Tour de Francia

Ciclismo

Otro despiste de Nairo

Un abanico desplegado por Sagan y continuado por un desatado Froome aleja 12 segundos más en la general al colombiano.

El eslovaco Peter Sagan
El eslovaco Peter Saganlarazon

Un abanico desplegado por Sagan y continuado por un desatado Froome aleja 12 segundos más en la general al colombiano.

Cada año, el Tour de Francia prepara un menú en forma de recorrido con el plato fuerte puesto en la montaña. «Es un Tour para escaladores», repiten y repiten los favoritos cuando ven por primera vez el trazado en otoño. Siempre lo es. Las cronos cada vez tienen menos protagonismo y siempre se intercalan entre etapas alpinas o pirenaicas. El Tour es para escaladores, pero no sólo se gana en la montaña. Las caídas, las averías, la suerte. Sí, todo eso también forma parte del discurso resabido y lleno de tópicos de los ciclistas y sus directores.

Hay más. Los despistes por estar bebiendo un poco de agua coronando un puerto, o el error de no estar en la parte delantera del pelotón un día que azota el viento de manera inhumana y los temidos abanicos se apoderan del grupo en forma de cortes. Ambas cosas le han sucedido a Nairo Quintana, que no ataca en la montaña, su terreno, que se despista bebiendo agua en los descensos y, por si fuera poco, ayer, camino de Montpellier, se quedó rezagado, como si la cosa no fuese con él y solo, sin preocuparse tampoco de buscar a sus compañeros cuando Peter Sagan levantó un brutal abanico que le dejó con un compañero, Maciej Bodnar, a 12 kilómetros de la meta.

Lo vio antes que nadie el líder. Chris Froome creció en la sabana de Kenia, entre hipopótamos y leones. Tiene instinto animal. Olfateó la sangre y se fue de caza. Hambre. Como un huracán desatado arrancó espectacularmente el maillot amarillo y se marchó junto a su fiel Geraint Thomas, Bodnar y Sagan a Montpellier. «Cuando le vi llegar hasta nosotros supe que iba a ganar la etapa», confesó después Peter Sagan.

Detrás, la anarquía. Un Movistar dormido y desperdigado, que parecía no haberse enterado de que el maillot amarillo comenzaba a coger más y más segundos de ventaja, y los equipos de los velocistas peleando por intentar tomar la posición cabecera. Entre ellos, el Katusha de Alexander Kristoff, tirando por delante mientras su líder Joaquim Rodríguez se cortaba. Llegó a meta con más de un minuto de retraso. «Me han dejado solo, es lo que pasa cuando juegas con un esprinter y uno para la general. Tendremos que hablarlo», decía sin poder ocultar la decepción.

El rostro de la felicidad era el de David Braislford, alma máter del Sky: «En vez de esperar, esperar y esperar nosotros corremos». Froome fue segundo en la meta plana de Montpellier, con seis segundos sobre el grupo donde viajaba Quintana, más otros tantos de bonificación. «He visto a mis compañeros todo el día delante y eso me ha animado a irme con Sagan. No puedo creerme lo que ha pasado». Sin puertos, sin pendientes extremas, sin rampas de garaje donde retorcerse. Le criticaban por ser demasiado predecible. Fuerte, pero sin sorprender. Que corría sin imaginación. Y los 35 segundos que el africano blanco lleva ganados a Nairo los ha logrado en un espectacular descenso y en una tremenda arrancada en el llano y en medio del viento. Así también se gana el Tour.

Y en el fondo, Nairo debe estar contento. Podía haber sido mucho peor. «Hemos librado el día más difícil», dijo, y clamó contra el Tour: «No piensa en el ciclista, busca otro tipo de espectáculos sin darse cuenta del peligro por el que nos mandan. Etapas como ésta deberían pensárselas». Le secundó su jefe, Eusebio Unzúe. «Parece mentira que nos hagan pasar por esta serie de pueblos, con este aire que corre peligran los corredores y el público. Se les castiga a tal estrés que está bien para el espectáculo, por la televisión, pero para los que tenemos tantos intereses dentro del pelotón es un gran problema».