Baloncesto

Baloncesto

Scariolo, dandi y campeón

Scariolo
Scariololarazon

Don Vicente con gomina

Lucas Haurie

La Olimpiada de Scariolo se ha saldado con los dos primeros títulos europeos de la historia de España y con la plata en Londres, a siete puntos del oro.

Como es buen amigo de la casa Juan Antonio Orenga, el fiel escudero que le guarda el sitio para que se despida entre fanfarrias con un título mundial en casa en 2014, no resaltaremos las evidentes diferencias estéticas entre un compatriota de Rodolfo Valentino y un tío de Castellón. Por aquello de que las comparaciones son odiosas. Con más de cincuenta tacazos de almanaque, Sergio Scariolo sigue siendo un pincel mal que le pese a mi vecina, que se decanta más por la belleza blandita, con su punto de androginia, del vampiro de «Crepúsculo». Pero ello carecería de mérito si no combinase su espectacular aliño indumentario con una capacidad profesional fuera de toda duda. Si español es denigrar a quien triunfa, más español todavía es despreciar lo italiano. La Olimpiada (recuérdese: el periodo de cuatro años entre dos Juegos) de Scariolo al frente de la selección de baloncesto ha colmado todas las expectativas. Ganó para España los dos primeros títulos europeos de la historia, el que se le escapó a Pepu «buenaprensa» Hernández contra Rusia en nuestro particular «maracanazo», y repitió plata olímpica quedando a sólo siete puntos del oro, más cerca que el legendario Aíto en Pekín. Ni un síntoma de decadencia presenta la generación de Gasol y Navarro cuando se ponen la camiseta roja, mientras en sus clubes ya van hacia atrás. Y, es de suponer que gracias a la buena mano del cuerpo técnico, se mantiene un ejemplar equilibrio coral en un grupo con estrellas suficientes como para haber implosionado a causa de una guerras de egos. A no ser que creamos que Del Bosque es otro chiquichanca.

Oda a la paradoja

María José Navarro

Ha dirigido un grupo de jugadores magníficos que acaparan la fama y eclipsan al director haciéndole parecer un mero comparsa que aprovecha el tirón.

Deja Scariolo la selección de baloncesto y a una se le queda el cuerpo que ni frío ni calor, ni calor ni frío. Se va este hombre y se queda una pensando que es curioso el poco entusiasmo que despiertan algunas personas a pesar de los éxitos que puedan conseguir. Dos oros en dos Eurobasket y una plata en Londres y le vamos a despedir como se despide a un jefe de portal. Puede que sea el exceso de gomina, la pinta de galán con teléfono blanco de góndola, la poca maña que se da al sonreír, lo que le brilla la frente cuando se enfada o esa pose de intenso trascendente que luce. Puede que sea todo eso y que todo eso sea injusto. Y puede que sea sólo mala suerte. La mala suerte de haber dirigido a un grupo de jugadores magníficos que acaparan la fama y los méritos y eclipsan al director de orquesta haciéndole parecer un mero comparsa que aprovecha el tirón. La mala suerte de haber dado la sensación de que, en los campeonatos ganados, fue el grupo el que cogió las riendas y se las quitó a un jefe que parecía superado por los acontecimientos en los primeros compases. La mala suerte de que aún mantengamos fresca la memoria y nos asalten los recuerdos de Pepu, el artífice de la recuperación de la pasión por el baloncesto y culpable del nexo emocional y emocionante que establecimos con lo que pasaba en aquellos partidos de Japón. La mala suerte de que Orenga le suceda, con lo bien que nos cae en este periódico Orenga, además.

Son cosas de la vida y paradojas del destino: un ganador que tiene mucha mala suerte.