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Dentro de la etapa del Tour: ciclistas, rampas y gominolas

De las entrevistas a la cuneta. Escalada ciclourista hasta Luz Ardiden para seguir el Tour a pie de carretera como una aficionada más

La periodista Ainara Hernando, en la etapa del Tour
La periodista Ainara Hernando, en la etapa del TourLa Razón

5:15 de la mañana. Suena el reloj despertador y no cuesta madrugar. No es como otras veces. Hoy el día va a ser especial y el cuerpo lo sabe. Hoy se cambian las teclas, las entrevistas y las crónicas por la cuneta. Hoy hay que subir hasta la cima de Luz Ardiden. Bocatas a la mochila, un termo de café gigante, bicicleta al coche y algo más de 300 kilómetros por delante hasta Lourdes. Por el camino es obligatoria la parada en el Aire des Pyrenees, el área de descanso que sirve de puerta de entrada a los Pirineos con su inmenso decorado ciclista que emociona y pone a cualquiera a tono para lo que está por llegar.

Lo que llega es subirse a la bicicleta y empezar a pedalear a unos 20 kilómetros de Luz Saint Sauveur, el pueblo que sirve de inicio al coloso pirenaico. Una veintena de kilómetros que sirven para despertar y calentar las piernas en el día gris con el que ha amanecido Francia y ese amenazante ‘sirimiri’, tan vasco como de este sur galo fronterizo que por fortuna desaparece y enseguida se abren claros azules como el pronóstico meteorológico prometía.

Luz Saint Sauveur es un pueblo que respira ciclismo por todos los costados. En este pueblo nace Luz Ardiden y también expira el descenso del Tourmalet, por donde bajará la carrera antes de comenzar la subida final de la etapa y también del presente Tour de Francia. Bicicletas de los colores de todos los maillots, banderas amarillas engalanando las calles, tiendas con ‘merchandising’ de la ronda gala. Y ciclistas. Muchos ciclistas.

Comenzar a subir es sentirse en un lugar único y especial. Un lugar que respira historia y misticismo, que habla de épicas antiguas y gestas de las de ahora. El pueblo va quedando atrás y cada rampa te acerca un poco más al cielo. Del otro lado, Gavarnie y sus impresionantes montañas abruman. Empuja el ambiente, centenares de ciclistas subiendo, un montón de caravanas con todas las banderas del mundo, hablando todos los idiomas del mundo. Del castellano al francés pasando por el inglés, el euskera, italiano y el esloveno, claro, el país de moda.

En la cuneta no faltan las pintadas. Casi todas son para Julian Alaphilippe, ídolo nacional. Pero hay alguna incluso para Mikel Landa que ni siquiera está en el Tour. Tal es el carisma del ciclista alavés.

13′8 kilómetros de subida maravillosa y llevadera, con rampas máximas del 14% y una media que oscila entre el 8 y el10% para llegar a la meta y sentirse una Indurain, una Perico, una Laiseka, una Samuel Sánchez o una Lale Cubino. Luz Ardiden es nuestra cima y éste, casi por obligación debía ser el primer coloso que conquistar en bicicleta.

Para ver el paso de la carrera sin aglomeraciones, mejor bajar 3 kilómetros. Ahí llega el momento álgido, la caravana y sus regalos, desde gominolas hasta llaveros y camisetas o gorras, y luego los ciclistas. Pogacar de capitán, Enric y Valverde aguantando estoicos. Atrás, mucho más atrás, Nairo Quintana que sonríe agradecido por los gritos de ánimo, Víctor de la Parte que se alegra de ver paisanos, Cavendish librando el fuera de control con rostro de felicidad y Ion Izagirre, Omar Fraile, Jesús Herrada o Jorge Arcas que se sorprenden ante los chillidos de aliento de una periodista que por un día cambió las entrevistas por la cuneta, para ser una cicloturista más en ascender hasta Luz Ardiden.