Polémica

Nadal, Figo, Reyes, Soldado... rompiendo el corsé de la hemiplejia

La adscripción a la progresía obra como un moderno acogimiento a sagrado que encierra ipso facto a los críticos en un averno do penan las almas de los fachas

Nadal, en el banquillo español durante la Copa ATP
Nadal, en el banquillo español durante la Copa ATPHamish BlairAP

España es una vieja nación aquejada de numerosos achaques, casi diríamos que de males endémicos. El más grave, quizá, sea la hemiplejia moral que contamina todos los debates públicos, reducidos a un juego maniqueo que asombra porque combina la puerilidad con la eficacia. Reos aún de la división decimonónica entre derechas e izquierdas, la mayoría de ciudadanos de-este-país (¡guárdense de pronunciar palabras malditas!) concibe la discrepancia con el Gobierno como ese derecho que en democracia lo asiste siempre… que manden los conservadores, puesto que la adscripción a la progresía obra como un moderno acogimiento a sagrado que encierra ipso facto a los críticos en un averno do penan las almas de los fachas, lo que sea que este concepto signifique tras varias décadas de manoseo.

Para los expedidores de carnés de demócrata, importa poco que un personaje público, deportista o no, se haya limitado a admitir su afición a la tauromaquia –Feliciano López– o que presente un impecable pedigrí izquierdista matizado, eso sí, con alguna opinión poco amable con los postulados de Fernando Simón Miguel Ángel Jiménez–. Da igual. Mientras haya un socialista en La Moncloa, todo aquel que exprese una crítica hacia la exacción fiscal confiscatoria, la almoneda de la soberanía nacional, la gestión de una pandemia o las retransmisiones de disciplinas minoritarias en RTVE, es catalogado inmediatamente de nostálgico del franquismo.

Tómense los ejemplos que nos llegan desde allende el Atlántico, hasta donde llega la mirada hemipléjica de los españoles y la gran mayoría de sus medios de comunicación. En el último año, las diatribas de algunos contra el inquilino de la Casa Blanca (alguna, de una profundidad analítica como un tuit que rezase «Fuck Trump») les servían para ser elevados a la categoría de heroicos activistas. Así, LeBron James, Megan Rapinoe o Colin Kaepernick, entre muchos otros. Los que han expresado su apoyo al presidente saliente, como el baloncestista que jugó en España David Wood o el nadador Klete Keller, quíntuple medallista olímpico, son presentados como cavernícolas recién bajados del árbol.

Por eso, con independencia de desacuerdos con algunos argumentos o excesos verbales, resulta saludable que algunos de los rostros más populares del deporte español se hayan animado a romper ese cinturón de acero que encorseta las opiniones de los personajes populares. Es deseable que los más escorados a la derecha no sean condenados al ostracismo por sus propios congéneres que padecen en el mundo del cine José Luis Garci u otros artistas que no se adhieren a la unanimidad zurda.

La democracia burguesa, tan denostada por populistas a diestra y siniestra, proporciona ventajas incuestionables: ni te juegas el bigote como Carlos Caszely por negarse a saludar a Pinochet ni corres el riesgo de que te empujen al suicidio, como le ocurrió al fabuloso futbolista austriaco Mathias Sindelaar, «el hombre de papel» que desafió, por su condición de judío, al nazismo negándose a jugar para selección unificada tras el Anschluss. Aquí y ahora, a lo sumo, los «bots» que los partidos alquilan en las redes sociales te pintan un bigotito hitleriano en una foto. Parco precio a cambio de quedarse uno bien a gustito...