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Victimismo imposible

La Razón

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El 2 de febrero de 1933, en la ciudad francesa de Le Mans, sobre las ocho de la noche, la Policía Municipal acude en ayuda de René Lancelin, ciudadano que no logra entrar en su domicilio. Al forzar la puerta, se encuentran en el primer piso a madame Lancelin y a su hija asesinadas. Es uno de esos crímenes populares que asombran por su complejidad y horror. Los cuerpos estaban cruelmente mutilados y tenían los ojos arrancados de las órbitas.
En busca de los posible autores de tal drama, en el segundo piso encontraron escondidas en su habitación, metidas en el lecho y muy tapadas, juntas como si fueran una sola, a las dos sirvientas de la casa, Christine y Léa Papin, que tenían fama de ser las criadas modelo. Sin apenas resistencia, confiesan ser las autoras del doble asesinato, resaltando que las muertas eran señoras irreprochables y que todo se había debido a un pequeño incidente con una plancha en mal estado que había hecho saltar el fusible, lo que provocó la matanza sangrienta. La difusión de estos hechos, lo pequeño de la provocación y lo enorme del drama, hizo que un grupo de intelectuales tratara de retorcer los términos de lo sucedido y que aparecieran las presuntas culpables como presuntas víctimas. La cosa era ver que la situación laboral de las criadas podría haber provocado su ira. No hay pruebas de ninguno de estos supuestos. El doble asesinato de las hermanas Papin sirvió a un escritor de gran fama, Jean Genet, para hacer con él una obra de teatro en la que se apoya la idea antes señalada. Como juego intelectual podría resultar interesante; como explicación de un crimen, manipuladora.
Jean Paul Sartre afirma que Genet no se basó en el crimen de «las criadas» para su obra homónima, pero se trata de una negación de la evidencia. A veces el crimen sacude toda la sociedad, como pasó con éste, en el que el psiquiatra Lacan, entonces un joven que había terminado su tesis doctoral sobre el asesinato de los paranoicos, sugirió, con gran acierto, que era el crimen del paranoico por excelencia. El de las hermanas Papin tiene dos asesinas, pero en realidad sólo hubo una única autora: Christine, psicótica paranoica que, sintiéndose perseguida, arremetió sin motivo contra sus señoras, descuartizándolas bárbaramente y arrancándoles los ojos. Su hermana, enfermiza, sometida a sus deseos sin escrúpulos, la secundó dando algunas cuchilladas. Las muertes de la madre y la hija fueron idénticas, como sólo pueden serlo cuando se debe a una misma mano, y el reflejo de los intelectuales diletantes con el crimen fue un mero espejismo. Lacan fue el que acertó plenamente.