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Novela

Victoria Camps: "En la política muchos fallos se producen por falta de valentía"

Filósofa, catedrática, consejera permanente del Consejo de Estado y presidenta de la Sección Séptima

Foto: Luis Díaz
Foto: Luis Díazlarazon

En su nuevo libro «La búsqueda de la felicidad» recoge la opinión de filósofos al respecto.

Me impresiona tener a Victoria Camps delante. Es una mujer a la que admiro enormemente. Un referente. Una de esas personas cultas, poco ruidosas y con un exquisito sentido común que traslada a todas sus tareas: a la enseñanza, al Consejo de Estado, son imprescindibles libros, repletos de sabiduría. El último «La búsqueda de la felicidad» (Arpa).

–¿Cómo y dónde podemos buscar la felicidad?

–Aristóteles dice que solo la vida buena conduce a la felicidad, no la riqueza, ni el honor, ni el éxito.

–¿Todo el mundo tiene derecho a buscarla?

–Es un derecho reconocido desde la declaración de la independencia de EEUU. Y creo que es muy importante haberlo reconocido, porque de alguna forma viene a decir que la felicidad, si no todos tienen garantías de que la podrán buscar por lo menos, no es una felicidad completa ni justa. Reconocer ese derecho es un gran paso hacia los derechos sociales y la justicia.

–¿Y que grado de responsabilidad tienen los Estados?

Todo. Garantizar la felicidad de los que no pueden buscarla no es cosa que nos concierna a los individuos sino que es una obligación del país, del Estado y de la ciudad. Todo derecho implica unos deberes y obligaciones y en ese sentido el Estado de Bienestar ha sido un paso adelante en intentar dar una protección mínima, que es una condición no suficiente, pero necesaria.

–¿No estamos retrocediendo respecto a esa protección mínima necesaria?

–Lo estamos dando en la medida en la que estamos poniendo en cuestión que se pueda sostener. Yo creo que es lo último que se debería poner en cuestión. Hay otras muchas cosas de las que se podría prescindir pero no de uno de los grandes logros de la modernidad.

–Desde el Consejo de Estado ¿se hace algo para conseguir que tengamos acceso a la felicidad?

–Directamente poco, porque es un consejo consultivo que, en realidad, responde a consultas que le hace el Gobierno y, por lo tanto, iniciativa, poca. Pero sí, yo creo que todas las instituciones políticas pueden aportar algo.

–¿Para proporcionar el derecho a la búsqueda de la felicidad, las sociedades deberían ser libres e iguales?

–En Grecia se consideraba que el hombre libre debía dedicarse a la política y a la vida excelente. En la Edad Media el mundo era del que podía estudiar teología y la vida dedicada a Dios era la mejor. Desde la Modernidad empieza a no ser así. El individuo y su libertad pueden escoger y además eso se ve como un valor. Pero la capacidad de elegir debería venir acompañada de garantías. Para unos pobres inmigrantes que van de país en país, buscando encontrar una supervivencia un poco mejor, no ya para ellos, sino para sus hijos, evidentemente, la búsqueda de la felicidad es mucho más difícil...

–Según los existencialistas, la libertad era una carga porque implicaba tener que decidir...

Yo creo que no. O sea «El miedo a la libertad» que es una obra de Erich Fromm, que cito en algún momento del libro, es lo que, según él, justifica los totalitarismo, los fascismos y hoy diríamos que el populismo. Que me digan lo que tengo que hacer, yo creo que en el fondo no es garantía de felicidad, como la falta de cultura tampoco lo es. El saber más no te hace más, pero el saber menos no te hace más feliz.

–Pero el populismo vende una especie de espejismo de felicidad ¿no?

–Ese espejismo se consigue porque el populismo ha triunfado bastante. Y no ha triunfado más porque la democracia tiene sus defensas y sus controles. Pero sí, yo creo que un cierto a miedo a la libertad, al desconcierto y a la incertidumbres sí que existe..., aunque yo nunca diría que situarse en ese ambiente de desconocimiento de ser rebaño y no tener decisiones propias conduce a la felicidad.

–Hablemos de sexo. O de placer. ¿Es necesario en la búsqueda de la felicidad?

–Bueno, para algunos filósofos casi lo ha sido porque Epicuro, por ejemplo, ha pasado a la historia como un filósofo hedonista y sin embargo era de lo más austero. Pero no desechaba el placer y eso que en los griegos era algo común que fuera inmoral, que fuera desastroso dejarse arrastrar por las pasiones: había que saber combinar muy bien, establecer ese equilibrio entre una vida placentera, pero al mismo tiempo dominada por la razón individual.

–¿Y el amor y la amistad?

–La vida afectiva, la amistad, el amor es una necesidad del ser humano. Pero también hay que saber establecer la distancia adecuada. Ahí está la metáfora de Schopenhauer del puercoespín, que dice que se junta con otro si hace frío pero no demasiado para no hacerse daño

–¿Y el desamor?

–Madame de Chatelet, una filósofa que solo ha pasado a la historia como amante de Voltaire, pero que tradujo a Newton y era listísima tiene un librito sobre la felicidad –que escribe, precisamente cuando le falla Voltaire–en el que dice que el amor es lo mejor que le ha ocurrido en la vida, pero donde también habla de cómo superar el desamor. Y la forma hacia donde ella mira es hacia la cultura, los libros, el arte, la música.

–Unos políticos virtuosos, con paciencia, templanza, etc. ¿nos ayudarían a buscar la felicidad?

–Siempre he sido muy defensora de la ética en las virtudes, en una época en que parecía como muy anacrónico. Luego se ha recuperado un poco, pero creo que esto que se llama hoy las éticas aplicadas a distintas profesiones, sea la medicina, la misma política, la empresa o el periodismo necesitan más actitudes que normas. Actitudes de querer hacer las cosas bien hechas y de una forma responsable y adquirir una serie de cualidades como puede ser la prudencia o el coraje es muy importante en la política, donde muchos fallos se producen por falta de valentía.

–No hay más que ver el juicio del Procés,

–Exacto.

–No quiero despedirme sin que haga un vaticinio sobre los resultados electorales...

–Temo que se puedan repetir las elecciones. También en Cataluña.

PERSONAL E INTRANSFERIBLE

Victoria Camps nació en Barcelona en 1941, está casada y tiene tres hijos, que son su máximo orgullo. Se arrepiente «de muchas cosas y de nada tanto como para decir que no lo he podido superar. Perdona, olvida «bastante». Le hace reír «mi nieto pequeño» y llorar «la muerte de los seres queridos». A una isla desierta se llevaría «unos cuantos libros». Le gustan «los productos lácteos y el vino tinto». No tiene manías. Su vicio es «la siesta». El sueño que se le repite es «que pierdo el avión, que no acabo de hacer la maleta: todo relacionado con tener que llegar a algún sitio y no poder». De mayor «no me gustaría volver a empezar nada de lo que ya he hecho». Y si volviera a nacer «podría escoger más de lo que he escogido... No me alejaría mucho de lo que he hecho. Aunque no he tenido suficiente música».