Coronavirus
Opinión: Aprender a jugar sin público
Será raro por la conexión, incluso la comunión, que existe entre los aficionados y los jugadores, pero el deporte ya ha demostrado en otras ocasiones el poder que tiene
Se hace raro. Nos hemos acostumbrado algunos psicólogos del deporte, en ocasiones, a hablar simplemente de oídas. Cuando todo esto empezó se anunciaron con trompeta que habría cuadros de ansiedad, de depresión, todo basándose en muchos casos en ideas derivadas del estrés postraumático, pero sin haber hecho previamente un estudio de cómo iban a reaccionar nuestros deportistas, sin pararnos a pensar que están acostumbrados a superar situaciones difíciles, a enfrentarse a retos, a trabajar con disciplina férrea. Los primeros estudios que se han conocido, si bien es cierto que en su mayoría provienen de deportes individuales, han demostrado que no ha sido, en general, para tanto. Claro que ha habido descontento, irritabilidad, tristeza, incertidumbre e incluso ira. Es cierto que muchos lo han pasado mal, pero la práctica física, el deporte, ha demostrado su poder balsámico, su capacidad moduladora entre las pérdidas y los estados emocionales.
No seré yo quien haga de augur en predecir lo que va a ocurrir, no sea que ocurra que siendo, como hemos sido, catastrofistas, nos equivoquemos en la predicción. Más aún cuando no hay un número suficiente de estudios que hayan podido sacar conclusiones, sólo se dispone de testimonios sobre partidos que, por uno u otro motivo, se han jugado a puerta cerrada. Incluso así, se pueden esperar algunas reacciones. El fútbol, como el resto de los deportes, y más los de masas, tiene una enorme dependencia de las interacciones que se producen. Hay una clara comunicación, diría comunión entre los espectadores y los jugadores. El silencio sepulcral de unas gradas vacías será un gran impacto, sobre todo al principio, tras el pitido inicial; raro, muy raro será el tiempo de adaptación. Extraño no recibir el apoyo de los suyos, el grito de los contrarios. El golpeo del balón, las órdenes de los entrenadores, el pitido del árbitro, los golpes y gritos, los encontronazos tendrán un sonido y un protagonismo inusitado.
No será fácil, porque todo está diseñado para sentir el calor de los espectadores, que son parte fundamental del deporte espectáculo. El derbi sevillano que se avecina será muy extraño, un Sevilla-Betis con más ruido fuera que dentro, sin el refuerzo de los aplausos tras un pase, tras un gol. Los jugadores consultados dicen que tendrán que hacer un esfuerzo en concentrarse en el juego, en lo que acontece, y olvidarse de lo que no hay alrededor. Es hora de que los técnicos y entrenadores preparen a los suyos para rendir en el vacío enorme del estadio. Extrañeza, cambios en el foco atencional, habrá que olvidarse de lo que les aportan los que cada fin de semana se dejan su fuerza, su energía, sus ilusiones en la grada. Habrá que pensar que están fuera, esperando, apoyando desde la lejanía, habrá que aprender a jugar como si los aficionados y la hinchada estuvieran dentro.
Esperemos a que ocurra por vez primera, no sólo en un partido aislado, sino como un fenómeno nunca visto, como esta pandemia que nos ha cambiado a todos los modos, que nos ha dejado fuera de juego en muchas ocasiones. Dejemos que los jugadores, árbitros y equipo técnico nos cuenten cómo se han sentido, cómo es jugar sin público. Aprendamos todos de los protagonistas.
No hagamos teorías basadas en lo que creemos que va a pasar, seamos capaces de esperar el tiempo suficiente. Eso sí, hay que hacer un esfuerzo para estar preparados para jugar en mitad de esta epidemia. Al fin y al cabo es sólo deporte, no habrá miles de fallecidos, decenas de miles de hospitalizados, de personas que se quedan sin empleo, de familias desechas, de negocios rotos, de hinchas que se fueron para siempre.
Todo eso queda fuera de lo que va a ocurrir en cuanto el árbitro haga sonar su silbato. Y será pronto.
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