. y que actualmente sirven para regocijo de los turistas.
Tampoco podemos olvidar que aquí estamos en uno de los sitios clave de la historia de Francia, donde se enfrentaron ya por última vez los indómitos galos a las órdenes de Vercingétorix que sucumbieron contra el poder imperial de Julio César, en la conocida como batalla de Alésia. Un extraordinario edificio circular inaugurado recientemente en esos pagos sirve como centro de interpretación de la batalla.
No es difícil imaginar cómo se sentía un peregrino de la Edad Media que quería hacer el Camino de Santiago a través de la Vía Lemovicensis –y cuya primera etapa precisamente era Vézelay– cuando sus pies caminaban sobre la «Colline Éternelle» (colina eterna) para llegar a través de la Rue St. Étienne a la basílica de María Magdalena para poder rezar en sus reliquias. Al entrar a la basílica, un grandísimo Nartex le reconfortaba con una de las joyas de la arquitectura francesa de todos los tiempos: el tímpano, todo un libro de piedra presidido por el Redentor que de alguna manera hace recordar al que hiciera el maestro Mateo en Compostela. Si este tímpano extasiaba al peregrino, qué decir de la nave central con sus dimensiones inabarcables, el color de las piedras blancas y rojizas de sus arcos, el coro o sus capiteles labrados que relatan las historias de la antigüedad clásica y la Biblia, y que están perfectamente conservados.
Todo lo contrario a otra de las visitas imprescindibles en la Borgoña: la Abadía de Fontenay. Mientras en Cluny y Vézelay el arte arquitectónico expresa su belleza en todos los sentidos, en Fontenay, San Bernardo hace todo lo contrario. Fundada por él en 1118, desarrolla el císter en toda regla. Nada de florituras. El rezo y la solemnidad prevalecían ante todo. Y así nos ha llegado como un milagro esta maravilla arquitectónica románica, cuyos claustro e iglesia han hecho que Fontenay también sea considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Hospital de Dios
Pero si hay algo de lo que están orgullosos los borgoñeses es de un edificio que ha llegado hasta nosotros indemne. Nos referimos al «Hôtel-Dieu» (Hospital de Dios) fundado en 1443 por Nicolas Rolin, canciller de Felipe el Bueno. Se trata de un hospital para los pobres que ha estado en uso hasta 1971. Alrededor de su patio central sobresale una galería de madera sobre la que se alzan ventanas abuhardilladas con sus bonitas torrecillas y sus tejados inclinados adornados con azulejos de colores y motivos geométricos. Tejados que se han convertido en la imagen de numerosos edificios de la Borgoña. El culmen de la visita es la capilla donde se encuentra una de las obras maestras de Roger Van der Weyden: «El Juicio Final», que servía a los enfermos como enseñanza para los que osaran salirse de los designios de Dios.
Como final de nuestro periplo monástico, llegamos a Cluny. En esta abadía, que llegó a ser la iglesia más grande de Europa, poco queda para ver (lo existente es sólo un diez por ciento de lo construido). Conserva todavía el campanario «Clocher de l'Eau Bénite» y los brazos derechos de los dos cruceros, lo que nos pone en la pista de lo que esta inmensa obra debió de ser. No es de extrañar que el papa Urbano II dijera que era «la luz del mundo».