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El anillo del tiquitaca
El «jogo bonito» de Curry y sus Warriors les hace campeones de la NBA tras 40 años.
Stephen Curry mordió más fuerte que de costumbre el protector bucal. Quedaban los últimos diez segundos, LeBron iba camino del banquillo y el sexto partido (97-105) y la final (4-2) estaban ganados. El francotirador con cara de niño bueno respiraba aliviado, o más bien gritaba, porque el mejor equipo del curso se convertía también en el campeón. Se abrazó con todos, gritó y recibió el respetuoso saludo de «King James», que se fue al banquillo para dejar que la fiesta amarilla y azul de los Warriors pudiera comenzar. «Ha sido una espera muy larga (40 años desde la última vez)», decía Joe Lacob, uno de los propietarios de la franquicia, justo antes de levantar el trofeo, porque en la NBA, no son los capitanes y sí los que ponen el dinero los que tienen el honor de alzar la copa. Lo hizo junto a su socio, Peter Guber, y ayudado por toda la plantilla y el entrenador, una metáfora perfecta de la filosofía grupal del equipo que permite que el tiquitaca reine en la NBA.
Un día, Luis Aragonés decidió cambiar las reglas establecidas y darle el mando de la Selección española a unos cuantos futbolistas «bajitos» que jugaban de maravilla juntos. Steve Kerr, el primer técnico novato que gana un título desde Pat Riley en 1982, ha hecho algo similar para dar la vuelta a la Final. Anuló los minutos de Andrew Bogut, el pívot que fue básico durante gran parte de la temporada, y puso un quinteto más «pequeño» para atacar con más espacios y defender mejor a LeBron. Un volantazo que no significaba una renuncia al «jogo bonito» de estos Warriors, felices al contragolpe en el sexto partido. Así, corriendo, tomaron la primera ventaja en el cuarto inicial (28-15). En los siguientes 24 minutos igualó las cosas Cleveland tirando de los pocos recursos que le quedaban y exprimiendo sus últimas reservas de energía, para que en el cuarto periodo volviera a fluir el ataque californiano.
Seis jugadores de Kerr anotaron al menos un triple y cinco superaron los 10 puntos de anotación. No hizo falta una actuación descomunal de Stephen Curry (25 puntos, 8 asistencias y 6 rebotes), o al menos de esas en las que los aficionados acaban con las manos en la cabeza por la lista interminable de triples imposibles que es capaz de anotar. Sí activó a todos sus compañeros desde la dirección del juego, porque los Warriors son un grupo de amigos con una química fuera del campo sólo comparable a la que contaba Ibaka que tenían sus Thunder. Salir a cenar todos juntos es más habitual que en el resto de equipos y a los postres se sortea quién paga entre sonrisas, como cuando juegan al baloncesto. Este año han sido «bonitos» en la canasta contraria (2º mejor ataque) y efectivos en la suya (mejor defensa). Sólo los Bulls de Jordan ganaron más partidos en una temporada que los nuevos campeones (82). Con aquel Chicago alcanzó Kerr tres de los seis anillos que luce, ejemplar en su papel de secundario. Siempre tenía en la muñeca un triple para cambiar el rumbo de los encuentros, lo mismo que le pasa a su estrella.
Golden State es un merecido ganador a pesar de la epidemia de lesiones de los Cavaliers y Andre Iguodala, un merecido MVP, más allá de los números de leyenda de LeBron. El alero de los Warriors cambió la final con su defensa a «King James», a la que sumó además producción ofensiva de estrella (20 puntos de media en los últimos tres choques). Es el primer MVP de la historia sin haber sido titular en ningún encuentro previo a la final, una curiosidad mucho mayor teniendo en cuenta que, tanto en Denver como en Philadelphia, siempre tuvo esa condición. En Oakland dejó de ser estrella para ir desde el banquillo hasta el anillo que buscaba.
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