Yo pegué a Marilyn Monroe
Un libro arroja luz sobre la violencia física y los abusos verbales a los que Joe Dimaggio sometió a la estrella.
Lo de Joe DiMaggio fue la historia de una pasión y una osadía. Quiso convertir a una diosa como Marilyn Monroe en una simple ama de casa, pendiente de sus desayunos, sus calcetines y de tenerle listo el periódico cada mañana, sin entender la magnitud del personaje que tenía entre manos. Por eso terminó por vejarla, por insultarla de mala manera y por cruzarle la cara cuando no se entendía con ella, lo que era muy a menudo. Y por eso su matrimonio no duró más de 9 meses, 274 días para ser exactos, marcados por los celos y por dos personalidades opuestas. Sorprendentemente, fue un amor que, pese a los golpes, no terminó de disiparse por completo.
Así lo cuenta con todo lujo de detalles C. David Heymann en su nuevo libro «Joe and Marilyn», un recuento de una de las relaciones más célebres de la sociedad americana, embelesada por la historia de amor de una leyenda como Monroe y una más grande aún en los campos de béisbol como DiMaggio, un jugador que aún es considerado el mejor de todos los tiempos por haber llevado a los New York Yankees hasta nueve campeonatos. Una auténtica hazaña deportiva, aunque, en lo personal, no tuvo tanto éxito. No supo tener paciencia para aguantar un vendaval emocional como el que le proponía Monroe a diario, una mujer que supo conquistar y someter a hombres de amplia figura y mayor trayectoria, pero que a la larga tuvo complicado entenderse con ellos.
«Pareces una..»
Con DiMaggio duró tres años desde el arranque del romance hasta su separación, acusando al jugador de crueldad mental en su petición. Debió de referirse a momentos concretos. Como por ejemplo, la ceremonia de Miss América en 1952 en Atlantic City, cuando la protagonista de «Niágara» optó por un modelo atrevido que a DiMaggio le pareció grotesco e indigno para un hombre de tradición católica como él. Monroe defendió su decisión. «Es perfectamente decente», dijo la rubia del tono de voz sensual. «Podrías ponértelo en un tranvía sin molestar para nada a los pasajeros». Sin embargo, a la estrella del béisbol no le pareció un argumento convincente. «Pareces una maldita puta», le escupió, según un extracto del libro destacado por el «Daily Mail» británico. Tampoco le hizo ninguna gracia el tener que aguantar la idea de Billy Wilder de rodar la famosa escena del vestido blanco de «La tentación vive arriba» (1955) en pleno Manhattan. Al director de origen alemán le pareció una buena idea convocar a la Prensa para darle mayor publicidad a la cinta, lo que originó el subsiguiente circo. No importó mucho que la escena fuera la que salvase una película más bien mediocre dentro del repertorio de Wilder, y que supuso sin duda el movimiento más famoso de Monroe en su carrera. DiMaggio, por contra, la insultó con vehemencia en público, cuando atravesaban el lobby de un hotel, y ése fue el punto final de su relación.
Celos monumentales
Detrás de esas escenas de arranques temperamentales se escondían unos celos monumentales, alimentados, en gran parte, por el carácter promiscuo de la actriz californiana. Le gustaba acostarse con hombres siempre que tenía ocasión, sin que el concepto de fidelidad marital fuera con ella. De acuerdo a Heymann, Monroe tuvo relaciones sentimentales con una larga lista de nombres durante la época de su matrimonio con DiMaggio, incluyendo al que sería después su tercer marido, Arthur Miller, un gigante intelectual, y mucho más aún comparado con la estrella de los Yankees, un hombre muy limitado en ese aspecto, algo que también le hacía más inseguro con las mujeres. Monroe se dio el lujo de usar sus influencias cinematográficas y su imponente figura para mantener relaciones fugaces con gente como el director Elia Kazan,el magnate de Wall Street Paul Shields o el actor de origen griego Nico Minardos. Fue una época de máximo esplendor para la estrella, que además atrajo la atención de Hugh Heffner para la portada de su revista «Playboy» en 1953. En ese momento, la mujer bautizada como Norma Jean estaba lejos del concepto ideal de mujer que profesaba DiMaggio, de talante mucho más conservador. No había en ella ni un ápice de mujer de su casa, desordenada, dejada y descuidada. Con ella en el hogar, los muebles estaba llenos de ropa tirada y la cocina, plagada de restos de comida, manchas y botellas de alcohol vacías en el suelo del dormitorio, un contraste atroz con el deportista, que se tenía por un hombre metódico y amante del orden.
Por esa razón llegaban también muchos de los problemas: por una simple cuestión de orden doméstico, pero que evidenciaba una incompatibilidad que anulaba la pasión que se profesaron desde el principio. La relación entre ambos surgió a raíz de una foto que DiMaggio vio de su futura esposa jugando al béisbol en 1951. Llamó a un amigo común para que se encargara de organizar una cita entre ambos y finalmente se conocieron un año más tarde. La cena fue en un restaurante italiano de Los Ángeles y, pese a no conocerse de nada, acabaron en la cama la primera noche. Aun así, sus amigos más cercanos anticiparon los problemas que después aflorarían. «Nunca, ni por un minuto, llegué a pensar que ella y Joe DiMaggio durarían», asegura en el libro Jane Rusell, mujer de otro deportista de élite de la época, Bob Waterfield, estrella de Los Angeles Rams de fútbol americano. «Estaban enamorados, pero no se entendían el uno al otro. Estaba escrito en las estrellas que no durarían». Y así fue. Monroe tuvo dudas desde el principio, sin estar segura de que un matrimonio con DiMaggio era lo que más le convenía. Ya entonces había conocido a Miller, un hombre al que consideraba una referencia intelectual con el que podía crecer y madurar, algo que DiMaggio jamás le proporcionaría. Pero las consecuencias de esta relación irían más allá: la ansiedad por este fracaso llevó a la actriz a tomar pastillas para el insomnio, además de cantidades importantes de alcohol. Fue el principio de una tragedia que culminó con su vida en 1962 tras una sobredosis de barbitúricos, una muerte que lloró con amargura DiMaggio, pese a que nunca fue capaz de domar el espíritu libre del mito rubio del cine.
La ambición rubia sigue fascinando
La personalidad de Monroe excede la categoría de mito. Sólo así se explica que, más de 50 años depués de su muerte, su biografía siga alimentando exposiciones, documentales y libros. Este mismo año ha salido a la luz el que prometía ser el texto «definitivo» que aclara las misteriosas circunstancias de su muerte, y la relación de ésta con los Kennedy. También de este año es una canción con su nombre que ha publicado el músico de moda, Pharrell Williams. No en vano la llamaban la «rubia eterna».