Atletismo

Bronce, pese a tropezar

El vallista de La Habana, presente por primera vez en unos Europeos, compitió en la segunda semifinal con la mejor marca (13.17) de los contendientes.

Orlando Ortega, con la bandera de España junto al vencedor, el francés Martinot-Lagarde
Orlando Ortega, con la bandera de España junto al vencedor, el francés Martinot-Lagardelarazon

El vallista nacionalizado español, presente por primera vez en unos Europeos, compitió en la segunda semifinal con la mejor marca (13.17) de los contendientes.

En 2017, en el Mundial, en Londres, después de las lesiones, que incluso le hicieron cambiar su forma de salir y tener que dar un paso más (ocho, ahora ha vuelto a los siete), la final, el séptimo puesto, supo a gloria. Pero Orlando Ortega siempre va de cara. No se esconde. En el Europeo de Berlín, tras una temporada de preparación sin más sobresaltos que los habituales dolores que tiene un deportista, sólo el oro pasaba por su cabeza. Ganar. Incluso bajar de nuevo de 13 segundos en los 110 metros vallas. Es la única manera de progresar: mirar lo más alto posible. No consiguió ninguna de las dos cosas, pero casi. El oro fue un bronce, sobre todo por un tropezón en la primera valla, y la marca, 13.34. «No era lo que esperaba, pero estoy contento. Hay que disfrutar estos momentos», dijo Orlando. No le sabe mal del todo el resultado porque el nivel de su prueba, que además no permite fallos, que no da segundas oportunidades, es altísimo, por mucho que no estuviera el actual campeón olímpico y del mundo, Omar McLeod, porque es de Jamaica. Pero sí estaban el ruso Shubenkov, que ya fue campeón del mundo en 2015, y el francés Martinot-Lagarde, que terminó ganando la partida para conseguir su primer título. Lloró después de saber que era el vencedor al superar por apenas un suspiro a Shubenkov.

Todo era convicción en el atleta español de origen cubano que se entrena en Madrid. Un paseo por el CAR de la capital permite ver cómo un subcampeón olímpico se prepara sin demasiados lujos: coge la pala para preparar la arena del foso mientras su padre, que es también su entrenador (aunque cuando están allí es sólo su entrenador), mueve las vallas o apunta los tiempos en una libreta. Muy artesanal. El padre, Orlando también de nombre, va de frente, como su hijo, al que ve con capacidad de batir el récord del mundo. Y lo dice. Así, con esa mentalidad, miraba el español antes de la salida, desde la calle cuatro, pues había sido el mejor en las semifinales frenándose un poco. Decía que sí, que a por ello. Saltaba. Daba palmas fuertes para activarse. Concentración absoluta, pero la arrancada no fue buena. Le costó tomar velocidad, frenado también al no pasar de forma limpia la primera valla, que tiró, y casi chocar con la segundo. Se desequilibró, pero intentó remontar y su progresión fue buena, aunque no suficiente para llegar al primero. Sí para el bronce, que une a la plata de los Juegos Olímpicos de Río 2016.

Orlando seguirá trabajando para que lo que está en su mente y en la de su padre se convierta en realidad.