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Messi-Barça: los matrimonios rotos, rotos están

Auguro un par de meses de paz a lo sumo. Volverán los reproches mutuos y todo saltará por los aires

FC Barcelona - Nástic de Tarragona
El delantero del FC Barcelona Leo Messi durante el primer partido de pretemporada contra el Nástic de TarragonaAlejandro GarcíaEFE

Roza lo perogrullesco concluir que la partida de Cristiano Ronaldo fue el banderazo de salida al declive de la Liga española. Desde entonces, nada ha sido igual. Su presencia, amén de la de Leo Messi, garantizaban la primacía de nuestro torneo de la regularidad, mérito en el que nada tiene que ver el sospechoso presidente de LaLiga, Javier Tebas. Más al contrario, su afán por jibarizar económicamente a los dos grandes en el reparto de la tarta televisiva –cobran poco más que con el contratazo de 2007– ha mermado el poder de un fútbol español que cada vez se ve más impotente para frenar a los clubes-Estado como el City (Abu Dhabi) o el PSG (Qatar) y no digamos a esos clubes-capricho que se compran megarricos como Abramovich (Chelsea) o Los matrimonios rotos, rotos están Steven Zhang (Inter de Milán), que meten pasta sin parar trampeando lo que haga falta para sortear el Fair Play fi nanciero.

La guinda del KO definitivo la habría puesto el adiós de Leo Messi, el 50 por ciento de esa sociedad que permitió que nadie tosiera a la Liga española y que entre el Madrid y el Barça se anotasen siete de las 10 Copas de Europa disputadas entre 2009 y 2018, año de la inesperada salida de CR7 rumbo a la segunda ciudad más coñazo de Europa después de Manchester: Turín.

El duelo Cristiano-Messi fue el cebo que puso cuasimonopolísticamente el foco de toda la afi ción mundial en España. Una rivalidad que nada tiene que envidiar, seguramente porque sea la más potente de la historia del deporte, a las de los más grandes: AliFrazier, Borg-McEnroe, CoppiBartali, Anquetil-Poulidor o la que un accidente letal truncó entre Senna y Prost. Messi ha dado un paso atrás por ventura para nuestra principal competición pelotera. El problema es cómo se ha quedado: de mala gana, con el rictus permanentemente cabreado y con el recelo propio del que sabe que las más altas instancias de su club lo intentaron matar civilmente por hackers interpuestos. Esto es como ese matrimonio que se lleva peor que mal, están hasta las pelotas el uno del otro y el otro del uno y decide separarse. De repente, aparece el cuñao de turno y les convence de que lo mejor es la reconciliación. «No olvidéis los hijos que tenéis en común, la casa, el coche, el perro y que estáis casados en régimen de gananciales», argumenta el casco azul de la familia, consciente de que ambas partes no romperán por miedo a rebajar su calidad de vida. La cláusula (y el sueldazo) de Messi es al fútbol lo que las gananciales a una pareja: el antídoto perfecto para ahuyentar cualquier intento de fuga. Pero por mucho que lo intenten, la relación está más muerta que viva después del culebrón veraniego, ridículo planetario final del jugador incluido. Si a ello le unimos que el Barça es institucionalmente una bomba de relojería, que están más tiesos que la mojama y que La Masía es una fábrica de jugadores, pero para otros equipos, el apocalipsis está servido. Y, qué narices, los matrimonios rotos, rotos están, por muchos parches que se intenten poner. Auguro un par de meses de paz a lo sumo, pero más pronto que tarde volverán los reproches mutuos y todo saltará definitivamente por los aires. Tiempo al tiempo.