Amarcord

Harding y Kerrigan, dos patinadoras en la crónica de tribunales

Tonya Harding llevó su rivalidad con Nancy Kerrigan hasta el extremo de contratar a un sicario para que le partiese las pìernas

Tonya Harding y Nancy Kerrigan, durante un entrenamiento en Lillehammer
Tonya Harding y Nancy Kerrigan, durante un entrenamiento en LillehammerAndreas Altweindpa/AFP

Los Juegos de Lillehammer coronaron la XVII Olimpiada invernal, corta e histórica porque fue la única bienal. El COI tuvo la buena idea de alternar sus competiciones en los años pares y la edición de 1992, en Barcelona y Albertville, fue la última conjunta. En 1994, esta pequeña ciudad del interior de Noruega fue la sede de los primeros JJOO en los que participó con delegación y bandera propia Ucrania, que ganó con Oksana Bayul su primer oro olímpico. La plata fue para la estadounidense Nancy Kerrigan, posiblemente la patinadora artística más famosa de la historia… a su pesar. Un año antes, su victoria en el campeonato nacional había desatado un thriller que a punto estuvo de costarle la carrera.

Nadie podía pensar que aquella competición prácticamente anónima celebrada en un pequeño polideportivo de Phoenix (Arizona) iba a desencadenar tan tremebundo culebrón. Como es preceptivo en el deporte estadounidense, el campeonato nacional era clasificatorio para el Mundial que iba a celebrarse unas semanas más tarde en Praga y saltó la sorpresa en la modalidad individual femenina: Tonya Harding, subcampeona del mundo y vigente campeona del prestigioso Skate America, quedaba tercera por detrás de Kerrigan, de Lisa Ervin y de Tonia Kwiatkowski. Adiós al sueño mundialista, bienvenidas las pulsiones del odio.

Todo lo que vino después es carne de crónica de sucesos y tribunales e incluso de alguna (poco conseguida) obra cinematográfica. Kerrigan y Harding representaban las dos caras de su país. La primera era una niña bien de Massachusetts educada en las mejores instituciones de la costa Este. La segunda, una chica hosca y malhablada de los suburbios de Portland. «Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda», resumió en 2017, durante la promoción del biopic «Yo, Tonya» donde la encarnó la actriz Margot Robbie. Resultó, o sea, que la desheredada de Oregón no estaba dispuesta a que la pija bostoniana le robase la gloria olímpica.

Había sido cuarta en Albertville a escasas décimas de la medalla de bronce ganada por Kerrigan y sabía que los jueces de Lillehammer iban a estar condicionados por el título nacional de Phoenix ganado entre los dos Juegos. La solución era quitar de en medio a su rival y para ello montó para ello una conspiración de lo más chapucera. Tras un entrenamiento del Campeonato de Estados Unidos que se celebró a principios de 1994 en Detroit, un sicario llamado Shane Stant ocasionó a Nancy severas lesiones en la rodilla al atacarla con una barra de hierro. El suceso, grabado por una cámara de seguridad, tardó en ser esclarecido y ello permitió a Tonya recuperar la corona de campeona nacional.

Mientras los tribunales demostraban que Stant había sido contratado por el novio y el guardaespaldas de Harding, Jeff Gillooly y Shawn Eckhardt, la patinadora de Portland pudo participar en los Juegos de Lillehammer, donde fue octava. Seis puestos por delante, Nancy Kerrigan se cubrió de plata en una final que fue seguida con inusitada expectación en el país de ambas: 49 millones de personas lo vieron en directo por televisión, más que cualquier Superbowl disputada hasta la fecha.

Pocos meses después, Harding fue condenada por instigar a la agresión contra Kerrigan a tres años en libertad condicional y una multa de 100.000 dólares, además del veto a perpetuidad de cualquier competición de patinaje artístico. Antes de cumplir los 25, cuando el pico de rendimiento en una especialidad tan técnica se situaba entre los 27 y los 30, tuvo que retirarse del deporte que había empezado a practicar a los 3 años y que le había permitido escapar al ambiente de pobreza y degradación moral en el que se había criado.