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Los inmortales

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Quién se lo iba a decir a Rafa Nadal a estas alturas de su vida deportiva: número uno del mundo, jugando y ganando finales... y con Roger Federer como gran rival. El suizo, más cerca de los cuarenta años que de los treinta, se ha convertido de repente y cuando nadie lo esperaba en la pared contra la que choca Nadal. Ya son cinco derrotas consecutivas ante el suizo, el mismo tipo al que hizo llorar de impotencia en aquella Final de Australia en 2009. «Esto me está matando», dijo entonces el de Basilea, incapaz de superar a un Nadal que le amargaba día sí y día también. Pues ahí siguen los dos, peleando por todo ocho años después. Porque ni la nueva generación (los Zverev, Thiem, Kyrgios, Dolgopolov y compañía) ni el resto del conocido como «Big four» (Murray y Djokovic) pueden con estos dos monstruos, deportistas inacabables. Llevan tanto tiempo ahí arriba que hemos olvidado cómo era el mundo antes de los Nadal-Federer.

Nadal, mermado

En Shanghái no hubo final. Federer estuvo seguro como en sus mejores días, sabe dosificar sus carreras y si está inspirado es casi imbatible. Sólo hay una cosa que me inquieta. La cinta que lució Nadal en la pierna derecha sumado a algunos movimientos extraños indican que jugó con molestias, que algo no iba del todo bien. En sala de prensa no quiso justificar así la derrota, pero se le entendió casi todo. No disputó la final al cien por cien. Sólo falta saber si es algo puntual o esas molestias son algo más, porque la clave del resurgir de Nadal, más allá de las nuevas características en su juego (más directo, más sacador), es que físicamente se encuentra perfecto. Lo ha dicho multitud de veces: físico, físico y físico. Si Nadal está sano, tenemos número uno para rato.