Historia
El surrealista maratón de Fred Lorz, el primer gran tramposo de la historia del deporte
Los bochornosos Juegos Olímpicos de 1904 en San Luis estuvieron marcados por el horror del racismo y las artimañas antideportivas
Aunque otros muchos como Lance Armstrong con su bici con motor o Mike Tyson, con sus penes de goma, lo han superado de largo, Fred Lorz (1884-1914) ostenta el dudoso honor de ser el primer tramposo reconocido de la historia deportiva.
Los juegos del escarnio
Los Juegos Olímpicos de 1904 en San Luis fueron una parte de la Exposición Universal que se celebró aquel año en la ciudad estadounidense y quedaran para la historia por una peculiar mezcla de racismo, épica y trampas. En la por entonces capital del algodón, las Olimpiadas de 1904 estuvieron tristemente señaladas por el racismo. Como novedad se dedicaron dos jornadas inaugurales a los llamados Días Antropológicos (“Anthropological Days”) una suerte de competencias de resistencia física reservadas para ‘grupos primitivos’. Forzados a competir para ‘comprobar’ la superioridad física de la raza blanca sufrieron el escarnio personas de varios pueblos originarios de Norteamérica (Crow, Sioux, Pawnee, Navajo, Chippewa), afrodescendientes, pigmeos o zulus. Un festival racista que, exaltaba y celebraba las desigualdades, para goce del público y organizadores. Pero este no sería el único esperpento de la competición que nos dejaría un sinfín de artimañas antideportivas y el primer gran tramposo de la historia. Eso sí, por suerte, George Poage se convirtió en el primer atleta negro en conseguir una medalla olímpica.
El 30 de agosto de 1904 los 32 participantes en el maratón olímpico de San Luis, entre ellos Lorz con el dorsal 31, iban a sumergirse en el infierno de las carreras, con 32 grados, a través de un camino de tierra abierto al tráfico, con carros, caballos, gente andando y los primeros coches de gasolina. Lorz fue el primero en atacar.
El corredor motorizado
Por detrás, William García abandonaría enseguida. Tragó tanto polvo detrás de los carros tirados por caballos, que se desvaneció mientras echaba sangre por la boca. John Lordon, poco después, también se retiró vomitando lo poco que había comido. El sudafricano Len Tau se extravió y terminó siendo perseguido por una jauría de perros a dos kilómetros de la ruta oficial. El cubano Félix Carvajal se dedicó a robar manzanas de los árboles ya que solo había dos avituallamientos de agua en el trazado escogido. Lorz, que casi se desploma en el minuto 15 tuvo una idea mejor. Lejos de abandonar, hizo señales a un coche que pasaba y se subió sin pensárselo dos veces.
Lorz se bajó del coche poco antes de llegar a San Luis, corrió los últimos metros y entró andando al estadio olímpico. Cuando le iban a dar la medalla de oro se produjeron los abucheos. Algunos corredores lo había visto subido al coche. Era un escándalo.
De esta forma, la medalla de oro fue para el segundo en finalizar la prueba, Thomas Hicks, que llegó a la meta dopado y estuvo a punto de perder la vida. Para estimularle durante la carrera su entrenador le dio a beber coñac como tonificante y, además, le inyectó dos veces pequeñas dosis de sulfato de estricnina. Lo contó de milagro. Hoy hubiera sido sancionado. Por el contrario, alcanzó la gloria como el vencedor de la disparatada maratón de las bochornosas Olimpiadas de 1904.
Lorz fue expulsado de todas las competiciones de aficionados por la Unión Atlética Amateur, pero esa pena fue levantada pocos meses después al disculparse por el fraude y al constatarse que no había tenido la intención de engañar. Posteriormente, en 1905, ganó la maratón de Boston con un tiempo de 2:38:25.
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