Ajedrez

El ajedrecista de silicio vence al genio

Un año después de la victoria de Kaspárov, Deep Blue gana en la segunda guerra del hombre contra la máquina

Kaspárov enfrentándose a Deep Blue en 1997
Kaspárov enfrentándose a Deep Blue en 1997la razonla razon

Se acercaba el fin de milenio y amanecía la era de la inteligencia artificial entre una avalancha de ficciones, epígonos de Blade Runner, que anunciaban la batalla final por la supremacía en la Tierra: el hombre contra la máquina. En un plano más prosaico, menos filosófico, las empresas tecnológicas preparaban su colonización de la economía mundial gracias al desarrollo de Internet, con el que una masa de consumidores se familiarizaba a mediado de los años noventa. IBM, por aquel entonces la reina de la computación, tuvo la idea de confrontar a uno de sus ordenadores contra Gari Kaspárov, el mayor genio que había dado el ajedrez desde Bobby Fischer. Un brillante truco mercadotécnico que el mundo compró entusiasmado.

El artilugio fue bautizado como Deep Blue y uno de los programadores fue el informático barcelonés Miguel Illescas… más conocido por su faceta de ajedrecista, en la que había alcanzado el rango de Gran Maestro Internacional y acumuló una decena de títulos de campeón de España. En el primer encuentro, en febrero de 1996 en Filadelfia, Kaspárov hizo bueno el pronóstico de Illescas, que había jugado contra el ordenador durante su fase beta y lo había batido con facilidad. «Los científicos soléis ser buena gente, no tenéis nada que hacer contra un killer como él». El Ogro de Bakú hizo honor a su apodo y se merendó a los ingenieros de IBM.

Para preparar la revancha, prevista para mayo de 1997 en Nueva York, la multinacional afiló el colmillo. Contrató a un equipo de jugadores profesionales, entre los que estaba Illescas, que prepararon el motor de inteligencia artificial de Deep Blue para contrarrestar los trucos de Kaspárov, quien en su primer encuentro había engañado al ordenador con movimientos aparentemente equivocados que desordenaban su algoritmo. El jugador de silicio analizaba hasta cincuenta mil millones de posiciones en tres minutos, pero se gripaba ante la imprevisibilidad del factor humano. «Era como un GPS incapaz de recalcular la ruta cuanto se tuerce en la calle equivocada», explicó un responsable de IBM años más tarde.

Los periódicos neoyorkinos saludaron a Gari Kaspárov, que por entonces se daba aires de estrella del rock, como «el hombre que salvará a la Humanidad». La vanidad suele ser el pecado capital del genio y el campeón del mundo, henchido por su victoria en Filadelfia y espoleado por su triunfo en la primera partida del segundo match, se confió hasta verse empatado en vísperas de la sexta y última partida, después de que Deep Blue ganase la segunda con una jugada endiabladamente humana: en lugar de atacar desde una posición ventajosa, cerró el juego para evitar el contraataque del ruso.

El ambiente en el Equitable Center, en pleno corazón de Manhattan, era más de paranoia que de tensión porque Kaspárov estaba convencido de que IBM contaba con ajedrecistas expertos que intervenían para corregir los posibles errores de Deep Blue. Presa de los nervios, se la jugó a cara o cruz en la partida decisiva. En el séptimo movimiento, cometió un error adrede. Si engañaba a su contrincante cibernético, ganaba la partida. Si no, como ocurrió al cosechar la derrota más rápida de su carrera, quedaba demostrada su teoría conspirativa.

Humillado, Kaspárov enfureció, aunque su ira no estaba exenta de razones, ya que nunca le fueron facilitados los datos del proceso de cálculo de la computadora, tal y como se había pactado antes del encuentro. «Si se presentase a un torneo normal de ajedrez, lo machacaría», aseguró el jugador de origen azerí, que veinte años después todavía la daba vueltas al asunto en su libro «Deep thinking», donde insiste en que IBM infiltró entre sus agentes de seguridad a un rusoparlante que informaba sobre las conversaciones que mantenía con su entrenador, Yuri Dojoyan, y se cuestiona sobre los oportunos «apagones» que reseteaban al ordenador en los momentos decisivos de algunas partidas. O puede que sea sólo otro de esos grandes deportistas que no saben perder.