Qatar 2022

Argentina celebra el Mundial hasta en las bodas

La victoria en la Copa del Mundo sigue presente en cualquier rincón de Argentina dos meses después de ganar el título. Murales y letreros de ánimo a la selección recuerdan la hazaña de Messi y los demás en Qatar

Un mural de Messi y Maradona en Argentina
Un mural de Messi y Maradona en ArgentinaAgencia EFE

En la esquina donde se juntan las calles Laprida y General Acha de San Juan (Argentina) un invidente vende réplicas de la Copa del Mundo. Una escena que se repite en quioscos y puestos callejeros de cualquier ciudad argentina. Todo el mundo quiere su copa. Uno de ellos es uno de los periodistas enviados a la Vuelta a San Juan. «La quiero para un evento especial que tengo en febrero», decía.

Ese evento no es otro que su boda. No ha avisado a su novia de que pretende entrar en la iglesia con la Copa del Mundo y con la túnica que impusieron a Messi antes de recoger el trofeo en Doha el pasado 18 de diciembre. Allí estaba él, después de suplicar un entrada para la final con un cartel que decía «Soy argentino. Necesito un ticket». Lo consiguió y la emoción no se le ha borrado.

Han pasado dos meses de aquello, pero la fiebre por los campeones del mundo no ha menguado en Argentina. Messi es omnipresente en fotografías, en murales o en anuncios. Pero no es el único. Al «Dibu» Martínez se le puede ver como imagen de una cadena local de hamburgueserías que hace que la presencia de los gigantes estadounidenses de la industria hamburguesera sea mucho más pequeña que en la mayoría de los países del mundo donde están instalados.

El Mundial ha dejado una huella más presente aunque no quizá más profunda que la que dejó el éxito de Maradona y los demás en México ‘86.

La importancia de este título la demuestran las palabras de la ministra argentina de Trabajo, Kelly Kismer de Olmos, antes del torneo, en las que aseguraba que prefería que la albiceleste ganara el Mundial antes que contener la inflación. «Un mes no va a hacer una gran diferencia. Después seguimos trabajando con la inflación, pero primero que gane Argentina», decía en una entrevista concedida al Canal 9 de su país.

«Tenemos más crisis que Mundiales ganados», explica Mariano Absatz, un informático bonaerense que luce orgulloso su nueva bombilla para beber mate, decorada con las tres estrellas y la Copa del Mundo. En un país acostumbrado a encadenar crisis económicas desde el corralito de 2001 y donde la inflación en el último año ha sido casi de un cien por cien, el Mundial era la única esperanza para ser feliz.

Los argentinos se han acostumbrado ya a vivir en la cuerda floja, a que sus pensiones valgan menos, a que los precios no aparezcan en los escaparates porque la inflación puede modificarlos en cualquier momento. Solo los artículos en promoción, y no todos, tienen el privilegio de ir acompañados de su precio. Para el resto, ponerles una cifra al lado sería como hacerlos vivir en una subasta permanente donde los números no dejan de crecer sin necesidad de que nadie puje.

En un país en el que todo se puede pagar a plazos, el Mundial es el único sueño que se han podido permitir pagar al contado. Con sus supersticiones también. En el Jardín Japonés de Buenos Aires, el más grande que hay fuera de Japón, un rincón esconde el amuleto que «hizo» que Argentina ganara el Mundial. Es una daruma, una figura votiva japonesa sin brazos ni piernas que acaba siendo una especie de calavera pintada con los colores albicelestes. Se le pinta un ojo izquierdo para pedir un deseo. Con el deseo cumplido, los hinchas le pintaron también el derecho como prueba de que el deseo se había cumplido. Aunque, probablemente, en cada casa había un amuleto que justificara el título.

Y el deseo sigue presente en infinidad de lugares que siguen animando a la albiceleste como si el Mundial aún se siguiera jugando. En cafeterías donde un letrero demuestra su apoyo a la «Scalonetta», en murales con la imagen de Messi que a veces comparte con Maradona. Y en letreros con la leyenda «Vamos, Argentina», en cualquier lugar.

La expectación era grande y la respuesta superó todas las previsiones. Todo muy diferente a lo que se vivió en el 86. Ahora todo es más exagerado, se vive más de cara al exterior. Y en la celebración en la capital había tanta gente como habitantes tiene el Gran Buenos Aires.

En un país acostumbrado a las discusiones, polarizado políticamente y donde a los taxistas no hace falta preguntarles por la realidad argentina para que insulten de mil maneras a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el verdadero poder fáctico del país, el fútbol es lo único con capacidad para unir a todos. «El Mundial es lo único que ha acabado con las discusiones. Eso lo hace la selección ahora que gana», explica Verónica Estévez, abogada del barrio de Belgrano en la capital.

Pero eso solo lo hace la albiceleste. No lo consigue cualquier otro partido. «Un River-Boca, por ejemplo. Pero hay cosas mucho peores, como un derbi rosarino», dice Mariano Absatz. «Se puede ver una camiseta de River en el parque Lezama, muy cerca de La Bombonera en día de partido, pero es impensable ver una camiseta de Newell’s al lado de Arroyito un día que juegue Central», añade.

Las rencillas se olvidaron y el Mundial unió al país, aunque fuera por un rato. Y Argentina vuelve a ser feliz cada vez que lo recuerda. Por eso los murales no desaparecen sino que se multiplican. Y en las bodas, la Copa del Mundo tiene su lugar como si fuera un invitado más. Un juez de paz que ha conseguido unir al país. Messi no ha conseguido superar a Maradona como icono, pero Argentina le debe su felicidad actual.