Opinión

Scariolo que estás en los cielos

La prueba del nivel del italiano como entrenador es lo que ha hecho en el Eurobasket sin estar rodeado de jugadores superlativos

Scariolo, en un instante durante la final ante Francia
Scariolo, en un instante durante la final ante FranciaFILIP SINGERAgencia EFE

José Luis Sáez, el histórico ex presidente de la Federación Española de Baloncesto, el hombre que semilló la mejor generación de nuestra historia, pasó de recibir palmaditas en la espalda mañana, tarde y noche a ser un apestado. Le podrán echar en cara la condena a un año de cárcel por apropiación indebida en una instrucción, todo hay que decirlo, plagada de curiosidades, pero ni su mayor enemigo le puede toser el mérito de esa Edad de Oro del basket español que va camino de convertirse en eterna. Casi dos décadas de éxitos nos contemplan. Al punto que podemos sostener, sin temor a que nos tilden de hiperbólicos, que España es la segunda mayor potencia universal en esta disciplina. O la mayor porque somos los vigentes campeones del mundo. Aunque esta última apreciación tiene trampa toda vez que el mundo NBA no acude en su plenitud a Mundiales ni a Juegos.

El otro gran protagonista de esta Edad de Oro no es español, sino más bien italiano, pero como si lo fuera. Me refiero a Sergio Scariolo, vecino de Marbella y casado con una de las grandes estrellas del baloncesto femenino, Blanca Ares. Nunca jamás podremos agradecerle a nuestro protagonista lo que ha hecho por nuestra ÑBA y, encima, compatibilizando las labores de seleccionador con las de entrenador de equipos profesionales en un cuasiperfecto ejercicio de pluriempleo. Lo cual multiplica su mérito.

Tomó las riendas de la selección en 2009, apenas un año después de esa finalísima de Pekín en la que los árbitros nos robaron con alevosía, premeditación y diurnidad el oro. Aquel atraco representó un mazazo psicológico más que notable para un equipo en el que figuraban Pau y Marc Gasol, la megabomba Navarro, Ricky Rubio y un descomunal etcétera. El marbellí de Brescia recompuso psicológicamente a sus 12 mosqueteros en tiempo récord y aquel mismo año nos regaló el Europeo, situación que se repitió en la siguiente edición. En motivación es el número uno del baloncesto no NBA y en defensa seguramente el mejor del planeta. El trabajo excelentemente bien hecho tuvo su continuación en los Juegos de Londres. Nos condujo a la final casi sin despeinarnos. El cara a cara por el oro es definido por los sabios en la materia como «el mejor» o «uno de los mejores» de todos los tiempos. Aunque hay también quien concede esta vitola a la final de Pekín 2008. Aquel 107-100 supo a poco porque nos quedamos a cuatro tiros de la gran gesta, pero también a mucho porque aquel partido no está al alcance de cualquiera.

Ese gran tipo que es Scariolo dejó la ÑBA durante tres años y volvió en 2015. Regresó desmintiendo ese lugar común que asegura que segundas partes nunca fueron buenas y haciendo bueno el aforismo romano: veni, vidi, vici. Le birló el Eurobasket a Francia en Lille y desde entonces hemos sido bronce en los Juegos de Río, bronce en el Europeo de 2017 y oro en el Mundial de China de 2019. Y, entre medias, fue campeón de la NBA con los Raptors ejerciendo nominalmente de segundo aunque todos sabemos que en realidad fue el gran culpable, el ideólogo en la sombra.

Lo de este Europeo ha ratificado que es un genio como entrenador. Solo cabe endosar esta distinción a aquéllos que son igual de eficaces cuando cuentan con plantillas de deportistas superlativos como cuando se tienen que conformar con una banda de segundones como ha acontecido en este Europeo. Una revisión de los pilares del conjunto nacional ratifica mis palabras. Garuba no es un top, Brown, tampoco por muy ex NBA que sea, Jaime Fernández y López-Aróstegui tres cuartos de lo mismo y Rudy lo ha sido, pero tiene 37 años. Solo cabría adjudicar este honor a los hijos de Margarita Geuer: Willy y Juancho. El milagro se ha producido, vaya si se ha producido. Y todo ello gracias a un Scariolo que ya está en los cielos del deporte mundial, en ese olimpo de los dioses en el que tan solo hay 12 sillas. ¡Grazie, grazie, grazie, maestro!