Gimnasia

El desgarrador relato de abusos de una gimnasta olímpica: “Enana gorda”

Amy Tinkler, bronce en suelo en los Juegos de Río, se retiró en 2019 por el maltrato psicológico de su entrenadora. Ahora relata su calvario y las graves secuelas

Amy Tinckler
Amy TincklerArchivoLa Razon

Amy Tinkler, bronce en suelo en los Juegos Olímpicos de Río, ha roto su silencio. La estrella británica de gimnasia artística ha concedido esta semana al Daily Mail su primera entrevista desde que denunció el acoso sufrido durante años por parte de Amanda Reddin, la seleccionadora nacional de Gran Bretaña de artística femenina durante los últimos ocho años. Su testimonio es simplemente desgarrador.

"¿Qué me ha pasado? ¿Por qué soy así?’ se pregunta Amy Tinkler y añade: “quiero mejorar pero todo es un desasatre. No puedo mirar una báscula y si me ofrecen una ensalada me da un ataque de nervios porque mi cabeza está programada para pensar que me llaman gorda”.

Así el comienza el durísimo relato del calvario sufrido por la gimnasta que le ha dejado graves secuelas. Aquella niña que comenzó en la gimnasia porque amaba volar, está luchando desesperadamente por levantarse del suelo con ayuda de psicólogos y psiquiatras. Rota por dentro, se retiró sin decir el motivo real: lo hace ahora para poner fin a los abusos y obligar a la Federación a tomar medidas para que algo así no vuelva a ocurrir.

Tinkler confiesa que vivía “aterrorizada” por Amanda Reddin, quien estaba obsesionada con el peso y que durante cinco años la hizo vivir la cultura del miedo y de la intimidación. Aunque se sabe que no fue la única en sufrir aquel régimen del terror. La medallistas olímpica reconoce que denunció ese trato al director de rendimiento de la Federación Británica de Gimnasia, pero que James Thomas no hizo nada.

“Nada era lo suficientemente bueno para ella. Lo del peso empezó cuando yo tenía 13 años. Estaba obsesionada”, recuerda. “Si perdías peso, ella quería que perdieras más. Entiendo que, como gimnastas, necesitamos controlar nuestro peso”.

La cárcel de Lilleshall

Tinkler recuerda cómo era el día anterior a que las pesaran en Lilleshall, el cuartel general de la gimnasia británica y al que define como “una cárcel”. “No comía la noche anterior. Bebía jugo de limón antes de dormir cada noche porque leí que el ácido quema la grasa en tu estómago mientras duermes. Antes de pesarme, no comía ni almorzaba ni cenaba el día anterior”, explica. Aquella obsesión por el peso acabaría derivando en un grave problema de salud mental.

En 2017, al parecer por un error, le pusieron en copia de un intercambio de e-mails entre el seleccionador nacional Colin Still y la nutricionista del equipo que Amy ha sacado ahora a la luz.

“Tinkler ya parece un poco pasada de peso”, escribía Still.  Y cuando la médica le contestó diciendo que no era así, sino que él estaba interpretando de manera errónea los datos y porcentajes, su respuesta fue la siguiente: “Bueno, me das una gran noticia entonces. Podré irme a esquiar tranquilo sabiendo que Amy no se está convirtiendo en una enana gorda”.

Amy quedó petrificada al leer lo de “enana gorda”; empezó a sufrir episodios de ansiedad y desórdenes alimentarios, se obsesionó con que pudiera estar gorda.

“En 2018 -continúa- me intoxiqué con alimentos y estuve en el hospital. Cuando volví, Amanda dijo: ‘Cualquier excusa para no entrenar’, y luego Colin, otro entrenador nacional, dijo: ‘Bueno, al menos habrás perdido peso y te verás más delgada ahora, sólo trata de mantener ese peso’. Me elogiaron por estar enferma”.

Tras aquello, Amy empezó a sufrir graves lesiones en sus tobillos y en sus hombros, lo que provocó que tuviera que pasar por el quirófano, algo que no sirvió para que su entrenadora sintiera ni un mínimo de compasión por ella: "¿Cómo puede dolerte el hombro si no está haciendo nada? Empecé a llorar y ella me dijo: “Si vas a llorar, sal del gimnasio”.

Una medalla no vale la pena

En mayo de 2019, Amy decidió escaparse de Lilleshall para no volver nunca más. Sus padres acudieron a su encuentro al conocer las intenciones de Tinkler, y puso así fin a un calvario que ni ella misma se atreve a decir cómo habría acabado.

Tinkler vive un infierno en la actualidad derivado de aquellos años de “cultura del miedo”. Incluso confiesa que renunciaría a su bronce en Río por no haber pasado nunca por semejante calvario.

“La medalla olímpica no valía la pena”, dice. “Renunciaría a toda mi experiencia olímpica por no haber pasado nunca por esto, y porque no tuviera que hacerlo otra gimnasta. Nada vale la pena por lo que he pasado y por lo que todavía estoy pasando”, confiesa.