Alpinismo

El héroe “villano” en la gran tragedia del Everest

El día de Navidad de 1997 una avalancha engulló en el Annapurna a Anatoli Boukreev, el alpinista kazajo marcado por su papel en el desastre en el techo del mundo un año antes

El alpinista kazajo Anatoli Boukreev, en la imagen, falleció sepultado por una avalancha en el Annapurna el día de Navidad de 1997
El alpinista kazajo Anatoli Boukreev, en la imagen, falleció sepultado por una avalancha en el Annapurna el día de Navidad de 1997Jaan Kunnap

El grito angustioso de Simone Moro quedó ahogado por el estruendo de los gigantescos bloques de hielo que se precipitaban hacia los tres alpinistas a toda velocidad. Estaban a merced de la tan temida muerte blanca, quizá ante los últimos segundos de su existencia. Pese a la distancia, el entonces joven himalayista italiano cruzó una fugaz mirada con Anatoli Boukreev, que unas decenas de metros más abajo intentaba escapar a la desesperada de la trayectoria de la avalancha. Luego, la atronadora confusión de la que, milagrosamente, Moro emergió sorprendido, 800 metros más abajo, sobre la gran lengua de nieve y hielo. Pero de Boukreev y del tercer miembro de la expedición, Dimitri Sobolev, no había ni rastro.

Así perdía la vida en el Annapurna (8.091 metros), un día de Navidad de 1997, hace ahora 25 años, el alpinista kazajo Anatoli Boukreev, marcado desde mayo del año anterior por la que sin duda es la mayor tragedia –y ha habido unas cuantas– en la historia del Everest. En apenas unas horas, cinco alpinistas fallecieron en la cara sur de la montaña (otros tres perecieron en la vertiente norte) zarandeados como muñecos de trapo por una inclemente tormenta.

Boukreev era uno de los guías de las dos expediciones comerciales que coincidieron en esa fecha en el asalto a la cima del Everest. Lideradas por el neozelandés Rob Hall (Adventure Consultants) y el estadounidense Scott Fischer (Mountain Madness), ejemplificaban la feroz competencia empresarial del entonces incipiente turismo de altura. Miles de dólares a cambio de las cimas más altas. O no.

En la expedición comandada por Hall estaba integrado el periodista y alpinista Jon Krakauer, con la misión de escribir un artículo de la experiencia en la revista Outside. Pero los trágicos acontecimientos desbordaban los límites de un reportaje y Krakauer, como buen periodista, tenía que contarlo. En «Mal de altura» –el más exitoso best seller de la historia de la literatura de montaña– recreó los hechos con un estilo periodístico ágil y preciso que cautivó a lectores de todo el mundo.

“No sabía trabajar en equipo”

Pero en el relato de Krakauer, una gran tragedia al fin y al cabo, también había un villano. Y ese papel estaba reservado para Boukreev, cuyo comportamiento en las horas críticas en las que se desató el desastre por encima del collado sur el periodista estadounidense cuestionó abiertamente.

El autor de «Mal de altura» reprochó a Boukreev lo que consideró una actuación poco profesional, fundamentalmente por no utilizar oxígeno –lo que entendía mermaba su capacidad de auxiliar a sus clientes en caso de necesidad– y por descender en solitario hacia el collado sur, una vez alcanzada la cima, sin esperar a los miembros de su expedición.

Aunque en su crónica de esas angustiosas horas el periodista estadounidense constata que Boukreev era «uno de los más dotados escaladores del mundo» (con 18 ascensiones a ochomiles a sus espaldas que incluían dos cimas sin oxígeno al Everest), su retrato del alpinista kazajo es despiadado. «No sabía trabajar en equipo», escribió de él. «Nunca pensaba en los demás». Y a la luz de los acontecimientos que presenció personalmente (fue uno de los dos únicos alpinistas de la expedición de Hall que sobrevivieron tras hacer cumbre), su sentencia era concluyente: «No había estado a la altura de su sueldo» (25.000 dólares frente a lo que, según Krakauer, percibía de media la mayoría de guías profesionales, de diez mil a 15.000).

“Fue una gran irresponsabilidad”

«Boukreev decidió no emplear oxígeno adicional el día de la cima, y después de alcanzar esta bajó solo con varias horas de antelación respecto de sus clientes, desafiando una práctica habitual entre los guías profesionales del mundo entero», denunció Krakauer. Para el periodista norteamericano «fue una gran irresponsabilidad» que decidiera ascender sin oxígeno, pues pese a su innegable fortaleza física, se veía obligado a escalar «al límite de sus esfuerzos». «Así no se ayuda a los clientes», censuró su comportamiento.

Pero ese juicio sumarísimo no le impidió a Krakauer reconocer que el alpinista kazajo «se comportó heroicamente en las primeras horas del 11 de mayo» al salvar la vida de tres alpinistas «arriesgando la suya propia», un comportamiento por el que expresó su enorme admiración: Boukreev se había aventurado solo en la tormenta «cuando todos los demás estábamos incapacitados en nuestras tiendas».

Boukreev –uno de los himalayistas más deslumbrantes de su generación y al que solo le faltaban en su historial tres de los 14 ochomiles– moriría año y medio después en esa fatal avalancha en el Annapurna. Pero antes le dio tiempo a exponer su versión de los hechos en «Everest 1996. Crónica de un rescate imposible», en el que a través de la pluma de G.W. Dewalt se defendio de las acusaciones de Krakauer.

En su alegato literario, el himalayista kazajo defendió que para él siempre era más seguro escalar sin oxígeno artificial para sortear «el efecto de pérdida súbita de aclimatación» que se produce al agotarse la reserva de oxígeno.

Boukreev señaló que tras haber fijado las cuerdas y abrir huella hasta la cima (un trabajo sin duda extenuante), esperó en la cumbre casi una hora y media, durante la cual solo alcanzaron la cima dos clientes de su expedición. A las 14:30 decidió bajar hacia el collado sur. Temiéndose que el resto de los alpinistas estuvieran en dificultades (carecía de conexión por radio con el resto de la expedición), decidió que podía ser más útil recuperando algo de fuerzas y estando listo para, llegado el caso, volver a subir desde el campamento IV con botellas de oxígeno y té caliente para auxiliar a sus compañeros.

Heroico rescate al límite de sus fuerzas

Poco después de abandonar la cima se encontró subiendo a Rob Hall, «que parecía estar en buenas condiciones» y más adelante se cruzó con cuatro escaladores de su expedición y otros tantos sherpas. Ya por encima del Escalón Hillary (una pared de roca y hielo que supone la última dificultad técnica en el camino final hacia la cumbre) se topó con Scott Fischer, a quien le comentó sus planes y se mostró de acuerdo. Una versión imposible de corroborar porque Fisher, al igual que Hall, murió en las horas siguientes.

A las cinco de la tarde, Krakauer llego a su tienda del campamento IV. Apenas una hora después, se adentró solo en la oscuridad (nadie más estaba en condiciones de ayudarle) y volvió a subir a despecho de la tormenta para intentar localizar a los escaladores extraviados a merced del temporal. Gracias a su intervención, tres de sus compañeros salvaron su vida. De haber permanecido en la cima, Boukreev aventuró que probablemente habría perecido, condenando a los clientes a una muerte segura. Al día siguiente, aún reunió fuerzas para subir hasta los 8.300 metros en busca de Fischer para constatar tristemente que ya era demasiado tarde.

Ninguno de los clientes de la expedición de Boukreev falleció en esas horas fatales en el Everest. Pero el alpinista kazajo cargó con la cruz de sentirse injustamente señalado por Krakauer tras protagonizar uno de los rescates más notables de la historia del himalayismo en esa primavera nefasta en la cumbre de las cumbres.

La película que no quería Boukreev

Todo buen libro que se precie tiene a menudo una cuenta pendiente con la película que ha intentado recrear sus páginas en la gran pantalla. «Mal de altura», del periodista y alpinista estadounidense Jon Krakauer, no sólo es un gran libro sino que, además, es el más vendido de la historia en la siempre minoritaria literatura de montaña. El listón, por lo tanto, estaba muy alto.
Pero la verdad es que «Everest», estrenada en 2015 y dirigida por Baltasar Kormákur, supera el desafío con bastante dignidad y fidelidad al libro. Boukreev, claro, se temía lo peor cuando, apenas un año después de los trágicos sucesos del Everest, ya se rumoreaba que en Estados Unidos esa historia real se quería llevar al cine.
En una entrevista grabada por Victor Kozlov en el campo base del Lothse –publicada por www.russianclimb.com–, el alpinista kazajo aseguraba apenas siete meses antes de morir que no se mostraría «la imagen real», sino «como quiere Estados Unidos». Boukreev ironizaba con la imagen que Hollywood daría de él al mundo, «con un estandarte con una estrella roja en las manos». «Será completamente diferente a la realidad», se resignaba.
En esa misma entrevista dejaba muy claro cuál era su filosofía de vida en las alturas, como alpinista y como guía: «En la montaña solo deberías depender de ti mismo, de tus propias fuerzas, y por eso resulta amoral pensar que alguien te salvará la vida allá arriba».