Artistas
Fax desde el hospital
«Hola, soy Gaspar». Para los redactores, casi adolescentes, del pequeño periódico de provincias en el que colaboraba en su condición de sevillano consorte, cogerle el teléfono suponía un súbito choque con la Primera División del oficio. ¡La voz era la misma que salía por la radio! Cada sábado por la tarde, en una pausa del partido que le tocaba narrar y mientras García pedía «minuto y resultado», Rosety llamaba para comprobar si había llegado su artículo.
«Oye, ¿el tío que ha llamado no es el que acaba de cantar un gol?», preguntó un día la secretaria. Era él, en efecto, el mismo que destapó los manejos turbios de González de Caldas, un presidente tunante que tuvo el Sevilla y que le cargaba al club los gastos de sus juergas en El Rocío, y el que le advirtió a su paisano Herminio Menéndez que no podía fiarse de la mano que le tendía Lopera. El autor de esos artículos era la persona que se extrañaba por la escasa repercusión de sus «scoops» en una ciudad donde todavía no había sitio para otro periodismo que no fuese mamador y el que se indignaba cuando se le colaban tres erratas al auxiliar que picaba sus larguísimos originales, unos folios a máquina con letra apretada que no bajaba de las 1.000 palabras.
Gaspar Rosety era el monstruo que un día telefoneó a los deportes del «Sevilla Información», donde no contábamos con su colaboración porque lo habían ingresado dos días antes con una patología cardiaca severa, y por una vez habló bajito, con un hilo de voz. «A ver, chaval, ¿te he fallado algún sábado? Pues dime si te ha llegado el fax». Y ahí estaba su ladrillo, con el membrete del hospital Ramón y Cajal. Me enseñó lo que nadie me contó en la facultad: que el peor artículo es el que no llega.
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