Estreno teatral

«Cyrano de Bergerac»: No hay narices

Autor: Edmond Rostand. Traducción: Xavier Bru de Sala. Dirección: Oriol Broggi. Escenografía: Max Glaenzel. Iluminación: Guillem Gelabert. Vestuario: Berta Riera. Caracterización de Cyrano: Eva Fernández. Reparto: Pere Arquillué, Marta Betriu, Bernat Quintana, Ramon Vila, Pau Vinyals, Jordi Figueras, Babou Cham, Andrea Portela, Isaac Morera, Cecilia Valencia. Teatro Valle-Inclán. Madrid.

«Cyrano de Bergerac»: No hay narices
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Cuando las cosas empiezan muy bien da rabia ver cómo se desinflan. El arranque de este «Cyrano» que llega al Centro Dramático Nacional producido por la compañía catalana La Perla 29 es modélico: metateatralidad y juegos actorales –al fin y al cabo, el primer acto se desarrolla en un teatro– se combinan con guiños de actualidad: es curioso ver con qué naturalidad encaja el texto de Edmond Rostand referencias a nuestros políticos actuales, allí donde el francés hacía repaso de la sociedad de su momento, sin que ningún purista se escandalice en el patio de butacas. Hasta la aparición de Cyrano, creciente sombra chinesca cuya voz parece surgir de la nada, nos dice que en Oriol Broggi hay mucha dirección, nutrida de abundantes referencias. ¿Por qué entonces acaba la función y tenemos la sensación de haber visto «otro Cyrano más»? Muy correcto, sí, notable en su hermosa propuesta escenográfica –arena, maderas y telas, junto a proyecciones y árboles–, y de fluido texto en la adaptación tan osada como amena de Xavier Bru de Sala. Pero, pese a todo, no aparece ese momento mágico, esa gran idea que cabe esperar para hacer que el duelo en verso de «al acabar, os hiero», o el soliloquio de «no, gracias» se graben en nuestra mente. Broggi olvida los juegos, cede a la tentación del balcón «romeoyjulietesco» en la escena del beso, y parte del reparto se descontrola en gritos y excesos.

Hay que reconocer que el protagonista, que lo es en Rostand casi todo, está pletórico: Pere Arquillué sale triunfal de su duelo a florete y corazón roto con un personaje tan narigudo como enorme que a veces fagocita a primeras figuras y a quienes las rodean. Pero su Cyrano es reflexivo, divertido y algo payaso, no tan bruto como otros, un poco cansado... Por lo demás, hay de todo. Lo mejor: la Roxana de Marta Betriu reluce con inteligencia además de belleza, una calma serena que aporta profundidad a un personaje demasiado a menudo vacío; como el Christian de Bernat Quintana, tantas veces el jovencito guapo y flojo, pero aquí con entidad.