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«Voltaire/Rousseau. La disputa»: Los ilustrados, a tortas

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Autor: Jean-François Prévand. Director: Josep Maria Flotats. Intérpretes: Josep Maria Flotats y Pere Ponce. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 4 de marzo.
La difusión de un libelo contra Rousseau, en el que se censura la nula consonancia entre la vida personal del ginebrino y los planteamientos filosóficos que defiende, hace que el autor de Emilio acuda a la residencia de su admirado Voltaire para que este le ayude a encontrar al autor del escrito difamatorio. Flotats vuelve así, en «La disputa», a ese teatro de estructura sencilla, que suele alternar con otras producciones más emperifolladas, basado en la contraposición dramática de dos buenos personajes que encarnen sendos modos, quizá antagónicos, de entender una misma realidad. Una realidad que, en este caso, como ya ocurría en «El encuentro de Descartes con Pascal joven» y en «La cena» (ambas de Jean-Claude Brisville), tiene que ver con importantes cuestiones del pensamiento humano o del orden social. Es un tipo de teatro que lo apuesta todo a lo que, en definitiva, es lo esencial en el drama clásico: que ambos personajes sean igualmente sólidos, que sus diálogos se resuelvan con pericia técnica y literaria –son impecables en las versiones de Mauro Armiño, habitual colaborador de Flotats– y que los actores sean capaces de dar a sus respectivos caracteres la emoción y el nervio que necesita el discurso para enganchar y sacudir al espectador –tanto el propio Flotats como Pere Ponce tienen ya oficio de sobra para lograrlo, a pesar de moverse en un tono de alta comedia un tanto acartonado hoy–. Donde sí cojea la obra de Jean-François Prévand es en el primero de estos tres puntos: no hay un justo equilibrio entre Voltaire y Rousseau como personajes; el segundo pronto se convierte, durante el combate dialéctico, en un mero sparring del primero. Personalmente, comparto las simpatías del autor por Voltaire, en detrimento de Rousseau; pero hubiera sido más interesante, en aras de presentar un conflicto con verdadera hondura dramática, que el autor del Contato social, sobre el escenario, supiese defender con mayor ingenio su pensamiento. Y no ocurre así: exceptuando ese momento en el que, poniendo como ejemplo el castigo que sufrió Galileo, Rousseau explica que «no es la ignorancia la causa del crimen, sino el error», en el resto de la obra es vapuleado intelectualmente por Voltaire.
LO MEJOR
Cualquier clase de espectador logra entender el pensamiento de estos dos grandes filósofos
LO PEOR
Rousseau, como personaje teatral, es mucho más débil que Voltaire en la obra

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