Amarcord

De la histórica goleada a Malta a la fiesta de Michel Platini

Veinte años después del título europeo que le dio el gol de Marcelino, España no pudo impedir el 27 de junio de 1984 la consagración del astro galo en la Eurocopa de Francia

Arconada no puede evitar el gol de Platini en la final de la Eurocopa del 84
Arconada no puede evitar el gol de Platini en la final de la Eurocopa del 84larazon

¡El fallo de Arconada! La memoria puede ser crudelísima y el aficionado, de la epopeya española en la Eurocopa de 1984, sólo recuerda el gol que decantó la final, un libre directo manso y raso lanzado por Michel Platini que se le escurrió al portero guipuzcoano por debajo del cuerpo (el partido acabó 2-0, pero el segundo gol, de Bruno Bellone, fue en la última jugada, cuando España atacaba a la desesperada). El crack francés, un consumado especialista en el balón parado, chutó una de las peores faltas de su carrera para marcar, colaboracionismo del guardameta mediante, el tanto más importante de su vida.

Sin embargo, los dos nombres sobresalientes de aquella final lo habían sido también de un torneo que dominaron con su descomunal talento, cada cual en su faceta, y es terriblemente injusto que al ganador se le recuerde por un churro y al perdedor lo persiga una cantada. Porque Platini había llevado a Francia a la final con ocho goles en cuatro partidos e hizo lo propio Arconada con España con sus paradas escalofriantes frente a Alemania en el último partido de la fase de grupos y contra Dinamarca en la semifinal.

Clasificada in extremis gracias a la docena de goles encajados a Malta, la selección nacional comenzó el torneo con dos empates pírricos frente a Rumanía y Portugal que la ponían en una tesitura complicada frente a Alemania Federal, vigente subcampeona del mundo: la victoria la propulsaba a la semifinal y cualquier otro resultado la mandaba a casa. En el Parque de los Príncipes, escenario una semana después de la final, Miguel Muñoz lució en todo su esplendor la flor que aseguraba tener en salva sea la parte, ya que los teutones dominaron el partido a placer y no golearon por responsabilidad exclusiva de Arconada, providencial en tres manos a manos ante Klaus Allofs y, sobre todo, felino para detener un remate a quemarropa de Karl-Heinz Rummenigge, la estrella alemana. A veinte segundos para cumplirse el 90, Maceda cabeceó a la red un centro desde la derecha.

Arconada fue también el héroe de la semifinal ganada a Dinamarca, que se adelantó pronto con gol de Lerby y que no sentenció por las paradas del portero vasco a Elkjaer Larsen, que mantuvieron con vida a una selección salvada, otra vez, por un tanto de Maceda. En el último minuto de la prórroga, el cancerbero de la Real Sociedad se jugó literalmente la cabeza para impedir que Brylle remachase el 2-1 tras una falta que sacó de la escuadra y España se ganó en los penaltis el derecho a desafiar a la Francia de Platini, que había deshecho en el tiempo extra la igualada contra Portugal (3-2) con su octavo gol del campeonato.

Era la primera gran final que jugaban los franceses, semifinalistas derrotados en los Mundiales de 1958 y 1982, y la segunda para los hispanos, que justo veinte años antes habían ganado frente a la Unión Soviética el primer título mayor de su palmarés. La derrota de España, que soñó con el empate hasta el último segundo, especialmente tras la expulsión del defensa bretón Yvon Le Roux, ha sido la única en un encuentro decisivo, ya que ganó las tres finales disputadas en el siglo XXI, el Mundial en Johannesburgo y las Eurocopas en Viena y Kiev.

Una derrota siempre deja resquemor, cierto, pero con el paso de los años se ha metabolizado casi como algo inevitable: una generación de oro de futbolistas franceses arrolló en un torneo confeccionado, como anfitriones que eran, a su medida y el mejor jugador europeo de la década. Platini, estaba intratable. Marcó nueve goles en cinco partidos y estableció un récord casi imbatible. Ni siquiera en las dos últimas ediciones, cuando la Eurocopa ha crecido y el campeón disputa siete encuentros se ha acercado nadie a su registro. Una plusmarca que se fosilizará como los trece goles de su compatriota Just Fontaine en Mundial de Suecia 1958.