Amarcord Mundial
México’86: entre el mal de Moctezuma, Butragueño y la maldición de cuartos
La exhibición de Maradona sepultó el periplo de España, a la que el penalti de Eloy apartó de semifinales
Es imposible disociar el segundo Mundial de México, disputado sólo 16 años después del que consagró a Pelé como el único tricampeón planetario de fútbol, del nombre de Diego Armando Maradona, quien firmó en tierras aztecas la más alucinante exhibición de todos los tiempos, pasados y futuros. La gesta del D10S argentino, sin embargo, ha sepultado el periplo de una España que encaró el torneo como subcampeona de Europa y se desempeñó con mucho mérito hasta rozar las semifinales, esa ronda que fue territorio prohibido para la Selección nacional durante casi treinta años.
Miguel Muñoz, el hombre de la flor, había injertado el talento de Butragueño -convocado, pero inédito en la Eurocopa del 84– y Míchel en el correoso bloque que había sido finalista en París, del que la edad había expulsado a Arconada para cederle la portería a Zubizarreta. Con todo, su gestión del grupo en tierras mexicanas fue discutible, pues a raíz de una derrota de los suplentes ante el Atlas en un amistoso, borró de sus planes a una cuarta parte de sus jugadores: Ablanedo, Urruti, Setién, Rincón y Carrasco no disputaron un solo minuto, y los dos últimos protagonizaron sonoros motines en la concentración.
Para colmo, una visita de Rocío Jurado a pocos días del debut contra Brasil introdujo en la expedición un terrible virus estomacal, el Mal de Moctezuma, que mandó a media Selección a la cama y al centrocampista Ramón María Calderé al hospital, llegándose incluso a temer por su vida. Los testimonios de la época hablan de futbolistas «sin fuerza ni para subir una escalera» o «permanentemente mareados» hasta semanas después de recibir el alta. Este brote, unido al calor, mermó de forma considerable a España. Durante años, el nombre Chris Bambridge se reprodujo en las pesadillas del aficionado patrio. Fue el árbitro australiano que no vio botar medio metro detrás de la línea de gol el tirazo al larguero de Míchel contra Brasil. Cinco minutos después, Sócrates marcó el único gol validado del partido inaugural de España, derrotada injustamente y abocada a ganarle a Irlanda del Norte para no verse contra las cuerdas. Antes de los veinte minutos, los goles de Butragueño y Salinas habían espantado el fantasma norirlandés, que sobrevolaba a la Selección desde la ominosa derrota de cuatro años antes en Valencia. Aunque Clarke acortó distancias (2-1), esa victoria preludió otra más sencilla (3-0) contra Argelia, con doblete de Calderé y gol de Eloy, y el pase a octavos.
Eliminada en la semifinal de la Eurocopa por un portentoso Arconada, Dinamarca sufrió en la segunda ronda otra derrota de autor, firmada por Butragueño. Jesper Olsen había adelantado a los daneses, pero una interceptación del madridista al borde del área le había servido para empatar al filo del descanso. En la segunda parte, el Buitre planeó sobre el estadio La Corregidora de Querétaro, atónito frente al talento de un jovenzuelo que elevó a cuatro su cuenta particular en una goleada (5-1) que redondeó Andoni Goicoechea.
Bélgica era un rival más asequible que Dinamarca, en teoría, pero a España se le atragantó ese cuarto de final en Puebla como se le atragantaron los cinco siguientes que disputó. Ceulemans adelantó a los Diablos Rojos y la selección remó todo el partido hasta encontrar, cerca del final, el gol de Señor que forzó la prórroga. Sin remedio, el duelo se fue a los penaltis. Eloy Olalla, el menudo delantero del Sporting, falló el segundo tiro –«no tengo excusa. El golpeo me salió mordido y Pfaff la paró sin dificultad, declaró años después– y todos los belgas marcaron ante el dantesco espectáculo de un Zubizarreta translúcido, que se limitó a sentarse en el suelo tras cada uno de los lanzamientos del rival.
Dicen que Bilardo celebró la eliminación de España, a la que se habría medido en semifinales: «Ahora sí que seremos campeones». Con Maradona en el estado de gracia en el que estaba, no podía equivocarse.
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