Himalaya

Karl Egloff, el alpinista exprés triunfa en el Makalu

El ecuatoriano de origen suizo ha ascendido junto a Nico Miranda la quinta montaña más alta de la tierra en poco más de 17 horas

Karl Egloff y Nico Miranda, en la cumbre del Makalu
Karl Egloff y Nico Miranda, en la cumbre del MakaluInstagram

Minutos antes de las siete de la tarde del pasado día 7, Kami Rita Sherpa alcanzó de nuevo a sus 52 años la cima del Everest, que ya había pisado antes en otras 25 ocasiones. Cinco días después la también nepalí Lhakpa Sherpa se plantó en el techo del mundo por décima vez. Ambos récords humanizan las montañas más altas de la tierra, en las que los principales retos pasan ahora por afrontar los grandes desafíos en rutas de dificultad extrema (la importancia confuciana del camino) o por conseguir hacer cima en el menor tiempo posible.

Entre quienes han convertido la velocidad en su seña de identidad, el ecuatoriano de ascendencia suiza Karl Egloff se ha hecho –en su primer ochomil– un hueco en la intrahistoria del himalayismo con su reciente ascensión sin oxígeno al Makalu (8.463 metros) –junto al también ecuatoriano Nicolás Miranda– en solo 17 horas y 18 minutos, el menor tiempo conocido hasta la fecha (ambos se plantaron en el campo base avanzado 25 horas y 48 minutos después de abandonarlo el pasado domingo pasadas las nueve de la noche).

Egloff, de 41 años, no es ningún desconocido. Antes de llevar al Himalaya su concepción ligera y rápida del montañismo, el ecuatoriano-suizo ya había dejado un reguero de récords de ascensiones exprés en cumbres como el Elbrus, Denali, Kilimanjaro y Aconcagua, las tres últimss mejorando los tiempos del español Kilian Jornet, un portento físico capaz de hollar dos veces la cumbre del Everest en 2017 en menos de una semana.

Karl Egloff anda embarcado en su proyecto de convertirse en el alpinista en subir de forma más veloz las cumbres más altas de cada continente –el «Seven Summits Speed Record», que comenzó en 2016–. Por ahora, solo se le han resistido el Vinson Massif (4.892 metros), en la Antártida, y la indonesia Carstensz Pyramid (4.884 metros). Su próximo reto, ya en 2023, será el Everest. Pero antes ha querido probarse en el Makalu.

El 5 de mayo, ya dieron un aviso de sus intenciones. Partiendo de 5.700 metros alcanzaron los ochomil. «Un gran día de entrenamiento», escribió tras 19 horas de esfuerzo y 2.500 metros de desnivel.

El malogrado Ueli Steck, un referente en la escalada de velocidad (la «máquina suiza» falleció en el Nuptse en abril de 2017) contaba en «Speed» (Ediciones Desnivel) que pese a sus asombrosas ascensiones contrarreloj no era un escalador técnicamente sobresaliente ni especialmente resistente. El plus que le impulsaba a toda velocidad por paredes imposibles era, insistía, su tenacidad.

Una tenacidad que debe viajar sin duda también en la mochila de Egloff, que junto a su compatriota Nico Miranda han sido capaces de superar casi 2.800 metros de desnivel hasta la cima del Makalu y regresar sanos y salvos a la seguridad del campo base en poco más de 24 horas. «Lo más duro que hemos hecho en nuestras vidas», lo calificaba Egloff en su cuenta de Facebook el pasado 9 de mayo nada más distribuir el vídeo de los metros finales hacia la cumbre.

«Sin duda sin oxígeno a esa altura es extenuante y cada paso es eterno», escribió el alpinista, que calificó la jornada de épica y constató que habían conseguido «un nuevo récord». El francés Marc Batard (un precursor de este alpinismo ligero y veloz) invirtió 17 horas y 45 minutos en subir al Makalu en 1988. Pero lo hizo por el pilar oeste y partiendo desde casi cinco mil metros de altitud y salvando 3.500 de desnivel hasta la cima

Treinta y cuatro años después, un ya septuagenario Batard está empeñado en hollar de nuevo la cima del Everest sin oxígeno por una nueva ruta por el Nuptse que sortea la siempre peligrosa cascada del Khumbu, en la cara sur de la montaña.

En 1988, Batard se convirtió en el primer alpinista en subir al monte Everest en menos de 24 horas (lo hizo en 22 horas y media). Ahora, su preocupación es otra: encontrar una ruta más segura que evite el laberinto de seracs (bloques de hielo como edificios que son una amenaza constante para los escaladores) del glaciar del Khumbu. Porque, al final, después de la velocidad quedan siempre las montañas.