Boxeo

El día en que Urtain se convirtió en leyenda

Se cumplen 50 años de su primer título europeo de los pesados, conseguido ante el alemán Weiland en el Palacio de los Deportes

Urtain
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Ya había muerto Franco cuando España encontró el boxeador que tanto buscó el dictador, uno que pudiera pelear por el título mundial de los pesos pesados. Era 1977 cuando Alfredo Evangelista se subió a un ring para aguantar quince asaltos de pie a Muhammad Ali. Evangelista ya peleaba entonces como español, aunque había nacido en Montevideo. Para llegar hasta allí, había tenido que derrotar, entre otros a Urtain, el púgil que el régimen modeló para triunfar en los grandes pesos.

“Comedia Urtain” se llamaba el libro que escribió José María García para desmontar el personaje que había creado el régimen de Franco. Un levantador de piedras entrenado para convertirse en campeón de los pesos pesados. El dictador era un gran aficionado al deporte y su médico, Vicente Gil, el presidente de la Federación Española de Boxeo. Entre los dos modelaron la idea que acabó transformando a José Manuel Ibar en Urtain.

El nombre del caserío familiar con el que fue conocido en el boxeo acabó convertido en nombre propio. Tanto que todo el mundo empezó a conocerlo como “Morrosko” o como el “Tigre de Cestona”, segundos apodos que se superponía al nombre deportivo.

Los que lo vieron pelear coinciden en que no tenía técnica. Ni siquiera sabía boxear, pero pegaba más que nadie. Tanto que fue capaz de encadenar 32 victorias seguidas antes del límite. Pero eso no impidió que la sombra, algo más que fundada, del tongo pesara sobre toda su carrera.

Pero Urtain era Urtain, un símbolo de la España de la época, cuando los boxeadores podían ser estrellas y compartir botellas en la noche con los futbolistas. Franco encontró en él el ídolo que buscaba. España había tenido muchos campeones de boxeo, de Europa y del mundo, pero ninguno en los grandes pesos capaz de desmentir el estereotipo de español bajito que perpetuaban las comedias de la época.

Urtain era un coloso, más por fuera que por dentro, como se demostró después. Y el 3 de abril de 1970, hace exactamente 50 años, en un Palacio de los Deportes abarrotado, alcanzó el punto más alto de su leyenda al derrotar al alemán Peter Weiland con el título europeo en juego.

Lo derrotó antes del límite, en el séptimo asalto, aunque las crónicas dicen que el árbitro tampoco tuvo paciencia por contar hasta diez al alemán. Parecía que había prisa por que Urtain conquistara el campeonato de Europa. Era suyo, pero sobre todo de España. Pero el campeón era una víctima.

Urtain perdió el título seis meses después, ante el británico Henry Cooper. Tardó unos años más en perderlo todo. Incapaz de administrar la fortuna que ganaba, excesivamente generoso con todos los que le rodearon y amante de la noche, Urtain acabó dilapidando todo su dinero. Alargó su “carrera” deportiva en la lucha libre, un teatrillo poco exigente que le hizo ganar mucho dinero. Pero también se lo gastó. Y tampoco le funcionó el último negoció que probó, un restaurante.

Se casó dos veces, se arruinó varias y terminó con su vida el 21 de julio de 1992, cuando se arrojó al vacío desde la terraza del décimo piso en el que vivía y del que le iban a desahuciar al día siguiente. Allí murió José Manuel Ibar, pero la leyenda de Urtain sigue viva. A medio camino entre la comedia que dibujó José María García y la tragedia que el grupo teatral Animalario llevó a las tablas con su nombre sobre la figura de Roberto Álamo.