Murcia
Por los pelos de Sagan
Lleva Peter Sagan moldeando los pelos de su barba de jovenzuelo desde hace un par de meses. El Tour, ya se sabe. Todo tiene que estar perfecto. No sólo las piernas. O quizá va más allá: es por querer dar un aire de maduro, de mayor, o, simplemente, de «malote» al rostro del niño de 23 años que es. A su mirada del fenómeno que es.
Lleva Peter Sagan moldeando los pelos de su barba de jovenzuelo desde hace un par de meses. El Tour, ya se sabe. Todo tiene que estar perfecto. No sólo las piernas. O quizá va más allá: es por querer dar un aire de maduro, de mayor, o, simplemente, de «malote» al rostro del niño de 23 años que es. A su mirada del fenómeno que es. A ellos, a los genios, también se les resisten los triunfos, las genialidades. Le pasó a Sagan en Ajaccio, que Bakelants se le adelantó, y le sucedió ayer en Calvi, que el australiano Simon Gerrans le ganó por «fotofinish». Por los pelos de la nueva barbilla de Sagan.
Es muy listo Simon Gerrans. En el Tour de 2008, cuando corría con el Credit Agricole, se vio ascendiendo Prato Nevoso junto a Egoi Martínez. Y Gerrans le dijo al navarro que no se preocupara, que iba muerto. Asi que Egoi tiró, se desfondó en los últimos kilómetros quedándose con lo justo para llegar hasta la cima y, claro, Gerrans, de un saltito de canguro, lo adelantó y se llevó la etapa. También ha ganado en el Giro y en la Vuelta, bajo la solana de Murcia. Tiene una Milán-San Remo también, esa que tanto anhela Sagan. Pero su victoria más especial y emotiva fue la que consiguió este año en Elgoibar, en la primera etapa de la Vuelta al País Vasco.
Se despedía el Tour de Córcega con un martirio. Sólo 145 kilómetros con autobuses esperando a los ciclistas en meta, no los de los equipos, que bastante tienen con la fama adquirida, y con el ferry nocturno para trasladarlos hasta Niza. De marca blanca para apelotonar a los ciclistas sin bicicleta camino del aeropuerto y trasladarlos a la Francia continental. Todo después de una etapa corta y soporífera, salvada por las impresionantes vistas, de las aguas cristalinas de Porto Ota a los yates con el ancla echada en las calas de Partinello, qué sería del Tour sin sus realizadores que embellecen Francia incluso más de lo que es.
Por allí, brillantes como el mar, relucían bajo el sol, rodaban las bicicletas azul turquesa del RadioShack de Jan Bakelants, amarillo líder, y del cuarentón Jens Voigt, que tiraba y tiraba como un mulo de carga hasta que le dio el relevo Markel Irizar. Por delante, Cyril Gautier, Vuillermox, Simon Clarke, Lieuwe Westra y Sébastien Minard abrían el paso disfrutando de los paisajes antes de llegar a la Reserva de Scandola y desatar la correspondiente pelea por los puntos del último paso montañoso, el Col de Marsolino, un caramelo para puntuar y dinamitar a diez kilómetros de la llegada el desenlace. Lo hizo Pierre Rolland, engalonado con el traje de sevillano para acumular méritos a su maillot de la montaña, y lo hizo también Igor Antón, para acumular méritos, tan solo eso.
Lo necesita tanto el vizcaíno como su equipo, el Euskaltel. Atrapado a los pocos metros Antón, saltó Mikel Nieve y se calentó Chavanel. Rolland y Nordhaug se unieron al navarro y al francés, pero el trabajo del Cannondale, por las barbas de Sagan, los acabó echando abajo. Se le resistió al eslovaco. Lo fácil y sencillo que fue el año pasado, en su debut. Se estrenó en la primera etapa en línea sin dar un relevo a Cancellara para superarle en la línea de meta. Pillo. Esta vez se la jugaron a él y a su nueva perilla. La meta del Tour volvió a tener un Orica Greendedge cruzándola primero. Pero esta vez no un bus, sino el vivaracho de Gerrans.
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