Afganistán
Cuando los talibanes cambiaron el fútbol por las ejecuciones públicas en el punto de penalti
En 1999, ante 30.000 espectadores, Zarmina fue obligada a arrodillarse ante una de las porterías y ejecutada. Su caso traspasó la fronteras, pero hubo muchos más.
Miles de futbolistas viven aterrados en Afganistán tras el regreso de los talibanes y prueba de ellos es el caso de Zaki Anwari, jugador de fútbol de la selección sub 20, que murió al quedar atrapado en el tren de aterrizaje de un vuelo de evacuación estadounidense mientras intentaba escapar de los talibanes. Los restos de Zaki Anwari, de 19 años, fueron encontrados atrapados en el hueco de la rueda de un avión de transporte estadounidense C-17. Ahora, otros muchos tratan de huir atenazados por los recuerdos del pasado. Unos días, en los que el balón rodaba entre charcos de sangre de los ejecutados sobre el césped.
En el Afganistán de los talibanes, el campo de juego de un estadio de fútbol era con frecuencia un lugar oscuro y cruel. El antiguo estadio Ghazi de Kabul acogía dos de las pasiones de los talibanes: el fútbol y las ejecuciones, dos realidades que convivían todos los viernes sobre el césped de este recinto tras el obligado rezo en la mezquita.
Macabro espectáculo
A la salida del templo, miles de kabulíes se dirigían al estadio para asistir al macabro espectáculo de la implacable ley islámica o sharía, impuesta entre 1996 y 2001 durante el régimen talibán. “Éramos niños que crecimos en la época de los talibanes, para nosotros era una atracción”, recordaba en una entrevista a Efe, Lmar Khplwak, consultor.
Ante unas 30.000 personas al grito de “¡Allah-u-Akbar!” (dios es grande), los talibanes explicaban altavoz en mano el crimen por el que habían condenado al reo, exhibido ante un público entusiasta en el centro del terreno de juego, para a continuación ejecutarlo o, en el mejor de los casos, cortarle una mano.
Khplwak asistió a la ejecución de tres hombres y dos mujeres. Uno de los hombres, acusado de corrupción y de tener vínculos con la oposición, fue degollado; a otro lo ahorcaron por haber matado a su hijo, y a una de las mujeres, que mantuvo una relación extramatrimonial, la ejecutaron con un disparo.
Hayat Ullah Logarwal y Muhamad Aziz Abul Fazli eran futbolistas profesionales durante el régimen talibán. En una liga nacional de 19 equipos, Logarwal jugaba en el Sabawon FC y Fazli, portero, en el Maiwand FC. “Un día, al llegar, había un charco de sangre en el centro del campo después de que hubieran amputado una mano. No sabíamos qué hacer con la sangre, así que llevamos algo de tierra para cubrirla y empezados el partido”, recuerda Logarwal.
Los talibanes se aprovechaban de la pasión de los afganos por el fútbol para atraer a más gente a las ejecuciones, en un estadio que podía albergar hasta 52.000 personas.
Miembros amputados sobre el césped
Otro futbolista, Mohammad Isaq, también puede dar fe de este horror. En los 90, Isaq -que había abandonado el país durante la Guerra Civil- volvía a ser el capitán de la selección afgana de fútbol. Era 1996 y los talibanes ya tenían el control del país, algo que quedó patente en el primer entrenamiento de Isaq con el equipo, un momento que nunca olvidará y que le martirizó durante mucho tiempo.
“Hicimos algunos calentamientos y fuimos a hacer prácticas con la pelota. Cuando levanté un barril que estaba en medio del campo, me encontré con seis manos amputadas”, declaraba Isaq en una entrevista para Radio Free Europe.
Pero sin duda el caso que traspasó fronteras y conmovió al mundo fue el de Zarmina, madre de siete hijos que recibió un disparo en la cabeza en el punto de penalti. La ejecución fue llevada a cabo por los talibanes dentro del estadio Ghazi en Kabul y fue grabada con una cámara oculta por miembros de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán y transmitido por los principales canales de televisión del mundo.
Ejecutada en el punto de penalti
Un testigo presencial relataba a BBC News lo que ocurrió aquella mañana. Ante 30.000 espectadores, Zarmina fue obligada a arrodillarse ante una de las porterías. “La sostuvieron, la hicieron arrodillarse en el punto de penalti y detrás de ella estaba el hombre con el rifle. Ella todavía no sabía nada”, dijo. “Y entonces el hombre disparó, su mano temblaba tanto que la bala sólo rozó un lado de su cabeza, atravesando el burka, pero sin herirla”. Esa fracción de segundo fue suficiente para que Zarmina se diera cuenta de que estaba a punto de ser asesinada. El siguiente disparo no falló.
Hoy, con los talibanes de nuevo en el poder en el país, los deportistas viven escondidos para escapar de la muerte. La Federación Internacional de Fútbol (FIFA) y el Comité Olímpico Internacional (COI) confirman que sus dirigentes en Afganistán están bien pero las desgarradoras peticiones de auxilio se suceden día tras día en las redes sociales.
Los hechos demuestran que el fútbol fue uno de los deportes utilizados por el régimen talibán de 1996 a 2001 como herramienta útil para aleccionar a toda la sociedad. Ahora, la historia podría repetirse.
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